“Doña Laura trató de detenerlo gritándole asustada ‘no Hernancito, usted no puede entrar al departamento’. A lo que el querellado respondió ‘me importa un p***. Vengo a hablar con mi papá'”. Después de esa conversación, Hernancito pasó por encima de Doña Laura, y ocurrieron las cosas que sabemos que ocurrieron.
Doña Laura es nana de Hernán Calderón. En específico lo es del padre y antes también lo era del hijo, hasta que las cosas se pusieron feas, Nano se fue del departamento y ella quedó donde suelen quedar las asesoras del hogar: en medio de todo, cruzando cariño y obligaciones, situaciones íntimas y “deberes laborales”; en essate caso entre medio de los gritos, entre saber si hacerle el bolso a Nano Calderón o llamar a Carabineros.
La verdad no sabemos qué pensaba o sentía ella realmente, pero nos ponemos en ese lugar en el que después de un delito, y especialmente después de creer que alguien murió (“pensé que estaba muerto”, le dijo a Hernán padre), cualquiera pensaría en llamar a una autoridad. El problema es que en su caso hay otra autoridad, en ocasiones superior: su patrón. También está quien fuera como un hijo para ella, posiblemente.
A Laura se le trata como un personaje más en esto, hablando de “esto” como espectáculo o como caso policial. Su nombre aparece en las querellas de uno y de otro, y en los matinales hablan de Hernán, de Raquel, de lo que dice la mamá y lo que tuiteó la hermana. ¿Qué dijo Kel ahora? / Pobre dolor de madre. No hablan de Laura, que estuvo en medio de este infierno, viendo pasar esta violencia familiar sin derecho a decir o hacer nada.
En esa cultura, la de Tchile, país de nanas, Laura es invisible. Las nanas son invisibles.
La rebelión de las nanas
“Son las primeras en levantarse y las últimas en acostarse. Duermen en cuartos pequeños, caminan por el barro en pleno invierno, comen cosas distintas a las que cocinan y sirven. Soportan las humillaciones de sus patronas, de los hijos de sus patronas y, en ocasiones, de las manos demasiado largas de su patrón” –
La rebelión de las nanas, Elizabeth Subercaseaux.
En Chile predomina una cultura de nanas muy particular.
Tik Tok está repleto de jóvenes haciendo vídeos cuestionables de sus nanas, algunos humillantes, otros derechamente funables.
Existen clips de ese reto que consiste en botar un vaso de agua mientras alguien trapea (Esperancita), con sus propias nanas. En esa misma línea funaron a una supuesta “influencer” por decirle a su asesora del hogar que repitiera frente a la cámara: “Soja/huevo/nada”, o sea, “soy ahuevonada”, mientras vestía su delantal y miraba hacia la cámara con una evidente sonrisa incómoda y forzada.
Cualquiera puede cometer un error y hacer algo completamente fuera de lugar, a todxs nos ha pasado. Lo llamativo de esta situación es que, después de ser funada, la “influencer” no pudo ver su equivocación, y se justificó todo el tiempo diciendo que “la nana es como una más de su familia”, así que el vídeo no era abusivo, sino todo lo contrario.
Y allí está el problema de la cultura de las nanas. Es que “son una más de la familia”. Desde esa misma premisa, el vínculo deja de ser profesional, y una relación que debería ser laboral se convierte en algo personal. Entonces se pierden los derechos y condiciones laborales que todo trabajador debiese tener, pero no las obligaciones ni los deberes.
El problema es que las nanas hacen también de madres y allí naturalmente se forman vínculos afectivos. Es normal, el cariño existe, y es posible mantener ambos vínculos de forma sana. Ocurre que las clases altas no están listas para esa conversación: hemos visto nanas sosteniendo quitasoles en la playa, nanas con sus trajes de nanas en un balneario cuidando de los hijos de sus patronas, nanas yendo a las reuniones de apoderados que no les corresponde. “Busco casa de Zapallar con nana incluida”, leí en Internet la otra vez.
Si hacemos un repaso histórico, no podríamos olvidar cuando a Nicolas López le pareció gracioso tuitear: “Cuanto cobrara Roxana Miranda por hacer el aseo en mi casa?”, o cuando unos cuicos le gritaron cara de nana a Anita Tijoux en Lollapalooza, validado por la Pancha Merino en un programa de farándula.
En esa misma línea infame e imbécil de “humor” está también este derechamente clasista sketch de Chile Tuday.
Y para qué hablar del libro “Vivir sin Nana” de una tal Michelle Reich (¿quién?), dirigido a mujeres jóvenes del barrio alto, recién casadas, que en una suerte de relato de autoayuda enaltece el objetivo de vivir sin nana como un logro de autorrealización personal, pero desde un tratamiento bastante cuestionable: “Claro, no sólo el sueldo, se gasta menos, se rompen menos cosas, la casa está mucho más limpia, lo único malo es que estoy muy agotada, pero basta con comprar un par de robots equivalentes a uno, o dos meses de sueldo de la nana y la carga se alivia mucho”.
Y esa es la clase humana que después sale defendiendo chistes en Tik Tok porque “son una más de la familia”. De esa misma esfera social, salen quienes poseen ese discurso condescendiente con sus nanas, que sacan fotos de ellas vistiendo delantal, que las mandan a ver los partidos de sus hijos a sus colegios del barrio alto (jugué en una liga y constantemente veía nanas en el público de colegios como el Cumbres, Saint George, Nido de Águilas, etc.).
Pasa que -a veces- esta relación de persona-de-la-familia/objeto se convierte en un vínculo pasivo agresivo y se ejerce desde una posición de poder.
Una dualidad y un fenómeno totalmente endémico de Chile que fue muy bien retratado por Sebastián Silva en su película La Nana, protagonizada por Catalina Saavedra. Hace algunos años están sindicalizadas como Trabajadoras de Casa Particular y la figura explotadora de “nanas puertas adentro” parece ir en franca retirada.
Un día Nano Calderón fue aplaudido en todos los medios que hoy lo repudian, por haberle regalado unas joyas de lujo a su nana Nancy para el día de su cumpleaños. “Qué lindo gesto, dice que es su segunda madre”, decían.
Un par de años después el mismo Hernán Calderon Jr. apuñaló a su padre y le gritó a Doña Laura que le hiciera el bolso, y doña Laura se lo hizo.
Y aquí estaría bueno cerrar el texto con algo que haya dicho doña Laura, pero no dijo nada, porque si no es para hablar en su condición de testigo -como si fuera un personaje de relleno-, al parecer a nadie le interesa. Su declaración a Fiscalía ha pasado desapercibida, igual que ella. Porque no es de la familia y sólo importa lo que digan la Raquel, la Kel, el papá o Nano.
Porque “son de la familia”, pero sólo cuando les conviene.