Una reflexión respecto a una rutina de humor que fisuró al país en dos bandos irreconciliables.
Pongámonos de acuerdo en un par de cosas antes de largarnos a pelear, porque lo que pasó con Jani Dueñas da para bastante análisis y prácticamente ha separado el país en dos.
Está claro que medallas tenía para presentarse en Viña: su especial de Netflix había sido destacado tanto en Chile como el extranjero y ser una de las primeras exponentes del stand up en el país le conferían ese “merecimiento”. Porque claro también está esa idea de que si te está yendo bien “tienes” que ir a Viña a “consagrarte”. Que puede ser cierto para la mayoría pero no en un 100%.
Pero vamos.
Están quienes la apoyan ante el feo tropiezo de ayer, en esa esquina están sus amigxs y fans y en general gente que ha seguido su década de carrera en la comedia; y quienes lo han celebrado, enrostrándole haberse en algún momento encaramado a una supuesta altura moral desde la cual se habría pegado el costalazo.
Entre los segundos están Arturo Longton, Raquel Argandoña, Patricia Maldonado, Sebastián Eyzaguirre, Virginia Reginato, Patricio Navia y Joaquín Lavín diciendo que “quizá pasó de moda el feminismo”.
Entre los primeros, Gabriel Boric, Rayén Araya, Kena Lorenzini, Monica Rincón.
De esto se desprende que acá lo que estaba en discusión era más que una rutina de humor. Porque por lo demás, quizá en eso eran en lo único que ambos grupos estaban totalmente de acuerdo: la rutina fue fome.
No fue graciosa. No conectó. Quizá, o en realidad para mí, el único momento gracioso fue cuando reflexionó sobre cómo es que los animalistas se encuentran perros todo el tiempo. Pero con todo el respeto y cariño que le tengo a Jani, que cartas sobre la mesa, le tengo, también la encontré fome, algo despersonalizada sobre el escenario.
Los motivos: nervios, el mismo escenario, la noche elegida, su actitud con el vaso de whisky de acá te las traigo peter, de si le faltó ritmo televisivo, de si predicó, de si no adecuó su stand up hacia una audiencia masiva, si su estilo derechamente no era para la Quinta, son material para una conversación infinita que probablemente comió y comió minutos hoy día en cada una de las oficinas de Chile.
Ahora, el análisis sociológico respecto de por qué y quienes son el grupo de gente que celebró esta caída, habrá que plantearlo en otro post. De primeras uno puede, desde la superficie, entender que había una cosa política de por medio. Se enfrentaban por decirlo de alguna manera, el progresismo con el conservadurismo. “Progres vs fachos”, en idioma tuitero.
Pero hay otra cosa en la que siento que debiera haber consenso. Y es que, con una mano en el corazón, cualquier persona luego de sufrir una pifiadera como esa, preferiría- por lo bajo- no enfrentar una conferencia de prensa. No son pocos los que hablan de que solo imaginarse vivir una situación así “se mearían y se cagarían”.
Pero no fue el caso de Jani Dueñas. El estoicismo y el profesionalismo con el que asumió e incluso reflexionó, con el sudor aún caliente, respecto a lo que había pasado, es algo de lo que todos podemos aprender.
Es algo bastante sabido que de las derrotas se aprende más que de las victorias, pero siempre es importante recalcarlo en tiempos donde el exitismo y el terror y asco al fracaso nubla esa realidad.
“Es una muy mala noche y una buenísima razón para emborracharse”
“El publico no enganchó, eso está claro, no se si cometí un error. No digo que no, pero es misterioso lo que pasó. Este no es mi público, yo intuí que tal vez un festival tan grande no era para mi, pero al recibir la invitación uno asume el desafío”, partió diciendo Dueñas.
“Es sorprendente, inesperado, pero tampoco me lo tomé como algo de vida o muerte. Voy a tratar de entender que pasó: el publico quería otra cosa, yo hice mi pega y remé lo mejor que pude. Por supuesto que es loquísimo escuchar tantas pifias”, respondió consultada respecto al resultado adverso que tuvo su show.
“Era insospechado, yo sabia que venían a ver a Marc Anthony y David Bisbal, no a mí, pero pensé que iba a ser más fácil conectar. Pero fue muy rápido cuando caché que no estaban muy dispuestos a escucharme, me demostraron muy rápido que no habían venido a verme a mi”.
“Remé, traté, traté y traté y no me resultó. Hay que tener temple y agradezco los años de carrete porque si esto me hubiera pasado más chica estaría llorando en el camarín”, dijo con franqueza.
Después le preguntaron algo que muchos se preguntaban, valga la redundancia, sobre si era buena o mala idea hacerle preguntas al público. Entonces dijo:
“Hubo una discordancia de que el publico esperaba más chiste y mi stand up es más de contar historias y para eso se necesita atención larga y ahí hubo una des-coordinación. Ellos querían escuchar chistes cortos, yo los quería invitar a dar un paseo por mi cerebro y no quisieron venir”.
“Mi trabajo, el stand up y la comedia de bares es coquetear con el fracaso constantemente. Me puede ir muy bien el viernes y el miércoles hacer el mismo show con el mismo material y me puede ir pésimo. Uno tiende a echarle la culpa al público, de si eran más mayores, estaban más borrachos o eran más fachos. Uno tiene que preguntarse siempre cómo lograr conectar, a veces se logra y otras no. En un escenario de estas dimensiones no lo puedes pelear, uno lo consigue o no. Quizá no era mi noche, quizá no se si había una noche que fuera mi”.
“De fracasos una sabe. Esto no es un fracaso que vaya a cambiar mi vida de una manera terrible. Es una muy mala noche y una buenísima razón para emborracharse e irse de vacaciones, pero luego volver al bar, a los teatros, actuar afuera, con todo respeto que le tengo al Festival, mi vida no depende de esto”, cerró, o intentó cerrar, antes de la rotería de Raquel Argandoña.
Lo cierto es que aunque la rutina en el escenario haya sido bien fome, lo sucedido luego, en la conferencia fue una clase de no darse ni darle color a las cosas. De absorber una mala noche y seguir adelante. Y aunque la caña hoy de Jani Dueñas debe estar siendo bastante terrible, no hay duda de que esto incluso será materia prima para sus próximos trabajos.