Dos tendones de la mano derecha cercenados, más de 50 puntos de sutura y el riesgo de perder la movilidad de la mano izquierda para siempre.
Así terminó el abogado farandulero Hernán Calderón Salinas, exesposo de Raquel Argandoña y padre de Kel Calderón y Hernán Calderón Jr., luego de defenderse de un ataque a cuchillazos directo al estómago, que le propinó su propio hijo al interior de su departamento en Las Condes, según detalles entregados por el abogado de la víctima y difundidos por Julio César Rodríguez en el matinal ‘Contigo en la Mañana’ de Chilevisión.
Un ataque que según ese mismo testimonio del abogado del abogado, incluyó a Hernán Calderón Junior apuntando una pistola directo al pecho de su padre –¿Aló, Edipo?– antes de darse a la fuga. Se supone que Nano habría incluso disparado un tiro contra la pared.
Lo que siguió después de la denuncia del ataque fue el evidente revuelo mediático, los detalles de la agresión, el anuncio de la víctima de que se querellará por parricidio frustrado en contra de su hijo, el atacante prófugo de la justicia, su departamento allanado por Carabineros, donde se encontraron armas utilizadas para practicar tiro debidamente inscritas además de dos gramos de weed (pfff) y los rumores sobre qué motivó el ataque.
Entremedio, Kel Calderón lo tildó de delincuente, dijo que ya no era su hermano, y está asesorando legalmente a su padre. No existe en la historia una película o un reality como esto.
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Un reporte de Clase Básica sacó a la luz la teoría de que Hernán Jr. habría descubierto que su padre estaba acosando a su novia a través de mensajes al celular lo que habría gatillado su incontenible furia digna de tragedia griega.
Porque en la historia de escándalos protagonizados por familias famosas o ex-estrellas infantiles caídas en desgracia, los problemas habituales suelen ser de otro tipo –consumo excesivo de drogas, escándalos sexuales, desórdenes alimenticios– y rara vez se alcanzan estos niveles de violencia propia de las cárceles más brígidas del mundo.
Lo más parecido vendría a ser el caso de la estrella del soul Marvin Gaye, quien murió de dos disparos propinados por su padre en defensa propia según la sentencia, quien se defendió a plomazos de los golpes de un Marvin que iba drogado hasta las cejas.
“Hasta el 2001 el delito de parricidio tenía como pena máxima la de muerte”, señala el abogado Alejandro Leiva, profesor de Derecho Penal y director de Postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad Finis Terrae.
“Se trata, en efecto, de uno de los delitos de mayor gravedad que contempla nuestra legislación dado el vínculo de sangre que une a la víctima con el victimario. No por nada, algunos autores han planteado que se trata del primer delito que registra la etnología e, incluso, sostienen que es el crimen antiguo por antonomasia”. Un delito cuya pena, según explicó el mismo académico, hoy llega a presidio perpetuo.
El abogado explica además que como el delito no se consumó – osea que no logró dar muerte a su padre– y si el tribunal considera que hubo delito frustrado, la pena podría rebajarse unos años.
“Sin embargo, la pena concreta que se le aplique en caso de ser condenado, difícilmente podrá bajar de los 10 años, dada la gravedad del delito, lo cual implica presidio efectivo”, explicó el académico. O sea, estadía de una década en prisión.
No hay que ser psiquiatra ni haberse leído Edipo Rey para saber que crímenes de este nivel de violencia entre familiares suelen esconder una trama de líos amorosos o peleas por herencias. Basta con haber leído suficientes páginas policiales o haberse pegado una maratón de Mea Culpa. Si eres demasiado joven como para saber qué es Mea Culpa, basta decir que es un programa de “crímenes pasionales” –como se les llamaba antes– dirigido por Carlos Pinto, que cuando la rompía en rating todos los columnistas bienpensantes acusaban de truculento y que fue muy alabado como obra audiovisual por Alberto Fuguet en un vivencial/entrevista que comparó el estilo de Pinto nada menos que con la forma de trabajo de Hitchcock, un programa que hoy TVN repite a medianoche como forma de aliviar el insomnio pandémico o que pueden ver acá.
Como sea, los motivos que desataron la locura de Hernán Calderón Argandoña están por conocerse una vez que se entregue a la justicia o lo atrapen. Motivos que cuando se conozcan, de seguro crearán uno de los momentos más espeluznantes de esta teleserie real –hace rato vivimos en la sociedad del espectáculo, solo que ahora con un giro hacia el apocalípsis y la distopia–.
Lo que sí está claro es que cuando esta historia se termine de escribir, podrá dar vida al capítulo más cuico y farandulero de Mea Culpa.
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