Junto con hacer un Míkei en La Cuarta y ser reina de Viña, en la lista de mis sueños potencialmente realizables estaba ir al Copihue de Oro. Sueño que cumplí el viernes pasado, cuando gracias a mis amigos del Diario Pop me vi inserta en la gala más variopinta del país. 

Por Andre Hartung.


De partida, llegando nos ofrecieron un canapé de marraquetita con arrollado de huaso con pebre, y espumante en copa de vino ¿Ven? Tan sabroso como qué chucha. Todo esto al lado de las misses Piccola Italia, quienes posaban felices al lado de un Lamborghini verde limón, mientras por la alfombra que se encontraba a unos 10 metros de distancia caminaban desde Tonkita hasta Tatón.

Lo que desgraciadamente no había a la vista eran los extintores de incendio para evitar un accidente que no pasó de milagro, porque así como habían dos Carolina Herreras iguales (oops) también había harto poliéster inflamable. Pero todo el mundo feliz, desde los que se arreglaron por ironía -como la lola que se puso el cinturón de condones- y quienes se lo tomaron muy en serio y fueron de alta noche, pese a que como una, no iban a salir ni en Glamorama ni en Maldita Moda.

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Terminó el cóctel y mientras una ex bailarina de axé repasaba los sánguches que quedaban (seca, porque después no había nada para comer), partimos a la cúpula, donde estaba empezando el show. En el camino me saqué selfies con todo lo que encontré, como quien caza Pokemones. Incluso con Lucho Jara, pero ahora siento que lo mufé y me da pena. Hasta esperé, como real groupie, a que Kenita terminara las entrevistas y me saqué selfie con ella también, convirtiendome instantáneamente en la sensación del bloque. Yo antes trabajaba en Espectáculos de un diario y me enorgullecía decir que nunca pedí selfie a nadie y fue bakán dejar de ser periodista por una noche y sacarme fotos como quien hace cola en Disney para fotografiarse con el estudiante de teatro disrafazado de Tribilín (traducción para los nacidos post 2000: Goofy).

Adentro era todavía más bakán. Cientos de niños, adolescentes y “señoras en la casa” aclamando por Matt Hunter y Pancho Melo por igual: las mismas traidoras que pifiaron a Lucho y que hace unos años hicieron lo mismo con Felipito.

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Durante la primera parte de la entrega de premios la gente estuvo de lo más tranquila (menos cuando mencionaban cualquier cosa de Mega, ahí todos chillaban), pero los famosos por lo general se mantuvieron tranqui. Esto, hasta que salen los cabros de Miranda! al escenario y ahí todos se pararon a bailar, especialmente la leona, Adriana Barrientos, que se sabía todas las canciones y estaba en llamas reales. Aprovechando el entusiasmo me saqué una selfie con ella (obvio) y noté que más adelante estaban Tonka y el tio Emilio. Parece que el tio de En su propia trampa no se sabe Don porque se quedó sentado mirando Facebook, y a la Tonka no la voy a juzgar porque pucha, bailar con ese vestido no puede haber sido fácil. Igual me saqué selfies con los dos, no los iba a discriminar por no sentir el electropop argentino en las venas.

Me fui cuando terminaron de cantar, porque había dejado al marido solo con la guagua, pero contenta con todo lo vivido y agradecida por mi botín de selfies, que será convertido en imanes para el refri. Y mientras cojeábamos hacia la entrada (literalmente, yo por los tacos y mi amiga porque andaba con una bota ortopédica) nos encontramos con la Sole Onetto y Jose Luis Repenning. No le pedimos selfie, pero compartimos ese momento de complicidad que tenemos las mujeres cuando estamos todas con dolor de pie post carrete.

No se como será la gala de Viña (cuando me inviten como candidata a reina les cuento), pero no creo que sea la mitad de lo entretenida del Copihue. Si pueden ir, vayan, lo van a pasar increible. Y con el celular bien cargado y la cámara en modo selfie.