Para que te lo pienses dos veces cuando estés estresado en tu trabajo.
Estudiar medicina implica hacer muchos sacrificios:
En primer lugar, las ocho horas de sueño que recomiendan los mismos doctores para el funcionamiento correcto del cuerpo se transforman en una utopía prácticamente inalcanzable teniendo tantos huesos, músculos y microorganismos existentes para estudiar acumulado en guías con las mismas páginas que El Quijote de la Mancha.
He sido testigo en cómo los estudiantes de medicina y enfermería se transforman poco a poco en la peor pesadilla de los nutricionistas: se les puede ver caminando soñolientos hacia las bencineras en busca de completos, galletas, café y cuanto sándwich al paso encuentren porque nunca tienen tiempo para sentarse a almorzar.
De alguna forma (Mentix) se las arreglan para vivir un suplicio que cuesta millones de pesos y dura aproximadamente siete años si no reprueban ningún ramo durante el proceso, pero cuando están listos para hacer sus recetas con letra inentendible y pensaban que lo peor había terminado, descubren en la sala de emergencia lo equivocados que estaban.
Distintos jóvenes nos cuentan cómo es trabajar bajo presión ante las situaciones más extremas que les ha tocado vivir tanto en el sector público como privado:
José Miguel (27) Masturbación perfumada
“Una paciente de 55 años llegó hasta urgencias, angustiada porque llevaba dos días con una colonia insertada en la vagina. Resulta que mientras se masturbaba la colonia se abrió y tuvimos que sacarle la tapa a través de un procedimiento sencillo. Avergonzada, la señora se fue con los antibióticos que le recetamos para tratar la infección vaginal que le provocó su masturbación fallida”.
Álvaro (25) El peor cumpleaños de la historia
“Una paciente de 20 años llegó luego de celebrar su cumpleaños en una discoteque del sector oriente. Tenía un corte que abarcaba desde el ojo a la nariz, y según sus acompañantes, la razón de su herida fue un botellazo que le propinó otra mujer en el baño del recinto. La interconsulta con cirujano plástico costó más de un millón de pesos”.
Joaquín (28) Cuando el sexo anal sale mal
“Los turnos terminaban a las siete de la mañana, y precisamente a esa hora llegó una mujer de treinta años con un aparente dolor de espalda. Tras realizarle unas radiografías, pudimos ver que tenía un consolador atrapado en el recto y debimos operarle de urgencia. Su recuperación fue de dos semanas. En otra oportunidad, tuvimos que operar del cólon a un tipo porque su señora le estimuló el ano con las uñas rajándole sus órganos interiores. Nuestro médico de cabecera estaba horrorizado”.
Renata (23) Hazle caso a tu mujer
Un paciente que había salido de la cárcel el día anterior llegó hasta emergencias con un cuchillo enterrado en la región izquierda del tórax. El motivo: no quiso acompañar a su señora a ver la ecografía de su hijo que estaba por nacer y ella tomó cartas en el asunto”.
María Jesús (25) Miedo a las agujas
Haciendo la práctica de atención abierta en un hospital regional llegó un paciente acuchillado en el tórax. El hombre se encontraba bajo el efecto de drogas duras por lo que vimos en exámenes electrocardiográficos y se encontraba consciente pese a su situación. Cuando le íbamos a inyectar un calmante el paciente se desesperó al ver la aguja, y se negaba a que fuese puesta por una mujer. Después de minutos tratando de tranquilizarlo, lo convencimos al decirle que una aguja no era nada comparado con el cuchillazo que le habían propinado hace unas horas”.
Diego (29) Sexto sentido
“Tuve un semestre muy relajado en la facultad de medicina de mi universidad. Todo era teórico y pasamos meses leyendo libros sin tener que realizar ningún procedimiento práctico o que involucrase pacientes. Como nos sentíamos en confianza, fumábamos marihuana todos los días antes de entrar a clases, pero en una ocasión nos llevaron hasta la morgue para mostrarnos cadáveres de un accidente reciente. La mitad de la clase terminó con pálida vomitando en el baño. No le deseo esa experiencia a nadie”.
*BONUS TRACK* Porque los animales también cuentan:
Trinidad (23) estudiante de veterinaria
“Cursando la asignatura fisiología de la reproducción animal nos llevaban una vez a la semana a La Pintana donde la universidad tiene animales a los cuales se les tiene que hacer palpación rectal. Mido un metro cincuenta y estaba literalmente con todo mi brazo en el recto de una yegua, que dejó liberar uno de sus gases en mi cara llenándome de caca. A la gente le parece raro, pero finalmente son gajes del oficio”.