La historia de los monstruos que se enamoran de humanos o viceversa ya a sido contada en diferentes oportunidades, incluso sin la necesidad de recurrir al amor, los humanos y las criaturas han coexistido en la historia del cine constantemente.

Aquí, en La Forma del Agua de Guillermo del Toro pasa de todo: romance, amor, monstruos acuáticos y sexo.

Divine, en Multiple Maniacs (1970) de John Waters, tiene sexo con una langosta gigante. Es monstruoso, como dice Patricia MacCormack en Cinesexuality, es una relación sexual híbrida entre esta idea de crustáceo y una travesti como parte del climax de una película de cine experimental en blanco y negro situada en Baltimore.


El monstruo de la laguna negra de Jack Arnold, una de las más notorias influencias de lo que nos reúne a conversar hoy, es un film de terror de 1954 y comparte la idea central de una criatura que se enamora de una humana en expedición de la Amazonia.

La cosa del Pantano de 1982, basada en los cómic de DC Comics, presenta el mismo enfoque. Científicos enojados que trabajan en un proyecto ultra-secreto, un monstruo que vive en el agua y la mujer que se enamora y da todo por él.

En Starman del director John Carpenter (1984), un alienígena adquiere forma humana y se enamora de una viuda. Un constante peligro, aventura, amor, diversión y riesgo.

Hay tintes de Amelie de Jean-Pierre Jeunet (2001), esa timidez, sensibilidad, entrega por completo al amor que siente, está fuertemente presente en la protagonista.


También en Baltimore y en plena Guerra Fría Elisa Esposito (Sally Hawkins) se encuentra a si misma trabajando en una estación de investigación secreta, visitada por militares de alto rango, ocupada por científicos y secretarias. El resto de las mujeres están ahí como empleadas de aseo. Cada noche Esposito llega a encontrarse con su amiga y compañera Zelda Fuller (Octavia Spencer), recorren las instalaciones y acuden a las llamadas de emergencia que les obligan a dejar todo lo que están haciendo y seguir trabajando.

La amistad es una relación que se valora en esta película, la amistad de dos amigas cómplices entre ellas, que han logrado conocerse a tal punto que no es ningún impedimento la mudez de Esposito. Hay una conexión de ambas que se muestra sin pausas en toda la película.

Esta mudez provoca en la protagonista un temor constante, inseguridad y poca pertenencia. Ve en lo extraño una posibilidad, ve ahí a quién la ve como ella desea ser vista. Encontrar en el acto de amar el amor propio.

Pese a lo criticable que pueda resultar esta afirmación, en el film se cuenta como una promesa, y así funciona. La ficción de la idea del amor para toda la vida, ese amor romántico y perpetuo que resiste la presión, la diferencia de especie o la persecución del Gobierno de los Estados Unidos, no hace más que soportar la idea de la película. Todo está ahí y todo pasa por alguna razón. Todo estaba calculado.

En La Bella y la Bestia el amor es el tópico principal, el deseo pareciera nacer a la fuerza y no se encuentra ahí la misma chispeza shakespeariana que sí hay en la película de Del Toro. Tampoco es la misma historia, pero tiene algunos tintes, de King Kong, sólo que aquí hay más violencia en la construcción de una relación.

Una historia de amor, del que ya conocemos -ahí no hay nada nuevo- que no espera hacerte llorar, esto es sobre conmoverte y apasionarte a través de ideas, de pasiones y de impulsos.

Al igual que algunas de las películas en las que se inspiró para poder ser creada, la criatura (Doug Jones) aquí es al igual que el clásico de Mary Shelley, Frankenstein, un ser pensante, con capital emocional y capaz de sentir alegría o dolor, o empatía o enamorarse.

La trama, profundamente política, sigue desenmascarando a aquellos hombres en puestos de poder que abusan de sus privilegios a partir del miedo de ser menos que el resto, el ego no les permite entender la vida y mucho menos que una mujer, empleada de aseo se enamore del sujeto de estudio. Estos personajes pasan toda la película asustados y preparados ante cualquier sospecha de un espía ruso en sus filas. No sienten, no miran, no observan, no conversan, sólo está en su cabeza ser los primeros en algo que sólo les importa a ellos.

Aquí no hay una damicela en apuros, de hecho aquí Esposito es la que toma las riendas de la película. Es decidida.

Con una estética perfecta, completamente ambientada en su época y con el imaginario del monstruo náutico humanoide, una banda sonora increíble, y la invitación a sumergirse en todas las muy bien logradas escenas bajo el agua, la cinta se alza como una de las competidoras más fuertes en esta entrega de los Oscar.

Esposito ve en esta criatura alguien que no sabe de defectos, de errores o de falta de voz. Ella está dispuesta a entregar su vida por una relación con él. Aquí hay besos, amor, sexo bajo el agua y también preocupación, todo es sensaciones, toques, olfato, vista. No hay presiones ni necesidad de aparentar. Los monstruos se han enamorado, y se los lleva el canal directo al mar.


Ahora que ya viste trailers de las influencias de la película, te tinvitamos a ver el de La Forma del Agua.