Una reflexión/crónica respecto de lo que hace algunos años planteaba Stereo 3 con su tema “Cuánto tienes, cuánto vales” y que sigue bastante presente en la comunidad homosexual.

Hace algunos años, un amigo se cambiaba de casa y decidió hacer una fiesta para despedirla. El lugar era ideal: casa grande, vacía, mucho copete, mucho hielo y probablemente cien personas dispuestas a pasarlo bien en un carrete en el que era muy difícil que algún vecino alegara por ruidos molestos.

Cerca de un mesón en la terraza, me puse a conversar con otro amigo que no veía hace tiempo. Después de algunos minutos de ponernos al día sobre nuestras vidas, y mientras él contestaba una llamada de su pololo que le preguntó donde quedaba el carrete, me puse a escuchar a un joven quien conversaba con un estadounidense a un costado mío.

El tipo, que aparentemente no superaba los 22 años, le comentaba al otro: “todos los gays que estamos acá somos los gay VIP de Santiago”. Extrañado, o por lo menos así se pudo notar en su expresión, le preguntó: “What?”, a lo que el joven continuó: “Acá somos todos ABC1. Somos gays, no locas”. 

No sé bien si el “joteo” le habrá resultado, pero me quedé con las expresiones de extrañeza del norteamericano quien, sin pescarlo mucho, seguía tomando de su vaso de piscola.

“Acá somos todos ABC1. Somos gays, no locas”, me quedó dando vueltas en la cabeza. Concretamente, la fiesta era en una casa en San Carlos de Apoquindo y probablemente la mayoría de los presentes venían de una situación socioeconómica privilegiada y de colegios particulares, pero … ¿Acá somos todos ABC1. Somos gays, no locas? En serio, ¿Es necesaria esa presentación?

A propósito de esa frase me acordé también de aquel “chiste” que definía a los homosexuales con plata como “gays” y los homosexuales sin plata como “maricones”. Si bien ese chiste proviene y se reproduce desde los heterosexuales, es cierto que esta “máxima” es posible percibirla desde la misma “comunidad” homosexual, provocando algo así como una especie de endodiscriminación que parece estar naturalizada.

Está claro que no son todos, pues sería estúpido afirmar que venir de una realidad socioeconómica privilegiada te convierte inmediatamente en un clasista, pero lo cierto es que existe en algunos y se ha vuelto común.

El clasismo es un cáncer muy presente en Chile, pero algo pasa que, tal vez, dentro de la comunidad gay se hace más palpable o es más fácil de percibir. La comuna, el colegio, el ambiente en que te mueves parecen ser características esenciales para ver si calificas como “presentable” , como si dicha clasificación fuera la razón para que los padres “rechacen menos” que su hijo tenga de pareja a alguien de su mismo sexo si total “también es de buena familia”.

También existen casos en donde pareciera ser que se “perdona” la “delicadeza”, el “amaneramiento” o “plumas”, si el individuo en cuestión posee cierto estatus social. De no ser así, pasa a ser clasificado inmediatamente como, por ejemplo, loca pobre. ¿Por qué? Puede que por estos días, en un mundo digital a alta velocidad repleta de hashtags y tendencias, importe más verse bien junto a alguien en vez de sentirse bien junto a alguien, algo así como “significar” ante el resto.

¿En qué momento la plata, comuna, colegio, whatever, comenzó a “cubrir” lo amanerado-delicado-festivo que se es? Si eres muy “loca”, estás fuera. Si eres “loca”, pero “de buena familia”, te aceptan un poco más.

Es terrible y es más terrible aún porque, en algunos casos, se ha naturalizado y ha llevado a distintos homosexuales de ciertos sectores a adoptar una conducta en donde casi toda temática que tocan en las fiestas o pre es en relación a la plata que tienen, que ganan o lo que se compraron; emulando un escudo que los tiñe de alguien con tema siendo que en realidad los ubica en aquellos que son una soberana lata.

Por otra parte, lo hacen también porque existen quienes solo les gusta eso. Lo cual es más triste aún.

Hay incluso quienes siendo “algo delicados” se refieren a otros “delicados” atacando o criticando en duras palabras excusándose y confiándose, de manera implícita, en su apoyo social. Es una autodestrucción.

A veces me pregunto ¿Será posible que se llegue al extremo en el que alguien se reprima amar a alguien por no ser el otro “presentable”? ¿Por no vivir “cerca”? ¿Por no tener, por lo menos, un apellido rimbombante “que te posicione”? ¿O por no tener una cuenta bancaria “suficiente”? Puede que sí, y no me logro imaginar lo terrible que debe ser llevar esa vida a costa imágenes de lo que ven de ti y no lo que realmente eres.