Además de los abusos sexuales que cometió, Fernando Karadima es un símbolo de corrupción y poder; amasó una fortuna importante, en gran medida obtenida por medio de la Iglesia, y se refugió en una comunidad catòlica, de élite, que lo protegió e incluso consideró un Santo. Aunque la justicia penal por las vulneraciones físicas y psicológicas a adolescentes nunca llegó, su nombre y figura sigue en las calles y en las marchas, en carteles donde, de manera muy espontánea, la gente exige “castigo para el pedófilo”. El escritor y periodista Óscar Contardo habló con POUSTA sobre uno de los casos de impunidad más emblemáticos de nuestro país.

La muerte de Fernando Karadima es el símbolo, para muchos, del Chile que queremos borrar. El ex sacerdote que fue declarado culpable por abusos sexuales contra menores por la misma  Iglesia Católica en 2011, se mantuvo en impunidad gracias a una poderosa red de creyentes que lo protegieron de cualquier castigo. Sin haber pagado ni un sólo día de cárcel, sus últimos momentos los pasó en un hogar de ancianos, al cuidado de religiosas.

Hablamos con Óscar Contardo sobre un hito que, tal como cuando las denuncias se hicieron públicas en 2010, vuelve a doler.  El autor de Rebaño (2018 ) abordó a través de su trabajo la historia de la Iglesia en Chile y, por supuesto, estudió su crisis, que según muchos, estuvo alimentada por el ruido del caso Karadima. Esto fue lo que nos dijo.

Al destaparse el caso de Karadima en 2010 ¿qué crees que se puso al descubierto respecto a la sociedad chilena? Hasta entonces, la palabra abuso no era parte de una cotidianeidad y desde allí se instaló duramente en los movimientos sociales.

“Karadima de alguna manera encarna no solamente a la iglesia, sino que una cultura social muy particular que apoyó fuertemente la dictadura. Los seguidores de Karadima son parte de una clase alta golpista. En esa figura se cruza una idea de abuso que tiene que ver con una institución religiosa en particular, y se cruza además con un mundo que estaba ya siendo observado con desconfianza: ese mundo ultra conservador que había frenado distintos avances en términos de autonomía de los ciudadanos durante los 90′ en democracia. Un grupo que había sido muy reaccionario a proyectos de ley, a ciertas propuestas sanitarias públicas por las campañas de prevención del Sida o sobre la posibilidad de una legislación sobre el aborto, por ejemplo.

Esa figura no solamente es un tema de la Iglesia, sino que da cuenta de cómo se genera y cómo se distribuye el poder en Chile. Cuando cae Karadima, aparece toda esta gente defendiendolo y exponiéndose. Se hace nítido que no solo es un problema institucional, sino que uno social: el poder que tiene una minoría para controlar a un país; su legislación, qué se dice y qué no, qué se publica y qué no.

Hoy vi un titular que decía que Karadima hundió a la Iglesia y no, la Iglesia se hundió por proteger a gente como Karadima, que no es el único”.

Karadima no sólo tenía este poder simbólico, sino también material, que se refleja en el patrimonio millonario de la Pía Unión Sacerdotal. Y por si fuera poco, era considerado un santo.

“Eso es lo que a mí me parece más aterrador. Porque si tú analizas las entrevistas que dio o lo escuchas en grabaciones, lo que uno escucha es a un hombre intelectualmente muy mediocre. Sin embargo, cada palabrita, cada frase, por más vacía que estuviera, en el mundo alrededor de él le daban un significado divino. Podía hacer cualquier tontera, y ellos encontraban que en esa tontera había algo de sabiduría excepcional. Y no estamos hablando de gente sin educación, estamos hablando de un círculo que tiene la mejor educación posible en este país, que tiene las mejores posibilidades. Entonces uno se pregunta ¿De dónde viene eso?, ¿Por qué ese comportamiento? Porque lo que hacía Karadima era justificarlos en su forma de vida, en sus ideas políticas y decirles que esa forma de vida y esas ideas lejos de ser injustas eran correctas, apropiadas y adecuadas para un plan divino. Un plan divino del que él era vocero”.

Pero incluso aparece la figura del Papa Francisco que condena a Karadima en 2018 y habla de la cultura del abuso. ¿Qué repercusiones tuvo esta afirmación para la figura y los creyentes? ¿Su poder simbólico era superior al del Papa?

