El artista Iván Llorens tiene 66 y se define como una persona no binaria. Criado por una madre viuda, y siendo “muy femenino”, como se describe a sí mismo, no sólo se enfrentó a las discriminaciones y abusos de la época, sino que además perdió amigos a manos de agentes del Estado. Aquí relata cómo entre plumas, escarcha y lentejuelas disfrazó el dolor, cuando encontró el peligro dentro de su propia casa. 

Iván Llorens tenía 14 años y en su barrio en Recoleta, varios vecinos hombres que llevaban una vida como heterosexuales, ya le habían ofrecido plata a cambio de sexo. Él los rechazó a todos. Pero el verdadero peligro estaba más cerca de lo que él creía: su tío militar intentó abusar de él. 

Encargado de las labores domésticas en su casa, mientras su tía estaba internada en un hospital pariendo una guagua, a Iván le tocaba limpiar y cocinar.  Su tío, a quien describe como Paul Newman, “de ojos claros, alto y pelo rubio”, llegó de trabajar, se sacó el uniforme y lo llamó a la pieza. 

En varias ocasiones, incluso delante de su mujer, el hombre le pegó nalgadas y cuando la tía lo defendía, él sin ninguna vergüenza gritaba: “a este le gusta, es mariquita”.

Pero esa tarde, cuando Iván entró en la pieza, el hombre le dijo que se sentara a su lado. Estaba completamente desnudo y le hacía señas para que se acercara. Después de cruzar un par de palabras, Iván salió corriendo de la casa y no le dijo a nadie. Ni a su mamá. 

Pero pasaron cuatro años y en modo de venganza, su tío se encargó de mandarlo al Norte, a cumplir con el servicio militar. Allí Iván sufrió cosas que no quiere contar y que le duelen recordar. Una de las experiencias que no puede borrar de su memoria fue cuando un doctor lo examinó como parte de los protocolos, lo obligó a sacarse la ropa, le introdujo un dedo y lo lastimó.

Con la dictadura instaurada en Chile, habiendo perdido amigos a manos de agentes del Estado, sabiendo que en el país se maltrataba y perseguía a los homosexuales, Iván nunca dejó de sonreír. “Mi existencia, mi vida y cómo la vivía, era el acto de rebeldía y resistencia más grande que podía hacer”, dice hoy, mientras atiende su salón de belleza ubicado en pleno centro de Santiago.

Fue a través del arte del transformismo que encontró una forma de escape y también de solvencia económica. Según él, su figura fue siempre “muy delgada y femenina”, y muchas veces lo confundían en la calle con mujer. Por eso, para él no fue raro, cuando en medio de los 70, se vistió de mujer y empezó a bailar en un bar clandestino de Avenida Perú. Hoy a los 66 años se define como no binario, y muestra con orgullo las fotos de esa época llena de escarcha.

Esta no es una entrevista de denuncia, porque a Iván no le interesa eso. Por eso no menciona el nombre del pariente que trató de abusarlo. Pero sí quiere dejar un mensaje claro: a veces el peligro está dentro de la misma casa y sabe que no todos los menores que se han enfrentado a estos eventos traumáticos logran escapar como lo hizo él. Sabe también que su mamá y su núcleo más cercano eran personas avanzadas a los tiempos. “Nunca me discriminaron. Mi mamá me entregaba mucho amor y respeto mientras crecí. Me enseñó grandes valores”, dice. 

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Durante los 70 y parte de los 80 Iván tenía múltiples trabajos, durante años trabajó en la Compañía Chilena de Tabacos en la parte administrativa, daba clases de baile en colegios, y por la noche se transformaba para hacer performances en programas de televisión, shows de discoteca o teatros. 

Trabajando en la Compañía Chilena de Tabacos fue donde conoció a Ernesto Belloni (Che Copete), y un tiempo después participó junto al comediante durante años en el espectáculo revisteril Los años dorados de la Carlina. Convirtiéndose en un transformista reconocido no sólo en Fausto, sino en las tablas. 

foto del show de la Tía Carlina

Pero ni el glitter, ni los tacos altos se pudieron llevar los malos recuerdos. Años después se enteró de algo que le dolió: su tío fue acusado de abusar de una menor en la calle, que tenía doce años. “Él encontró a dos niños en el camino, era de noche, y ofreció llevarlos a un lugar seguro. Yo sólo sé que lo pillaron los Carabineros y que la niña tenía los calzones abajo en el auto. En el trayecto él se aprovechó de ella”, cuenta Llorens.

Aunque su familia no le daba crédito al hecho, Iván se acercó a su mamá y le contó lo que había vivido a sus 14 años. “Este hombre es un violador, es un degenerado”, le dijo. 

Hoy del tema no se habla y ese pariente está exiliado de su familia. “¿Qué iba a hacer yo? Las instituciones eran bastante insolentes con nosotros. Nos trataban mal. ‘Que los maricones pa’ acá, que los maricones pa’ allá’. Sin ningún respeto. Pero las cosas terminan cayendo por su propio peso, quién mal obra, mal le va”, dice. 

Hoy Iván atiende su salón de Plaza de Armas, tiene un canal de YouTube, está felizmente casado con otro hombre y se mueve por el local donde entre baladas de la radio, se escuchan sus carcajadas coquetas que interrumpen el eco en el caracol del centro. 

Sentado con las rodillas cruzadas y con una mirada pícara, no sabe si tiene fe en el cambio: “yo recuerdo ver cómo a los hombres gay se nos perseguía y se nos insultaba en la calle, hoy hay otras formas de discriminación. Yo me encontré en mis amigos, éramos 5 o 6 que hicimos frente a todo, pero juntos, como una comunidad, ¿eso existe hoy en día?”, cuestiona.

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