
Por Marco Pereira*
Me considero hijo de la sociedad del rigor y la alta exigencia académica, aunque un hijo rebelde que siempre pudo ver desde un metro más lejos la alucinación de la competencia y el siempre querer ganar y la victoria, que se conseguía, al menos en mi entorno y clase social, con trampa, pituto o a costa de la propia salud física o mental (que cuando yo era niño era algo que no existía pero sí existía la gente que siempre estaba enojada), en una especie de economía alternativa en la que el dinero era el objeto final de consumo.
Parte de esta victoria de clase media siempre consistía en acercarse o reflejarse o parecerse en parte a la vida burguesa chilena que al mismo tiempo copia a la gringa y casi casi nada a la europea, cosa que me daba pudor por su frivolidad y siutiquería.
La gente exitosa tenía -tiene- mal gusto y me ha generado siempre rechazo. En el colegio siempre me las arreglé para no ser exitoso, ni victorioso, y mi deporte fue estudiar siempre a última hora, copiar si se podía, e incluso me jacté de eso por mucho tiempo, de ser un “hacker” y llevarme bien con los inspectores igual, generando, como se dice, la resistencia. Para la PSU me bastó con ojear las preguntas de algunos facsímiles la noche antes y tragarme una pastilla para dormir para tener unos puntajes que ya se quisieran muchos.
Considero, siempre he considerado, que los estándares de la “inteligencia” y sus adjetivos tangentes son bastante bajos, que el nivel del éxito acá es ridículo y los genios chilenos, ante la indiferencia, muchas veces se suicidan o se vuelven drogadictos. Incluso así, aún cuando puede que mi vida se haya tratado de siempre saltarme la mayor cantidad de reglas posibles, no dejo de vivir en un mundo delimitado por la auto-flagelación y una competencia bestial y ridícula. Porque, alguien me podría decir, ¿Por qué? ¿Para qué ¿Para seguir viviendo de forma bestial y ridícula? ¿Para ver tele en teles más grandes? ¿Para sacarse fotos y chatear en otros países?
La vida me enseñó a ser inteligente, no a trabajar duro. Mi buena crianza me formó para tener la entereza de saber siempre dónde está el calor y el peligro. Lo demás es aprender lo más posible y resolver problemas de cualquier tipo con creatividad, disciplina y todos los valores que sirven para cualquier profesión y oficio. Eso lo saben todos mis talentosos e increíbles amigos y amigas de todas las áreas posibles. Trabajar y vivir como perro es para esclavos, así que revísese bien cómo le ha ido los últimos años, cuánto se ha desvivido temporadas por algo que tuvo un sabor agridulce y cómo se siente, en el fondo, el sacrificio vano.
Yo al menos prefiero imaginarme en la playa.
*Marco es director de cine y músico. Su grupo Kmino de Jah va estar tocando el 3 de mayo en Departamento, toda la info acá.