Rodrigo Uribe (25) no recuerda exactamente en qué momento de su vida descubrió que su fallecido abuelo había sido un genocida de la dictadura de Pinochet.
Lo descubrió de casualidad.
Estaba buscando su nombre y el de sus familiares en Google y llegó a una lista de torturadores del régimen militar.
Su abuelo fue Horacio Otaíza López, quien trabajó para el servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea como coronel entre 1973 y 1975. No lo alcanzó a conocer porque murió el año 75’, sin embargo, a pesar de estar ausente, sus crímenes marcaron la vida de Rodrigo.
A pesar de que existían ciertas discrepancias en su familia, Rodrigo decidió creer lo que había leído en Internet.
“Me parecía que los testimonios que salían y la gravedad de lo que se estaba diciendo ameritaba que yo creyera a las víctimas. Era un paso que yo veía muy tímidamente en mi familia, otras lo resolvieron de forma personal”, señala.
Dedicó varios años de su vida a pensar cuál era el rol que le correspondía dentro de la sociedad al ser familiar de un genocida. Su historia personal se vio marcada por las enormes movimiento estudiantil del año 2011, donde comenzó a desarrollar una perspectiva más política. Sin embargo durante muchos años sintió que tuvo una militancia “solitaria”.
En septiembre de 2019, se enteró de la existencia del colectivo de familiares de genocidas Historias Desobedientes Chile. La organización se formó en Argentina en el año 2017 y agrupó a hijos que se opusieron a los crímenes de lesa humanidad que cometieron sus padres, rompiendo el pacto de silencio.
Rodrigo comenzó a seguirlos en redes sociales y se interesó por su trabajo. No obstante esto no fue suficiente para sumarse a sus filas.
Al igual que el 2011, la llegada del estallido social de octubre volvió a marcarlo. “Desde hace un tiempo digo que necesitaba una revuelta social para animarme. Cuando vi que había algo de todas estas cosas que se estaba empezando a repetir, cuando empezaron a aparecer los toques de queda dije ‘no puedo seguir con esto solo, necesito organizarme’. Y ahí entré al colectivo”.
Ha pasado casi un año desde que Rodrigo comenzó a trabajar de manera activa en la organización y actualmente se desempeña como vocero de ella.
¿Cómo es ser familiar de un genocida?
La experiencia de ser familiar de un perpetrador es muy diferente para cada uno de los desobedientes. Sin embargo tiene muchos patrones comunes. Hay algo de todo eso que es irrepresentable. Uno no llega a llenar de contenido algunas cosas que uno vive ahí. Está lleno de preguntas y preguntas difíciles.
Muchas de las preguntas están relacionadas con la ética. ¿Cómo vivir uno sabiendo que tiene la sangre manchada con las acciones de un antecesor? Pero que sea irrepresentable no significa que sea incomunicable.
¿Cómo lo podrías comunicar?
Yo me lo he representado algunas veces con esta idea del lupus. Esta enfermedad autoinmune, que tira contra la propia sangre de uno. Es una ruptura que está marcada en lo más íntimo.
Una de las primeras dudas que me surgió por el tema de ser el nieto de un perpetrador fue a partir de pensar y reflexionar que el hecho de mi existencia estaba basado por la existencia de él.
Entonces, en esas preguntas existenciales que uno se hace en la adolescencia reflexioné que si mi abuelo no existe yo no existo, pero si mi abuelo no existe hay tal y tal cosa no sucede. Entonces ¿Qué pasa con mi existencia, quién soy yo, dónde me encuentro, qué lugares posibles puedo ocupar en una sociedad, sabiendo que mi familia estuvo involucrada en deleznables crímenes contra la humanidad?
¿A qué conclusión llegaste?
La resolución a la que llegué es que hay que aprender a vivir con esto cotidianamente y llevarlo en la mochila y saber que esto no significa que uno tiene que tomar una postura a priori de defensa a la familia porque sí.
