En Chile, el mismo día fue agredido un político de ultraderecha y un joven inmigrante.
Caldeado e intenso debate han generado los dos hechos de violencia que marcaron la pauta noticiosa del miércoles 21 de marzo en Chile.
Por un lado, en Iquique, al ex candidato presidencial y ex diputado José Antonio Kast, reconocido pinochetista y a quien no hay cómo describir políticamente de una forma que no sea “de ultraderecha”, un grupo de estudiantes (parece que en la turba también había un par de profesores y obviamente colados) lo corrieron a empujones, manotazos y escupos cuando llegó a la Universidad Arturo Prat a dar una charla.
El hecho fue transversalmente repudiado por el mundo político, que alzó las banderas de la democracia, la libre expresión y la tolerancia para criticar la violencia de los hechos, dejando de lado que esos tres conceptos son la antitesis de lo que la extrema derecha que Kast encarna y representa de forma tan fiel que es casi caricaturesca. O sea, las patitas.
Por el otro, en Santa Cruz, VI región, un joven haitiano, dependiente de un servicentro, fue víctima de un ataque absurdo e incomprensible bajo ninguna lógica que no sea la del racismo (que de lógico no tiene nada). Un hombre, de identidad aún desconocida, entra al local, compra un hot-dog, le echa mayo y ketchup y cuando se da cuenta que no había palta, o que había poca palta, el culiado le tira el completo en la cara al trabajador.
Uno podría decir, que en términos físicos, ser atacado por una turba iracunda es mucho peor que recibir un completo en la cara. Pero no es tan así. Los antecedentes dan cuenta que mientras Kast terminó con un tobillo fracturado y un esguince en un dedo, el muchacho pasó el resto del día en una sala de urgencias donde intentaban devolverle el alma al cuerpo producto del shock nervioso que sufrió.
El argumento de muchos ha sido que los dos hechos son igual de extremos y condenables, porque la violencia nunca está bien, y si, eso puede ser, pero yerran el punto de forma grosera, partiendo de la base de que los ultra derechistas blancos y ricos no están sufriendo diariamente actos de violencia en su contra, sino que, en muchos casos, incitándolos.
https://www.youtube.com/watch?v=Zy-Y7KAPBkc
Partamos de la base de que nadie en su sano juicio, ni por muy fan de Kast que sea, podría negar que el hombre es un provocador. Incluso uno podría decir que es su sello.
Muy en la onda de Trump, busca despertar pasiones, su discurso es lo menos racional que hay (quizá porque racionalmente no tiene ningún sentido) y no hay que ser un cientista político para entender que lo suyo va por el lado del miedo, la represión, la discriminación. Anti valores finalmente, muy anti progresista. Este punto podrá ser debatible, si quieres podemos debatirlo, pero es imposible discutir que para bien o para mal, José Antonio Kast es un provocador.
La provocación, a la luz de los hechos, es su arma de doble filo.
Por el otro, no existe, si revisas los videos del ataque al trabajador haitiano, por donde cresta encontrar que haya alguna provocación de su parte al agresor.
Si nos vamos a un plano más espiritual, por muy de derecha que seas, vamos, que no me puedes decir que el señor Kast – como probablemente muchos de sus colegas políticos, de todos lados – no acumula una buena cantidad de mal karma, energía negativa, en su contra. Es parte del juego en el que están, digo, la cantidad absurda de dinero que ganó como senador y etc., no viene gratis. Estás dentro del grupo de tomadores de decisiones, de poderosos, y con eso viene admiración y también repudio. Sobre todo si has tenido el descaro de, gozando del beneplácito de la democracia, ensalzar y defender el horror de la delincuencial y psicópata dictadura militar (en Alemania por ejemplo, por cosas como esa te vas preso).
Qué mierda esperas del universo.
Por su parte, aunque no conozca la historia del joven haitiano, su reacción zen ante la agresión, me hace pensar que no es un ser humano que ande por la vida acumulando mal karma.
Finalmente, la posición de poder. José Antonio Kast tuvo la oportunidad de elegir detener sus actividades en universidades luego de que en la Universidad de Concepción sufriera el mismo tipo de funa pero más diplomática (tras lo cual se intentó amparar en la Ley Zamudio siendo que él mismo votó en contra de esa iniciativa antidiscriminación).
El otro muchacho, aunque de nuevo, no conocemos toda su historia, probablemente no es tan distinta que la de los miles de inmigrantes haitianos que llegan a Chile con muy poco en busca de una vida un poco mejor, sacándose la mierda en los trabajos más duros y peor pagados.
Con todo esto, y de nuevo, sin ninguna intención de hacer apología a la violencia (sobre todo porque desde su posición de poder, otra vez, JA Kast va poder usar esto a su favor). Kast no es una víctima, bajo ningún punto de vista, pero se va victimizar, para ganar más visibilidad e incluso quizá algo de empatía. Si quieres buscarle la quinta pata al gato hasta podrás teorizar conspiranoicamente que capaz lo hizo a propósito (que no creo).
El muchacho haitiano si es una víctima. No hay cómo discutir eso. Y lo que él sufrió es símbolo del racismo y la intolerancia que hay que erradicar sí o sí de un país que apunta a la inclusión y la multiculturalidad. Irónicamente, buena parte de ese racismo e intolerancia vienen de Kast y lo que su #RecuperemosChile representa.
Raya para la suma: no es lo mismo una reacción violenta contra el opresor, que la violencia contra el oprimido. No son “igual de condenables”.