No faltaba mucho hasta que finalmente pasara. Tener que pagar por un cupo laboral para trabajar es una realidad que llevamos viviendo hace años, y no tiene intención de frenar.

Una de las ventajas de la sociedad moderna es claramente la posibilidad de estar cómodo todo el día, si tienes dinero con el que financiar la estadía en tu sillón mientras haces click con tu dedo en la pantalla de tu smartphone seleccionando tu comida favorita en línea. De hecho también puedes buscar trabajo con esta misma metodología. Así, sólo debes esperar un momento hasta que suena el timbre y llega tu pedido.

Lo trae un chico con casco que dejó la bicicleta en el parqueadero por el tiempo que se demoraba en subir y entregar una bolsa de plástico con potes de aluminio que permiten que lo que sea que pediste no pierda la temperatura y se mantenga entre los otros quince pedidos que guarda en una caja en la parte de atrás de su bicicleta o moto.

La bolsa descansa en una mesa, me quedo tranquilo y se va al siguiente reparto de otro restaurant en otro punto de cualquier lugar.

Sin contrato, sin seguro de vida y teniendo que pagar por el equipamiento para transportar los alimentos se mueven los repartidores de ubereats. Desde la empresa les ofrecen un seguro, me cuenta uno de ellos en anónimo, pero así como él muchos no lo toman.

Por cada pedido repartido les cobran un porcentaje del viaje, así como también lo hace Uber. 

Hoy tener que pagar para poder trabajar resulta nada más ni nada menos que la dosis justa de neoliberalismo que no estamos acostumbrados a ver, esa que se esconde tras otras preocupaciones que se tienen antes. Sin darnos cuenta ya no sólo vendemos el cuerpo, como cualquier trabajador sexual, sino que para venderlo tenemos que pagar un porcentaje de lo que nos entra. 

Son trabajadores, como dice Luis Doncel, que no tienen derechos. No pueden reclamar por ninguna injusticia, deben callar y seguir recorriendo las calles entre los peligros que acechan las rutas de las grandes ciudades donde las aplicaciones como Ubereats o Glovo están ya instaladas en el ojo de la ciudadanía.

¿A dónde nos llevará esto? ¿Cuál es el siguiente paso? Si los “cabrones” ya están institucionalizados y la independencia, o el sueño freelance se coarta a lo que te cobran por hacer el trabajar asociado a un servidor, no es más que eso, un sueño o una fantasía de libertad ¿Qué más podemos hacer?. El triste futuro de la decadencia laboral en manos de la nebulosa que ofrece el desarrollo.


Estas aplicaciones llegan y suenan como el futuro, como lo mejor que nos ha pasado y como el camino correcto a un difuso lugar al que deberíamos llegar para estar en alguna lista importante de países desarrollados, pero como siempre esconden una triste realidad.

Es realmente triste resistirse al sistema y no poder acceder al mercado laboral por la escasa demanda que existe versus la sobredemanda de cesantes en búsqueda de trabajo. En España Glovo ya ha decidido cobrar dos euros cada 15 días a sus trabajadores para que puedan utilizar la plataforma.