Uno puede hacer una ruptura y ésta no significa traicionar a tus familiares sino que es un compromiso ético moral con las víctimas, con él país, con la memoria, la verdad y la justicia, con todo lo que nos debería mover como una denuncia férrea a la dictadura militar para que nunca más vuelva a suceder.
¿Cómo vives el 11 de septiembre?
Siempre me ha pasado el no sentirme muy invitado a las conmemoraciones.
Uno no quiere pensar que tiene parte de ese semblante, que uno puede heredar algunas cosas de su pariente perpetrador. Prefiero no participar de esos espacios porque creo que es un espacio íntimo para quienes sufrieron o para ese segmento del cual evidentemente yo no vengo.
Yo vengo del sector que produjo el daño y lo tengo super asumido.
Por muchos años antes de entrar al colectivo lo miraba con un poco de lejanía, pero no por apatía, sino que porque yo trataba de evitar el recuerdo de mi abuelo para hacer sobrevivible mis propias decisiones y esa explosión de la identidad que uno también tiene.
Ahora que llevo casi un año dentro del colectivo debo decir que estas fechas duelen mucho. El hito de entrar al colectivo te invita a dejarse afectar y experimentar todas estas fechas de memoria sintiendo cómo es estar involucrado directamente en estos crímenes.
¿Qué significa para la organización “no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”?
Es uno de los puntos cruciales de Historias Desobedientes. Es uno de los más fuertes y donde se da cuenta de nuestra visión y posición política de las continuidades de las dictaduras dentro de las sociedades democráticas o transicionales.
La historia de esos ejes es muy interesante porque al momento de aparecer Historias Desobedientes Argentina se trató de integrar en la prensa esta parte del relato de la reconciliación y trataron de decir “acá con los parientes de los perpetradores vamos a poder reconciliar algunas heridas que están abiertas”.
Evidentemente, esto genera muchas sospechas para los familiares porque nosotros, al igual que ellos, entendemos que para haya una eventual reparación, lo principal es que haya justicia y que no haya impunidad hacia nuestros parientes.
¿Qué más se necesita para una reparación real?
Tienen que dejar de existir una serie de prácticas que han sido muy taimadas, muy modestas por parte del poder político y, por lo tanto, nosotros nos plegamos a esto diciendo y afirmando, con mucha fuerza, que no nos vamos a reconciliar, que no esperamos reconciliarnos.
No queremos ser parte de ese discurso y que la única forma en la que nosotros esperamos hacer esto es primero con el visto bueno de las víctimas y sobrevivientes de la dictadura y que hayan condiciones estructurales que garanticen que exista una reparación como sociedad por parte de los sectores políticos, porque no hay que olvidar que el Estado está igualmente implicado en estos crímenes.
¿Crees que una acción como esta podría eventualmente llegar a romper los pactos de silencio que han existido desde la dictadura?
Los pactos de silencio tienen mecanismos psicológicos detrás. Hay psicólogos que dicen que si no hay terapias para los mismos militares, es muy difícil que ellos hablen de los delitos porque ellos en su cabeza no pueden aceptar, no pueden reconocer que los cometieron. Hay un trabajo que se tiene que hacer con ellos para que hablen.
Sin embargo, veo otra veta posible para romper los pactos de silencio. Y es que nosotros hablemos, como familiares más o menos sabemos algunas cosas de lo que está escondido. Más o menos también desde nuestra memoria podemos trabajar. Sé de compañeros que recuerdan un par de cosas. Sé de compañeros en Argentina que incluso han testificado contra de sus padres en juicios civiles hacia los militares. Nosotros también anhelamos poder participar de estos procesos si se da la oportunidad y por ahí romper los pactos de silencio.
Si es que ellos ya no pueden hablar, si es que están viejos, si algunos tienen Alzheimer.Si hay cosas que para su generación ya está ocultada, lo que hace la memoria transgeneracional es ir rompiendo estos pactos de silencio y anhelamos que eso se pueda hacer en la medida que las condiciones lo permitan, en la medida de que seamos más desobedientes. Si aumenta el número de desobedientes y hay más gente que recuerda cosas que puedan contribuir a la justicia para nosotros es esencial.