El punto de partida de “El peso de la sangre: viaje personal al Sida” (Editorial Debate), tiene como fecha el 2003 y como lugar una cama de la UTI donde el periodista Juan Luis Salinas está con un riesgo vital del 90% tras sufrir una serie de infecciones que manifestaban un diagnóstico de VIH que se había negado a asumir.
Cinco años después de comenzar una investigación respecto de la historia del Sida, que toma como perspectiva la mirada de una persona VIH, Salinas publica este imprescindible libro.
Conversamos con él.
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¿Qué te motivó a compartir tu historia como punto de partida del libro?
Para mi es importante que el libro ayude a desmontar falsas ideas que se tienen sobre el VIH sida, que mi experiencia sirva para que otros no vean la infección como un camino sin salida y no se estigmatice a los enfermos. Yo antes y después de casi morir de Sida creí todo eso. Y escribí el libro para darme las respuestas que yo necesitaba. En un principio el libro iba a ser una investigación periodística, con mucho dato histórico, testimonios y cifras y centrada en los aspectos desconocidos y olvidados del VIH sida. Desde los primeros diagnosticados hasta la actualidad con el aumento de las cifras de diagnosticados.
¿Te costó tomar esa decisión y tuvo alguna consecuencia al momento de publicar?
La idea de involucrarme como sujeto en la narración no estaba en mis planes. No quería hablar en detalle de mi seropositivad ni de la etapa en que estuve muriendo en el hospital: en 2003 estuve internado en la UC con numerosas infecciones y riesgo vital de un 90 %. Quería alejarme del rol de activista o símbolo de la lucha contra el virus. No corresponde apropiarme de causas en las que no participé. Yo soy un periodista que utiliza su historia como un eje conductor para hablar de los relatos de 5 años de investigación. Pero a medida que escuché a otros mi opción cambió. Sentí que mi voz era válida. ¿Las consecuencias? No me preocupan las de carácter personal, pero sí me interesa que el libro ayude a que la gente asuma que el virus está más cercano de lo que se cree.
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¿Qué historias te marcaron durante la investigación?
Todas. Sin importar la década en que ocurrieron, el miedo y el rechazo que provoca y sigue provocando el virus aparecían en todas las narraciones. Quienes lo adquirieron en los años 80 —que su inmensa mayoría no superó la epidemia— enfrentaron a un mal cuyos orígenes eran una incógnita, al igual que sus vías de transmisión. En los 90 la negación de las autoridades y el rechazo a los seropositivos era brutal: hubo gente que murió abandonada por sus familias, vecinos que quemaron casas de enfermos, gente que perdía trabajos y mujeres que no sobrevivieron a sus hijos seropositivos. Las primeras terapias antiretrovirales efectivas se descubrieron en 1996, pero que en Chile solo estuvieron disponibles para todos después de 2006. En ese intervalo, mucha gente traficó los antiretrovirales que recibían del Gobierno y eran de escasos recursos, por eso muchas veces las vendían para comer. Es brutal que algunos hospitales emitieran circulares para que no se admitieran personas con el virus a fines de los 80 y que ya en el 2000 mujeres en Chile fueran esterilizadas solo por ser seropositivas.
Se supone que esta generación tiene mucho mayor conocimiento, o al menos acceso, a información respecto de cómo prevenir el contagio del VIH, sin embargo, las cifras van en aumento igual, a qué estimas que se debe?
Pongo en duda que tengan conocimiento del virus y sus característas. En Internet existe información, pero no la consultan. Además en los programas de educación no enfrenta la enfermedad con seriedad ni profundamente, se sigue insistiendo en el miedo y eso los aleja de la posibilidad de entenderla. Tampoco se hacen campañas de salud educativas. Lo único que saben, a grandes rasgos, es que existe tratamiento y eso los tranquiliza y tiene un efecto adverso: le pierden el respeto. Hoy la juventud cree en la libertad sexual, lo que está muy bien, pero no asumen que eso implica responsabilidad y cuidado personal y hacia el resto. Conozco gente que elige y exige sexo sin condón o asiste a fiestas sexuales donde consumen drogas químicas y no hay protección de ningún tipo. Eso sucede en Barcelona, Londres y en el centro de Santiago. Los nuevos diagnósticos son una combinación de todos estos factores. Y a eso hay que sumarle que las personas de todas las edades rehuyen del testeo del virus. Muchos solo saben de su condición cuando ha desarrollado alguna infección relacionada con el VIH sida. Cuando se trasparentaron las cifras que situaban a Chile como uno de los países donde más creció la detección de nuevos casos y un periódico tituló: “La vuelta del sida”. Yo me pregunté: ¿Dónde se había ido? Antes de iniciar la investigación y la escritura del libro, yo veía que aumentaban los pacientes en los centros de atención de VIH sida.
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¿Cómo sobrellevaste el proceso de escritura de un tema así de sensible?
Fue desgastante y agridulce. Este libro es el relato de cómo un virus que era tratada como un especie castigo divino para desviados o quienes tenían vidas amorales, de una epidemia que cambió a una sociedad y evidenció en el mundo y, especialmente en Chile, la indolencia de los sistemas de salud, que marcó a varias generaciones y que en más de tres décadas ha terminado con la vida de más 32 millones de personas en el mundo. Eso es muy doloroso de narrar. Había días en que sentía que escribía con el fantasma de los muertos en mi espalda.
¿Quiénes te gustaría que leyeran este libro y por qué?
Todos. Desde los padres hasta los hijos. De profesores a estudiantes. Solo así se puede terminar con el prejuicio, el miedo, la negación, la indolencia y estigmas estigma que han marcado y siguen marcando el viaje del virus.