Tras la noticia del incendio que afectó una de las catedrales más famosas del mundo, hubo diferentes manifestaciones en redes sociales que comparaban la importancia del hecho con la destrucción del patrimonio arquitectónico por parte del Estado Islámico en Palmira (Siria).

Según estos usuarios, las ruinas de una de las ciudades más antiguas del mundo no habían llamado tanto la atención mediática como lo ocurrido en París y de paso criticaban a las personas que homenajeaban con fotos posando en el lugar antes de la catástrofe.

Otros fueron más lejos celebrando la quema de una institución que simboliza la cúspide del catolicismo -cuya fama sabemos está por los suelos gracias a la poca acción tomada por el Vaticano frente a los diferentes casos de abusos sexuales a menores-. Aunque existen motivos suficientes para sentir lástima (genuina) por la pérdida de la estructura gótica de 800 años.

Notre Dame ha sido testigo del auge de la cultura Francesa y su preservación no hubiese sido tema si no fuese por la Obra de Víctor Hugo (que relató la tragedia del famoso Jorobado) reafirmando la importancia de conservar la cultura medieval en siglos donde fue vista como algo anticuado que debía eliminarse. Ha sido escenario de la coronación de Napoleón, la beatificación de Juana de Arco, y sobrevivió a la ocupación Nazi que por destruyó gran parte de la ciudad.

El caso de la destrucción del patrimonio arquitectónico en Siria e Irak por parte de Estado Islámico -bajo la excusa de querer eliminar cualquier resquicio de la antigüedad politeísta presente en su califato- es igual de indignante aunque no se debe minimizar una tragedia para empatizar con la otra.

La razón de la amplia cobertura respecto al incendio que destruyó la catedral de Notre Dam es simple y bastante lógica: París es la ciudad más visitada del mundo -más que Nueva York y Londres- haciendo que el compartimiento de información en vivo respecto al tema sea expedito e instantáneo.

Comparar ambas pérdidas es no ser consciente sobre las dificultades para llegar a los terrenos destruidos por ISIS en comparación con las facilidades presentadas en París

La gran diferencia radica en los recursos presentados para solventar estas pérdidas. Francia es un país del primer mundo que puede costear las reparaciones gracias a su enorme flujo turístico. Siria es un país empobrecido cuyas prioridades no son precisamente restaurar lo destruido bajo la ignorancia de un grupo terrorista.

La gran diferencia radica en los recursos presentados para solventar estas pérdidas. Francia es un país del primer mundo que puede costear las reparaciones gracias a su enorme flujo turístico. Siria es un país empobrecido cuyas prioridades no son precisamente restaurar lo destruido bajo la ignorancia de un grupo terrorista.

Sin embargo, hacer alarde sobre la situación de Siria en redes sociales para criticar el comportamiento de aquellos que se enlutan por Francia, no es ser parte de ninguna solución. Todo lo contrario. Porque de forma contradictoria estas mismas personas hacen recordar al mundo una tragedia que olvidarán conforme se enfríen las cenizas en Francia.

La arquitectura se pierde a diario: en Santiago gracias a las inmobiliarias inescrupulosas, en Grecia por falta de fondos, en China por la contaminación atmosférica, en Francia por accidentes y en Irak por la guerra. Ninguna de estas situaciones es excluyente a la otra, porque podemos procurar darle importancia a todas a la vez (siempre y cuando vaya más allá de una crítica por redes sociales).