por Hernán Melgarejo
Hace menos de un año Mauricio Jürgensen era conocido principalmente por ser comentarista musical en La Tercera y por su programa Dulce Patria de Radio Cooperativa. También por haber escrito la biografía de Américo y un libro con el nombre de su programa radial. En la TV aparecía de vez en cuando haciendo columnas musicales, pero estaba lejos de ser una figura asociada a la televisión. Eso cambió a partir de junio del año pasado, cuando entró a Bienvenidos de Canal 13. Desde entonces Jürgensen tuvo un meteórico ascenso en la televisión local, al punto que durante el Festival de Viña era difícil encontrar un horario antes de las 22 horas en el que el periodista no estuviera en pantalla.
Pero en Canal 13 no solo ha destacado por sus opiniones musicales, sino que también políticas: en el matinal le paró el carro al Presidente la República al decirle en su cara que era mentira que en La Araucanía se hayan quemado iglesias con familias enteras dentro. También dijo sin anestesia que Patricia Maldonado incita a la violencia. Y ha discutido al aire y por distintos temas con la derechista Raquel Argandoña, también panelista del programa.
Según Jürgensen, la exposición no le ha afectado tanto su vida como sí el vertiginoso ritmo de la TV. A las 6:30 se levanta a dejar a su hijo de cinco años al colegio; de 8 a 13 horas debe estar al aire en el matinal. Luego tiene media hora libre y entra de inmediato a la pauta del programa “Sigamos de Largo”, donde también participa, que se emite en la noche y que se graba entre 3:30 y 5:30. Y después, cuando lo amerita, va a grabar su programa Dulce Patria a Radio Cooperativa, en Barrio Yungay. En sus únicos 20 minutos libres de la jornada, y saltándose por ello el almuerzo, Mauricio Jürgensen habló con POUSTA y nos contó sobre su nueva vida televisiva.
¿Cómo se dio la oportunidad de llegar a un matinal?
Se dio de una manera muy fortuita porque estaba haciendo unas columnas de música en Mega y me llamó la productora histórica del matinal, que es la Jacqueline Cepeda. Me vio ella y me escuchó en la Radio Cooperativa y me invitó a ser parte del matinal. Pensé en un comienzo que me estaba invitando a hacer columnas de música, que era mi especialidad. Pero no, ella vio algo que era más que música. Le gustaba la idea de que yo fuera un panelista que hablara desde mi condición de periodista, de padre… Y eso terminó decantando en una invitación formal. Y también coincidió con algo que yo si estaba buscando a nivel profesional, no necesariamente en un matinal, que era abrirme de la especialidad única de música. Quería hacer otras cosas, estaba trabajando en radio, había publicado un par de libros, y coincidió esa inquietud con este ofrecimiento.
¿Tenías algún prejuicio respecto a los matinales? ¿Los veías?
Para ser muy franco no veía matinales. Nunca los vi, nunca me interesaron. Y probablemente sí, tenía algunos prejuicios sobre los contenidos y ciertas cosas. Pero estando adentro he podido entender mucho mejor ciertas dinámicas. Y hay cosas en las que me siento más cómodo y cosas en las que no me siento tan cómodo. Afortunadamente en el momento en que llegué al matinal se estaba dando un giro a un matinal más informativo, eso lo hablaron conmigo y por eso pensaron en mi. Y desde ese lugar siento que he podido aportar y me ha entretenido y ha sido una suerte de apuesta que resultó bien.
¿Qué es lo que te ha resultado menos cómodo?
Hay una cosa que no es estrictamente el trabajo del matinal, que es toda la dimensión de volverte más conocido, esto de estar más expuesto en redes sociales y en otros lugares, el hacerte cargo de cómo te ves, cómo te vistes, eso es un añadido que no es fácil de administrar. Lo otro es el trabajo mismo. Son jornadas largas. Son cinco horas al aire, lo que también hace que tu energía durante todo ese rato sea muy distinta. Puedes partir con muchas ganas y de repente no, y tienes que estar ahí equilibrando esa urgencia, porque la televisión demanda estar muy concentrado. También hay algunos contenidos que se me han hecho más complejos que otros. Sobre todo las cosas que no tengo mucho vínculo, como por ejemplo temas de la vida privada, u otras cosas que de repente aparecen en los matinales. Por ejemplo, por qué no contarlo, tuvimos la presencia de un vidente. Y a mi francamente me era difícil no mostrarme escéptico frente a algo en lo que yo no creo. Pero debo ser muy sincero y decirte que ni el canal ni los responsables del programa me han pedido hacer un personaje o inhibir mi reacción o no opinar como yo opino, o moderar mi tono. Al contrario, me han permitido ser lo que yo soy.
