Ante el hype de esta berry antioxidante, las comunidades del Amazonas brasileño, se han organizado para sortear a los intermediarios que reducen los beneficios económicos de la producción de la fruta y a los que atentan contra el ecosistema de la selva tropical. Es hora de que los agricultores locales reclamen su recompensa.
En medio de uno de los lugares más apabullantes de La Tierra, crece una pequeña baya que en los últimos años se ha convertido en un súper alimento popular dentro del mundo del fitness y la alimentación consciente. Pero antes del hype, el açai era una fruta de subsistencia, una esfera morada que crecía a destajo en arbustos salvajes.
Sin embargo hoy, la producción de este berry antioxidante depende, en parte, de 150 familias de la aldea de Puna y otras pequeñas comunidades vecinas, su mayoría indigena. Son sus habitantes los que preservan la selva tropical y los que cosechan el oro morado. Un alimento que antes de ponerse de moda costaba seis centavos de dólares el kilo y que allí, ahora, se vende a los exportadores a casi un dólar por la misma cantidad.
Y en medio de este ecosistema frondoso y tropical, la tala ilegal y los delitos ambientales siempre han existido, pero se han disparado desde que Jair Bolsonaro, presidente de ese país, llegó al poder. “Para él, el medio ambiente es un impedimento para sacar provecho a las riquezas naturales y sacar a Amazonia de la pobreza”, consiga El País.
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Sin embargo y ante todas las adversidades, las comunidades se han organizado bajo la Fundação Amazonas Sustentável (FAS) para evitar a los intermediarios que reducen los beneficios de los productores de açai, pirarucú o fariña de mandioca. En este grupo hay proyectos diversos en más de 500 aldeas, que tienen como finalidad el impulsar negocios sostenibles que contribuyan a mantener la selva protegida y mejoren la vida de quienes la cuidan.
“A menudo la visión externa, desde el sur de Brasil o desde el extranjero, es que la deforestación es una cuestión de policías, cuando lo que yo creo que es necesitamos cuidar de las personas que cuidan la selva tropical. Ese es otro eslogan que inventé. No sirve invertir en bioeconomía si no tienen agua potable o hay prostitución infantil”, Virgilio Viana, un hombre de 60 años y el superintendente de la FA.