Una estudiante de bioquímica nos contó sobre la muerte de una tía por falta de un antibiótico genérico, la dueña de un restorán de comida típica venezolana reconoce que allá sería imposible mantener un negocio así, y una periodista asegura que mientras en las calles reina el caos, las noticias muestran programas de cocina.

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El 30 de marzo, el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela tomó la decisión de asumir las competencias del Parlamento de mayoría opositora, dejando a uno de los tres poderes del Estado ejerciendo dos facultades: la legislativa y la judicial. La razón de esta decisión sería el supuesto desacato del organismo a las sentencias no cumplidas que el Tribunal Supremo les ha impuesto al Parlamento. De esta manera, todos los actos del poder legislativo serían nulos mientras se mantenga la decisión adoptada por el Tribunal Supremo de Justicia de ese país. O por lo menos así fue, hasta que la Asamblea Nacional de Venezuela recuperó sus facultades a los pocos días.

Lo sucedido en Venezuela provocó el rechazo, no solo de los opositores al gobierno de Nicolás Maduro sino que también el del escenario internacional, como, por ejemplo, la reacción del presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, que catalogó lo sucedido como inaceptable y retiró a su embajador en Caracas.

Así, la gestión del sucesor de Chávez se enfrenta nuevamente a la oposición y a una población que exige elecciones presidenciales adelantadas en medio de una crisis multifactorial cada vez más aguda, en un país petrolero que ya no puede justificar el crecimiento económico solo en el precio del crudo. La Venezuela de hoy está al borde de convulsionar como nación, sin cifras oficiales de su desabastecimiento, de la inflación ni de ningún índice de inseguridad o protección a los Derechos Humanos básicos de sus habitantes.

En la actualidad, según datos del Banco Mundial,  el precio del petróleo venezolano cayó en un 35 por ciento adicional durante los primeros ocho meses de 2016, reportando menos de la mitad de los ingresos suficientes para nivelar las cuentas fiscales. Por su parte, la producción petrolera se contrajo en un 10 por ciento durante el primer semestre de 2016.

Venezuela tenía un déficit fiscal a finales del 2015, estimado en un 20% del PIB y el Banco Mundial asegura que la nación tiene una de las inflaciones más grandes del mundo.

El Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, ha definido que en Venezuela se vive en una dictadura y el Banco Central, por su parte, afirma que Venezuela debe “instalar ajustes en su economía, acompañados por una política activa y bien diseñada para proteger a la población en situación de pobreza”. A pesar que son varias las organizaciones y gobiernos alrededor del mundo que piden una mayor apertura a Venezuela y elecciones adelantadas, el presidente Nicolás Maduro tiene una respuesta recurrente para estas cifras y emplazamientos: “Todo esto es culpa de una guerra económica llevada a cabo por el Imperio”.

A continuación, tres jóvenes venezolanas residentes en Chile nos revelan la cruda realidad de su país:

“Era una infección general, que con un antibiótico genérico se podía parar y nada”

Latas de atún, porotos negros, harina, remedios, pasta de dientes para más de un par de personas, su ropa y un par de regalos. Más de 40 kilos divididos en dos maletas y equipaje de mano fue lo que llevó Loreani Noguera, estudiante de bioquímica de la Universidad Católica, en el avión desde Santiago junto a su madre para pasar la Navidad con su familia, en Caracas, en diciembre del año pasado. “Uno no quiere estorbar, porque sabemos que estas cosas básicas son difíciles de conseguir ahora allá”, afirma Loreani.

Después de aterrizar, al ver que no estaba el familiar que las tenía que recoger, la chica sacó su teléfono para llamarlo. Su madre le pidió que se escondiera para que nadie la viera. Tomar esta precaución es ya casi natural para los venezolanos, que responde a los muchos secuestro que suceden en la capital venezolana. Aunque hoy no existen cifras oficiales actualizadas de estos delitos, el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas de Venezuela cifró que en 2011 fueron 1.150 los secuestros cometidos, sin contabilizar en la cifra los secuestros express. En el 2000, esa cifra solo llegaba a 67.

Reunirse con la familia no era el único fin de la joven y su madre. Decidieron llegar tiempo antes de las celebraciones para pasar tiempo con una tía que padecía diabetes, cuyo estado de salud era muy delicado. Durante la estadía, la infección que aquejaba a su tía empeoró: “No encontrábamos los antibióticos, estuvimos recorriendo con mi mamá medio Caracas buscando en farmacias y no había nada. Era una infección general, que con un antibiótico genérico se podía parar y nada”.

La falta de recursos en los servicios de salud, sean estos públicos o privados, no es un problema reciente. El presidente de la federación de farmacéuticos de Venezuela, Freddy Ceballos, ya lo había alertado en una entrevista concedida en 2015. Ceballos aseguró que el desabastecimiento de medicinas en las farmacias alcanzaba un 70% y criticó que el gobierno de Maduro niegue lo que está sucediendo. Actualmente, la Federación Médica de Venezuela ha informado que los hospitales del país cuentan con menos de 5% de los medicamentos que se necesitan.

Finalmente, su tía falleció. En marzo de 2017, el presidente Nicolás Maduro solicitó ayuda a la Organización de Naciones Unidas (ONU) para regularizar el suministro de medicamentos.