¿El chacoteo te ha costado?
No, fíjate que no. Al comienzo tenía esa aprensión de no desperfilarme. Pero yo tampoco soy un periodista que viniera de un mundo tan serio. Igual es una experiencia y hay cosas que no desdibujan tu discurso sobre temas serios, como participar en una conversación liviana o disfrazarme de los Bee Gees y celebrar el cumpleaños de Martín Cárcamo. No es tan grave.
¿Cómo ha sido llevar una postura generalmente opuesta a la del resto de tus compañeros de panel?
Yo creo que en la tele se exacerba todo mucho, se amplifica todo mucho. Y para efectos de cómo yo me he planteado para ciertos temas, desde una mirada más ideológica, claro, puede que haya un contraste respecto a lo que piensan otros. Para decirlo en simple: efectivamente si me siento al lado de una compañera de trabajo como la Raquel Argandoña que se declara de derecha, evidentemente ve las cosas de manera distinta. Pero eso creo yo que no dificulta que podamos convivir y en rigor entiendo que también lo que busca el matinal es enriquecer precisamente el panel con miradas bien opuestas. Yo no soy militante, yo no pertenezco a ningún partido político, yo no tengo agenda política, pero me declaro por convicción una persona de izquierda y eso da para que la gente que no piensa como tú crea que uno está como con una suerte de agenda para poner sobre la mesa, o lo que sea, y te tildan de comunista o de otra cosa como si fuera un insulto.
Hubo momentos tensos como cuando Raquel Argandoña te dijo que eres de izquierda y vives en Vitacura.
Si, que fue como la talla pesada. Yo le dije que ella podía vivir en Escuela Militar. Pero es parte de la dinámica de la cuestión. Y respecto de eso en particular, más allá del chiste de la Raquel, mucha gente se colgó de eso para sacar una conclusión mayor. Como tratando de ver esta contradicción de vivir en Vitacura y ser de izquierda. Yo tengo la sensación de que la convicción política no tiene domicilio. Uno puede tener una sensibilidad social independiente de donde vengas. No creo que sea más sensible socialmente o políticamente si viviera en una comuna distinta. Creo que es una torpe manera de ver las cosas.
¿Cómo ha cambiado tu vida con la exposición de la tele?
No mucho con la exposición. Ha cambiado respecto de las horas de trabajo, son bien demandantes. Tengo una jornada larga. Yo estoy casado, tengo dos niños chicos, una niña de dos años y otro niño de cinco, entonces están en una edad en la que son bien demandantes. Y eso si tiene un costo, y ese costo trato de contenerlo, hacerme cargo. Es un tema que converso constantemente con mi mujer. Ahora la exposición no me ha afectado de manera gravitante al menos, porque no es una exposición que se compare a la de otra gente que lleva mucho más tiempo en televisión. Efectivamente te ubican más, o te saludan o te miran feo, es muy amplio, pero yo te diría que después del Festival de Viña lo noté más, pero no ha llegado a ser un tema importante en mi vida. Al menos trato de que la exposición no sea un tema importante en mi vida real.
¿Qué cosas te han dicho en la calle?
