En las noches, alimentan a insomnes y ebrios en espacios relativamente limpios, seguros y amigables. Las estaciones de servicio han mutado y se han ido adaptando con el tiempo a diferentes contextos geográficos.

Por Pablo Acuña

Se ha vuelto común oír que, a pesar del estado trágico de nuestra economía producto de feriados u otras miserables excusas, el mercado automotriz crece sin detenerse. Pareciera ser que, ante la ansiedad del fin del mundo natural, todos omitieran el taco constante que es parte del diario vivir en ciudades y se rindieran al sueño del camino libre, la independencia del auto y sistemas de audio adecuados para acompañar ruidosamente la fantasía de la libertad individual.

Esto ha ocurrido antes. El diner norteamericano, ese restaurant metálico a un costado de los caminos y las carreteras, símbolo del optimismo americano del siglo pasado, es producto de un auge automovilístico no muy distinto, sólo que tuvo como catalizador el optimismo de destruir la máquina de guerra nazi y retornar a casa, tomar el auto, ver el mar y tener muchos hijos.

Todos estos pequeños restaurantes, casi exclusivamente atendidos por sus propietarios, sirvieron hamburguesas, sándwiches y desayunos a generaciones, definiendo lo que entendemos por cocina americana en su expresión igualitaria, democrática y multicultural, algo que hoy cuesta recordar o incluso entender.

El acceso al automóvil propio en Chile es un fenómeno relativamente reciente. Sin guerras de las cuales retornar, sólo la interna inventada por la dictadura, el problema de la comida en carreteras fue resuelto sin ese optimismo, sólo tangencialmente por pequeños restaurantes y hostales al paso que históricamente sirvieron a camioneros en sus largos viajes. Aquí es donde se hace presente nuestra comida popular, pailas de huevo acompañadas de pan amasado y nescafé o bolsas de té club, pequeños placeres de un país modesto sin hábito de pedir algo más por el miedo a sonar maleducados. 

Esta realidad posiblemente se sostendría aún si no fuese por la revolución liberal. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi niñez es el Lada gris que compró mi abuelo, exactamente igual al rojo que compró mi tío, y que rápidamente reemplazaron por vehículos ensamblados en países que antiguamente sólo cultivaban arroz. Durante este periodo de cambios vertiginosos, en 1990 Copec abriría su primera tienda Pronto, la cual el 2012 renueva su formato a lo que conocemos hoy, con sus versiones industrializadas de la comida tradicional chilena, manifestadas en churrascos, pailas de huevo y hot dogs italianos acompañados de café de máquina. Así es como el grupo Angelini, posiblemente sin esa intención, importó y automáticamente monopolizó la experiencia del diner en nuestro país.

Hoy hay 90 Pronto Copec en el país, 50 en carreteras y 40 en ciudades, continuando el ciclo del diner que también hizo la transición a la urbe. Conscientes del rol que la emotividad juega en las elecciones gastronómicas, estos espacios sirven comida rápida pero no fast food, y sus sándwiches son una aproximación aceptable a lo que se esperaría de un establecimiento más tradicional. En las noches, alimentan a insomnes y ebrios en espacios relativamente limpios, seguros y amigables. Sus experimentos, como intentar importar el bagel a un país militante por su pan, son ignorados sin un rechazo violento de sus clientes, que secuestrados por su conveniencia disfrutan sin el ojo crítico que tendrían en otro lugar, y es ahí donde radica el éxito de Pronto Copec. Nadie los ve venir.

La sensación del paso del tiempo es individual a cada uno de nosotros, y usualmente no somos conscientes de lo que recordaremos felizmente más adelante, más allá de hitos como matrimonios, graduaciones o navidades. La fotografía que define nuestros viajes generalmente es en su destino, sobrexpuesta pero feliz, y posiblemente fue así para los americanos que viajaron a ver el puente Golden Gate, deteniéndose en el camino para comer algo y constituyendo sin darse cuenta un hito cultural. No lo advertimos aún, pero en un futuro no muy lejano haremos memoria de los tiempos que vivimos hoy, rápidos y ansiosos, y recordaremos con cariño la comida genérica pero sorprendentemente competente de estas estaciones de servicio, las que nos reciben cansados y nos despiden satisfechos, listos para sacar la fotografía que justifica toda la empresa de viajar.


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