“Uno no puedo condenar la práctica de otras culturas sin renunciar al consumo de otros animales. Plantéaselo a alguien con una dieta occidental y puedes ver el rechazo inmediato que genera”.
Tal vez ya viste el documental The Cove, ganador del Oscar por mejor documental en 2010. Si no, sugiero que lo veas. Trata de la historia de un ex entrenador de delfines, Ric O’Barry, que después se convirtió en feroz critico de su captura y cacería. O’Barry había sido el responsable de entrenar los delfines de la exitosa serie Flipper de los años 60. O’Barry se arrepentiría y cambiaría de profesión después del suicidio en sus brazos de uno de sus delfines. De ese momento en adelante, O’Barry se ha dedicado a la liberación de los delfines en el cautiverio y la protección de las poblaciones silvestres.
Esta misión llevó O’Barry a un pequeño pueblo japonés donde atrapan a cientos de delfines al año, que algunos venden a parques de atracción y otros matan para vender su carne. El activista lucha para filmar la matanza pero las autoridades locales toman medidas para prevenirlo. Él y su equipo del documental planean una operación secreta para lograr grabar los sucesos. El clímax del documental es cuando vemos como las aguas de la caleta se vuelven rojas con la sangre de los delfines muertos.
El público occidental reaccionó con casi universal repulsión e ira. ¿Cómo pueden los japoneses permitir que esto sucede? Los delfines son animales sumamente inteligentes y sociales que sufren con la muerte de sus familiares. ¿Qué tipo de cultura incorpora el consumo de delfines a su gastronomía, solo porque es placentero? Para muchos, la crueldad y la absurdidad de estas prácticas eran obvias. La indignación se veía en las redes sociales y a través de los medios tradicionales. Indudablemente, la premiación del documental con el Oscar sirvió para visibilizar aún más la causa para poner fin a la cacería de los delfines.
Esto fue más o menos mi reacción personal, pero complementada con un par de inquietudes. Los críticos del documental lo acusaban de orientalismo. En el occidente comemos similares seres inteligentes, como la vaca y el cerdo. Uno podría imaginar la indignación de los hinduistas al enterarse que en el occidente matamos y comemos a millones y millones de vacas al año, ya que para ellos es un animal sagrado. Uno no puedo condenar la práctica de los japoneses sin renunciar al consumo de otros mamíferos y animales. Plantéaselo a alguien con una dieta occidental y puedes ver el rechazo inmediato que genera, porque no es fácil cambiar la cultura gastronómicas de un pueblo.
Si juzgamos a los japoneses por su cultura sin cambiar la nuestra, caemos en el orientalismo. Creemos en la superioridad del pensamiento occidental, ya que son ellos los crueles y nosotros los defensores de la vida inteligente. Como dijo el académico Ilan Kapoor sobre el documental: “Es (principalmente) un caso de ‘hombres blancos salvando lindos delfines de hombres amarillos’” y creo que tiene la razón. Dando aún más credibilidad a esta crítica, es la relativa ignorancia en occidente de la cacería de delfines y ballenas, en mucha mayor proporción, por culturas hermanas a las nuestras. En otras palabras: somos demasiado hipócritas.
Las islas Faroe quedan a 300 kilómetros al norte de Escocia, en el punto medio entre Noruega e Islandia, y pertenecen a Dinamarca. Las islas son lugar de hermosos paisajes y una naturaleza virgen. Además de su riqueza natural, tienen un altísimo indice de desarrollo humano. Si fuera un país independiente, sería la nación más desarrollado del mundo. Sin embargo, esta imagen utópica esconde una sangrienta tradición cultural: cada año los feroeses matan hasta más de mil ballenas y delfines.
La caza de ballenas y delfines es una práctica que existe en los registros históricos desde al menos el siglo XVI y que hoy en día está regulada por el parlamento feroés. Según el reglamento legal, la caza comienza cuando los pescadores locales ven una manada de delfines o ballenas y alertan a la comunidad. Se organizan entre ellos y todos los habitantes de la isla pueden participar. Usan barcos para acorralar los delfines en un semicírculo y obligarlos a escapar hacia la orilla del mar. Cuando la manada está a metros de la playa, los feroeses entran al agua y meten un gancho al espiráculo del animal para arrastrarlos a la arena, donde los matan con cuchillos al cortarles la médula espinal. Este es el método adoptado porque permite una muerte relativamente rápida. En lo que va de este año, han matado 1.063 delfines y ballenas.
Para los feroeses, la caza es parte fundamental de sus tradiciones culinarias. Por siglos habían sobrevivido gracias a la caza de delfines que les permitía tener para comer durante los inviernos largos, o cuando debido a las condiciones difíciles, la agricultura no daba lo suficiente. En los últimos años, han cambiado algunos de los métodos más crueles para complacer a los críticos animalistas. Sin embargo, se niegan a abolir totalmente la caza, a pesar de que hace décadas que las islas no sufren problemas de abastecimiento.
Otras críticas se centran en el peligro de consumir ballenas y delfines dado los altos niveles de toxinas que se encuentran en la carne de los mismos. En respuesta, las autoridades médicas locales han puesto un limite de una comida con carne de delfín o ballenas al mes. Los habitantes de la isla, quienes en general viven en armonía con la naturaleza y generan un bajo impacto en el medio ambiente, se molestan frente a este hecho, ya que no fueron ellos quienes contaminaron el mar; fueron los mismos países de donde provienen los activistas que hoy en día critican la caza.
Si tu alma y corazón duelen con ver estas fotos y te dices que esta práctica de matar a ballenas y delfines es mala, sólo puedes tener un argumento coherente y consecuente en contra: que en todos los casos es inmoral matar un animal de tal inteligencia –sea ballena, delfín, vaca, cerdo o perro. Juzgar una cultura por matar uno de estos seres sin que hayamos dejado de matar otros por costumbre propia es hipocresía pura, sustentada en el etnocentrismo. Lamentablemente, la humanidad no se ha mostrado capaz de dar este salto cualitativo en su evolución espiritual.