Una señora me hizo ver que yo le era muy desagradable y me lo dijo en mi cara. Y al otro día me pasó una cuestión muy chora, iba con mi hijo que le estoy enseñando a andar en bicicleta y paró un camión recolector de basura de la comuna de Vitacura, la comuna donde vivo, y el chofer me dijo “buena compadre”. Y me tiró ene onda. Y es entretenido el contraste de cómo la gente percibe una u otra cosa. La otra vez entrando al estadio en Viña, el Sausalito, donde juega el Everton, pasó una pareja al lado hablando de mí y de lo que me harían si yo no estuviera con mi hijo. Una cosa más agresiva. Pero también me paró un motorista de seguridad ciudadana para felicitarme por la franqueza con la que decía las cosas. Entonces me parece que he recibido de ambos lados, pero más buena onda que otra cosa.
La historia musical de Jürgensen
Antes de Bienvenidos, la voz de Mauricio Jürgensen era autoridad en un solo ámbito: la música. Más de 20 años de columnas, críticas de conciertos, discos, programas de radio, libros y comentarios lo elevan como uno de los periodistas más respetados en la materia. ¿Pero cómo partió su vocación musical? “No vengo de una familia melómana, pero si de una familia que disfrutaba la música. Mi papá tenía un cassette que por un lado tenía a Elvis Presley y por otro lado a Los Jaivas. Una combinación que vista desde lejos es media improbable, pero que terminó siendo una buena formación para mi: el rock y lo anglo, lo chileno y el folclor. Fue una cosa muy determinante en mi gusto inicial por la música”, cuenta.
También hubo otro hito: una guitarra que dejó su tío Lucho en su casa, con la que aprendió a tocar junto a su hermano. Y quizás el más determinante: un show de Congreso en el año 87’ en el gimnasio de la Católica de Valparaíso. “Tengo ese recuerdo de haber entrado a un gimnasio muy frío, todavía en dictadura, y haber sentido lo que se provocaba con la música en vivo. Era una cosa muy precaria en esa época, pero había algo muy tribal, muy ritual de juntarse a ver música en vivo y cachar lo que provocaba. Eso me produjo un impacto super profundo y desde ahí que Congreso fue mi banda favorita de Chile. Y se me asentó el gusto por la música y desde muy niño me convertí en obsesivo por la música”.
Jürgensen también usó pelo largo, tocó en una banda de rock en Valparaíso en plena época grunge y soñó con ser músico. Pero optó por el periodismo.
“Cuando entré a trabajar en el año 98 me tocó hacer la práctica en Santiago, en El Mercurio, yo era de Viña y me tocaba viajar todos los días. Hice la práctica en una sección rarísima, internacional. Un tema que no me importaba mucho en ese entonces. Pero super rápido empecé a hablar de música con mis compañeros de pega, con mis jefes de la época, y ahí alguien dijo este cabro sirve evidentemente más en espectáculos que acá“.
¿Qué opinas de la escena del trap chileno? ¿Crees que es la más importante desde la escena pop del 2010?
Si es importante o no lo dirá el tiempo, así como también el tiempo dirá si el nuevo pop chileno fue gravitante o no. Uno podría pensar sí que fue muy popular, pero uno se pregunta cuántos de esos nombres terminaron decantando en carreras que hoy son relevantes. Todos los procesos hay que mirarlos con más distancia en el tiempo. Pero si me parece muy notable lo que pasa con el trap. No sé si lo homologaría a ese momento que tú describes pero creo que efectivamente da cuenta de un cambio de paradigma, no solo musical, no es solo una moda. Es un tema de cómo entender el contexto de la música. Comentando el Festival de Viña, la presencia de Bad Bunny, me di cuenta que para personas de mi edad o de mi generación generaba una duda muy profunda de cómo evaluar esto. Este gallo no canta, no se presenta con músicos, cómo se entiende. Y yo creo que es mucho más fácil desechar lo que no logras entender que tratar de entenderlo, y de meterte. Yo por lo menos hice ese ejercicio y pude entender que lo de él o lo del trap en general supera lo musical. Tiene que ver con una cosa generacional, con una mantra, gente que está conectada todo el tiempo, gente que se habla un poco a si misma. Eso me parece interesante de ver que ahí hay un lenguaje musical y cultural.
¿Hay algún artista de trap que te guste particularmente?
A Gianluca lo encuentro un seco. Lo entrevisté en la radio incluso. Drefquila es bueno, pero si tuviera que sintetizar un solo nombre, me quedo con Gianluca.