“En el Merendero Venezolano ofrecemos la comida típica de personas comunes y corrientes de Venezuela, platos que ahora con el desabastecimiento serían muy difícil de ofrecer allá”

Marcy Peña decidió dejar Venezuela por su hija, hace nueve años, durante el gobierno de Hugo Chávez. Al igual que muchos de sus compatriotas, tomó un avión que la sacaría de Caracas y posó sus pies sobre la obra de Carlos Cruz-Diez que embellece el suelo del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, obra que hoy en día se ha convertido en un símbolo de aquellos que dejaron Venezuela con rumbo a un mejor futuro.

Ahora, Marcy es dueña del Merendero Venezolano, un restaurante de comida típica venezolana ubicado en Barrio Italia, que recibe tanto a quienes quieran probar otra gastronomía y a venezolanos que buscan un pedacito de su cultura en Santiago. Para Marcy es frecuente enfrentarse compatriotas que al entrar al Merendero Venezolano lloran de emoción.  La entrada del local tiene una alfombra con el mismo diseño del suelo del Aeropuerto de Maiquetía. “Para mis clientes venezolanos es un recuerdo de ese dolor que es dejar el país y a su vez es una forma de dar la bienvenida, de volver”, señala.

Con lo que gana a través de su negocio ayuda a su familia que aún vive en Venezuela. Les envía dinero hacia Colombia y luego sus familiares deben cruzar la frontera para hacer el cambio en el país vecino. “Enviar dinero directo a Venezuela es complicado, tiene muchos frenos”, afirma Marcy, quien además cuenta que cruzar la frontera a Colombia es como llegar a otra dimensión, porque se pueden encontrar artículos básicos muy difíciles de encontrar en Venezuela. “La mantequilla, el arroz, la harina o el aceite son cosas muy difíciles en conseguir ahora”, dice. Agrega que la comida que ella sirve hoy en Chile sería imposible de ofrecer en la Venezuela de hoy, porque “en el Merendero Venezolano ofrecemos la comida típica de personas comunes y corrientes de Venezuela, platos que ahora con el desabastecimiento serían muy difícil de ofrecer allá”.

Las autoridades venezolanas no han entregado número del desabastecimiento desde 2014 , año en que lo cifraron en 28%, un nivel récord para la nación. Actualmente, es común ver en la ciudades filas de personas desde muy temprano, esperando poder recibir o comprar artículos de necesidad básica en supermercados. Los saqueos a los camiones de comida, también, son cada vez más frecuentes y en Internet circulan vídeos que involucran incluso a policías que se suman a los saqueos y regresan a sus carros con sacos de arroz o harina sobre sus hombros.

“Es normal que las noticias estén mostrando un programa de cocina mientras que en las calles están golpeando a parlamentarios opositores o a manifestantes”

Cindy llegó a Chile desde Venezuela para estudiar periodismo, carrera que cursó en la Universidad Finis Terrae. Su práctica profesional la realizó en el área internacional del diario La Segunda. Esa época coincidió con los meses de fuertes protestas en Venezuela, que terminaron con el opositor Leopoldo López preso. Cindy estuvo a cargo de cubrirlo: “Llamaba casi día por medio a Venezuela para hablar con diputados y hablé incluso con María Codina Machado (fundadora del partido Vente Venezuela), mientras que las fuentes oficialistas no daban entrevistas”.

Hablar con fuentes opositoras, buscar datos oficiales y contar con el testimonio de miembros del oficialismo es algo que Cindy reconoce es más fácil hacer desde Chile que hacerlo desde la propia Venezuela, porque “allá casi todos los medios están controlados por el gobierno o, más bien, fueron comprados por personas ligadas al gobierno”.

Conocidos son los casos de Venevisión y Televen, los cuales tras pasar a manos de dueños oficialistas, cambiaron su línea informativa y otros, como Globovisión, tuvieron peor suerte, canal que terminó por quebrar tras las millonarias impuestas por el gobierno. Cindy es enfática en afirmar que no existe libertad de prensa en Venezuela: “Es casi normal que las noticias estén mostrando un programa de cocina mientras que en las calles están golpeando a parlamentarios opositores o a manifestantes”.

Cuando la Asamblea Nacional fue privada de sus facultades por la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, lo primero que hizo Cindy fue escribirle a una amiga, también periodista, que vive allá, para preguntarle por la situación. Para sorpresa de Cindy, su amiga no tenía idea. Los noticiaron chilenos informaban antes de lo que sucedía en Venezuela que los mismos noticiarios de allá. La periodista asegura que la forma en que los venezolanos se enteran de los conflictos es por medio de las redes sociales, donde crean grupos para organizar marchas.

Trabajar como periodista en Venezuela no es fácil. Cindy reconoce que debido a ese problema ella ve muy poco probable volver a vivir allá si esto no cambia. “Venezuela es una dictadura”, asegura.

Marcy reconoce que le gustaría volver, que de hecho lo hará y pisará ese icónico suelo del aeropuerto internacional de Caracas y entrará a lo que espera ella, una nueva Venezuela.

Loreani se emociona cuando se le pregunta sobre un eventual regreso. “Yo quería echar raíces en Venezuela, pero como se ve la situación, es complicado”, afirma respirando hondo y jugando con un anillo.