Los concursos de belleza marcan el perímetro del nuevo tipo de mujer que cada año va evolucionando según patrones previamente establecidos y en medida que avance (o retrocede) el sistema masculino que indica el mayor o menor nivel de consumo de producción del cuerpo y los nuevos desarrollos del deseo en base la subjetividad de lo que se piensa como estéticamente correcto.
Este claro condicionamiento del devenir corporal del cuerpo de la mujer, entonces, se establece como el puntapié inicial para indicar cómo debe o no ser, que está bien o no de lo que se espera para el cuerpo.
Desde 1984 hemos sido testigos de una puesta en escena recargada de conceptos que a estas alturas de la historia parecen parte del vocabulario diario para referirse al trabajo de los medios de comunicación: machismo, violencia, misoginia, clasismo, racismo, gordofobia.
Aún tenemos Miss Reef, Mis Colita, aún tenemos Kike Morandé, desfiles de ropa interior de morbo higienizado disfrazado de glamour, elección de reinas en las semanas veraniegas de comunas. Aún tenemos Miss Chile y Miss Universo. Tenemos la elección de la Reina del Festival de Viña.
Un Festival de Viña donde nos toca ver cada mañana el recalentado de la parrilla de la noche anterior, como las sobras de Año Nuevo, para aprovechar de mostrarnos candidatas a reina (una monarquía democrática exclusivista muy extraña) corriendo maratones, bailando y siendo sexys – del consumo masculino.
Esta monarquía gana un premio. La ciudadanía parte de esta democracia: prensa. ¿Qué prensa? Sólo la acreditada.
Como punto culmine del certamen viñamarino la reina elegida debe pensar en conjunto a su equipo el mejor piquero a una piscina privada mientras es fotografiada por la prensa que votó por ella.
Como punto culmine del certamen viñamarino la reina elegida debe pensar en conjunto a su equipo el mejor piquero a una piscina privada mientras es fotografiada por la prensa que votó por ella.
Esta actividad de entretenimiento, así como cualquier otra que se produzca a partir de este festival, carece del pensamiento de consecuencias y se enfoca en la venta de, en este caso, el cuerpo de la mujer sobreexpuesto a través de los medios y su afán del clíck, publicidad. Herencia permanente del sistema actual.
Potenciar el binarismo de género, la belleza hegemónica, la venta de los cuerpos, el morbo disfrazado de glamour, la sexualidad higienizada, la heterosexualidad y la objetivación de la mujer por parte de los medios de comunicación son algunas de las consecuencias que a lo largo de los años nos ha dejado este Festival y su certamen de belleza.
Umberto Eco ya nos adelantaba la evolución de la belleza en la historia tanto del arte como en la que se desarrolla sin pensarse desde esta área. El espectáculo sin embargo le entrega este glamour, este estilo award latinoamericano al sur de Estados Unidos, que hace latente más que una preocupación, un destello que baila entre lo grotesco y lo trágico.
La cuestión se mueve entre la idealización de la belleza, la venta del cuerpo de la mujer, la sociedad espectáculo y la costumbre de consumo de soft porn y el no pensar.
¿Qué tiene de revolucionario para la mujer ser objeto de votación, masculina, por su corporalidad en la TV?
Para avanzar otro paso en el feminismo en el país es necesario también frenar el separatismo mediático que se instala en las mujeres bajo ideales, patrones y estereotipos. No se trata de que en esto se incluyan hombres y se vote también por ellos. Esto va en modo cambio general, en el romper el paradigma y fortalecer la idea de un vivir cómodo mientras logramos crecer en este escenario que hasta el momento sólo ha funcionado como campo de batalla.
Por Marcial Parraguez. Activista feminista y disidente sexual.