“La forma en la que el Papa Francisco se ha movido en torno a temas políticos y del abuso, creo que está determinada por el legado que le tocó asumir, que no era el de Benedicto sino que el de Juan Pablo II, en medio de una crisis de legitimidad y de confianza en donde no tenía espacio para moverse. Ese es el legado que dejó Juan Pablo II y lo que empieza a estallar en distintos lugares. Dos de ellos son simbólicos: Irlanda y Chile. Lo que ha hecho el Papa Francisco ha sido  tratar de darle un control comunicacional más que cualquier cosa, porque a la hora de los quiubos no hay grandes cambios. Sólo controles comunicacionales que van desde estas frases que sirven, flotan, se reproducen, pero que no significan un cambio real en la política interna”

¿Qué te parece cómo lo enfrentó respecto a los mismo denunciantes? Juan Carlos Cruz fue designado por el mismo Papa como miembro de la Comisión para la Protección de los Menores.

“La movida que hizo con ellos fue, finalmente, sacarlos de escena como críticos de la Iglesia, incorporarlos a través de un convenio con la Universidad Católica en Santiago y ponerlos de su lado. Después de todo lo que sabemos que pasó, desactivó ese aspecto de la crisis, que era el más visible para la opinión pública. Pero, para las decenas y centenas de sobrevivientes, chilenos y chilenas que fueron abusados cuando niñas, niñas, adolescentes y adultos, lo ocurrido no ha tenido ningún reparo, ni el Papa Francisco, ni nadie se ha reunido con ellos” 

Entonces es ‘hacerse parecer responsable’…

“Claro, dentro de las posibilidades ha actuado como un político que trata de aparecer más amigable o hacerse responsable de la debacle de un modo puntual, pero a fin de cuentas no ha hecho mucho, no con las víctimas. No  reconocen los abusos, no se investiga y no hay justicia. Los casos prescriben y claro, porque a eso juega la iglesia, ese es el sistema que han tenido siempre; dilatar las denuncias, confundir a la gente, asustarlas, para que pase el tiempo, para que la gente se muera. Lo único que ha hecho el papa Francisco son gestos comunicacionales que están totalmente vacíos de contenido”.

Karadima se instaló en movimientos sociales como uno de los símbolos en marchas que poco y nada tenían que ver con temas sexuales, por ejemplo. 

“Es súper coherente pensarlo así porque está la sensación de que hay un poder concentradísimo que ha abusado persistentemente del resto de la población en distintas dimensiones: económicas, psíquicas, políticas y sociales. Entonces figuras como Pinochet, Karadima, la figura económica de Penta o SQM, etcétera, representan esa cultura del abuso que en algún momento tensionó tanto la cuerda que terminamos en el estallido y las revueltas del 2019. Una cultura totalmente indolente a escuchar al otro, a verlo como -diciéndolo en términos religiosos- un semejante. A respetarlo, porque aquí la noción de respeto está totalmente perdida”.

Y el concepto de abuso se instala en el lenguaje cotidiano.

“El tema de la desigualdad estalla a través del abuso, de la figura del abuso, acordémonos del 2011 en el caso La Polar, que es bien emblemático, La Polar corresponde a una multitienda de créditos. El crédito responde a un modelo económico coherente con el neoliberalismo que promete un bienestar a través del consumo, ahí, en el corazón de eso estaba el abuso y la imagen del señor acusado de esa estafa con su celular rezándole a una virgen, en la audiencia de su proceso, era muy ilustrativa para hacer la conexión entre en qué se refugiaba estas personas que abusaban en términos económicamente de tanta gente.

En esa virgencita a la que le estaba rezando cuando su caso lo veía una audiencia en el Ministerio Público, ese mundo religioso, esa religiosidad, tiene un lugar en esta forma de vida, donde hay una justificación del abuso. Entonces mirándolo desde esa perspectiva, todo se junta, todo calza, todo se hace coherente, ¿Por qué poner a un empresario y a un cura en un mismo saco? Porque sí, están en el mismo saco, es el mismo sistema, y claro, es un sistema que va desde lo más concreto y material que es la plata y por otro lado, el de los aspectos de control de conciencia más abstracto que lo tiene la religión”.

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