Columna de Pedro Uribe, fundador de Ilusión Viril, organización dedicada a prevenir la violencia de género y los efectos de la masculinidad tóxica. Es psicólogo de la U. Alberto Hurtado, posee un máster de la U. de Barcelona y se ha desarrollado como especialista en sexualidad.

Hace tan sólo unas semanas, dos casos vinculados a la violencia sexual han remecido la opinión pública: en el barrio de Palermo, en la ciudad de Buenos Aires, y a plena luz del día, cinco hombres abusaban sexualmente de una joven dentro de un auto. La semana pasada, en Santiago de Chile, un grupo de alumnas se dirigieron a las afueras del Liceo Victorino Lastarria, en Providencia, denunciando que existían estudiantes que tenían un chat grupal en el que compartían imágenes sexuales de otras chicas sin consentimiento y las amenazaban con violarlas, inspirados en la mal llamada “La manada” de España. 

Cuando uno ve este tipo de hechos, es imposible no preguntarse: ¿Qué pasa con los hombres y la violencia? ¿Es la violación una práctica cultural? ¿Por qué existen varones que son capaces de cuidar y respetar a los demás y existen otros, criados en la misma cultura, que agreden, acosan y violan? ¿Por qué hombres jóvenes se agrupan para amedrentar a mujeres? ¿Será que algunos que se sienten amedrentados con el feminismo y el avance de los derechos de las mujeres? ¿Es la violencia sexual una reacción ante el miedo, una respuesta a lo anterior?

Un informe reciente de ONU Mujeres señaló que cerca del un 35% de la población mundial de mujeres ha sufrido algún tipo de violencia física y/o sexual (2018). Por su parte, el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) publicó recientemente un estudio que revela que un 93,8% de las mujeres encuestadas ha sufrido acoso o violencia sexual en el transporte público en Chile (2021); evidencia de que tanto en Chile como en el resto de Occidente, cerca de un 98% de los casos denunciados por violencia sexual es perpetrada por hombres. Entonces, si los hombres están siendo los causantes de la violencia sexual, ¿Qué pasa que no estamos trabajando con ellos?

Existen diversas corrientes y miradas para dar respuesta ante el problema de la violencia machista. Esta discusión no es nueva. Desde hace décadas, se debate sobre la urgencia de que existan leyes que fiscalicen, prevengan, sancionen y promuevan la erradicación de las violencias contra niñas y mujeres. Existen voces dentro del feminismo que abogan por el endurecimiento de las penas. Sin embargo, también hay quienes apuestan por modelos no punitivistas, que contribuyan a pensar la violencia machista como un problema social y colectivo, que afecta la vida de sujetos y sujetas individuales, pero a la cual se le debe dar respuesta de forma colectiva. 

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Un estudio realizado el 2021 en España, por el Barómetro Juventud y Género, reflejó que uno de cada cinco hombres jóvenes considera la violencia de género un “invento ideológico”, lo cual da cuenta que la percepción de la desigualdad en este tópico se ha reducido entre los jóvenes. Por ejemplo, entre los jóvenes también existen formas de violencia que están naturalizadas: un 18,1% dicen que mirar el celular de su pareja es normal, así como un 28% considera que los celos son una muestra de amor. Por otra parte, según la misma investigación, un 26% cree que el feminismo no es necesario y un 24% considera cree que busca perjudicar a los hombres. ¿Será que ciertas voces del feminismo están generando rechazo entre los hombres jóvenes? ¿No estaremos asumiendo, ingenuamente, que los jóvenes por el hecho de serlo, ya no replican conductas machistas? 

Desde la vereda en que trabajamos en la Fundación Ilusión Viril, siempre hemos apostado por la educación como una herramienta de emancipación de las personas y las comunidades, para que cada uno, en su propio proceso de re pensar el género, la masculinidad y los roles patriarcales que nos asignaron, podamos poco a poco, ser soberanos de nuestra vida y de lo que anhelamos en la sociedad. Por eso, tenemos la convicción de que la prevención de la violencia de género es fundamental para que surjan respuestas y estrategias alternativas a los modelos punitivistas que por cierto, desde hace décadas, tampoco dan una solución efectiva para el fin de la violencia machista. 

Como organización nos resulta urgente comenzar desde ya un trabajo preventivo y de reeducación masculina. Debemos sensibilizar a los hombres jóvenes y adultos, porque somos los hombres quienes seguimos perpetrando la violencia machista. En particular, resulta fundamental trabajar el tema de la sexualidad y la afectividad con ellos.

Desde este prisma, es fundamental contar con una Ley de Educación Sexual Integral (ESI), que el año pasado nuevamente fue rechazada en el parlamento y, por otro lado, sería ideal contar con un Plan Nacional y políticas públicas pensadas y dirigidas específicamente a la población masculina. Hoy los hombres y las masculinidades casi no cuentan con espacios dónde poder acudir en caso de necesitar ayuda y el único programa que existe en Chile de atención a varones, es uno de reeducación masculina para agresores. ¿Qué pasaría si trabajamos con aquellos que aún no agreden, abusan y violan? ¿Por qué seguir clamando justicia una vez que el crimen ya fue cometido?

Desde la revolución feminista chilena de las estudiantes de la educación superior el 2018, la agenda de género no ha dejado de estar en la palestra. No cabe duda que es esencial empoderar a las niñas y adolescentes, potenciar todas sus capacidades, reflexionar sobre los efectos que tienen en su autoestima la violencia simbólica, incentivar los canales de denuncia frente a cualquier agresión, pero todos esos esfuerzos serán insuficientes si no incluimos a los hombres y las masculinidades en la ecuación. Y lo más triste de todo, es que seguiremos lamentándonos por casos como los de Lastarria y Palermo. Seguiremos en el estupor y en la indignación.