Otro salvaje asesinato de una mujer, esta vez a manos de cinco hombres, dejó al país en shock. Luego las imágenes de los autores siendo torturados en la cárcel fue otro balde de agua fría que esta vez lo dividió. La realidad cada tanto es demasiado brutal.

Martin Dorsch

No es la primera vez que parecemos exaltarnos cuando nos damos contra la realidad como un golpe de agua fría directa en la espalda. De alguna manera la resonancia de la realidad, darse cuenta de las palabras y las cosas provocan quiebres que permean la disociación con la que se camina a diario sobre la rutina de la monotonía.

La liviandad con la que entendemos las relaciones de poder, que se establecen desde la violencia simbólica y material por parte de un territorio político que se rige bajo amiguistas parámetros de justicia, da rienda suelta a ciertos sectores para desviar la atención de ciclos permanentes, peleas, feminicidios, gordofobias, y un largo etcétera de avistamientos problemáticos para salir al aire en tiempos de rapidez y entretenimiento.


El hecho en cuestión. Margarita Ancacoy, de 40 años, fue asesinada a las 05:51 am con la finalidad de robar desde su cartera $5000, casi ocho dólares, y un teléfono celular. Entre cinco hombres, Cristián Leandro Romero Morales (20), Jonathan David Chávez Quinchiguango (21), Olger Santiago Otavalo Sánchez (20) y Diego Adrían Tabango Tuquerres (20) y un prófugo, tomaron un palo y no descansaron hasta matarla. Luego, aseguraron que esta situación se articuló en base a un estado de alcoholismo en el que se encontraban. Estos hombres arriesgan presidio mayor en su grado máximo (15 a 20 años) o presidio perpetuo calificado (mínimo de 40 años antes de recibir beneficios).

La mujer se desempeñaba como parte del personal de aseo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Estaba casada y tenía un hijo.


La situación, por el calibre de los acontecimientos, provocó un espanto colectivo, una sorpresa, un shock social. Una mujer, nuevamente, es asesinada por un grupo de hombres. Hombres que, como cualquier sujeto que exista en la proximidad a este caso, deben ser sometidos a los más grandes y plenos espacios de la ley y la justicia. Hombres que deben continuar visitando los espacios del borde de lo público. La cárcel para un fin o un objetivo ante la precaria imaginación del derecho y las leyes. La cárcel se propone con un territorio donde nos quedamos cómodos ante el delito aún fresco, presente, colectivo, público, espectacularizado y visto por territorios chilenos y dispuesto a ser observado desde cientos de otros puntos en el mapa gracias a la viralización de un video explícito.

Como una aceptable continuación, los cinco hombres fueron trasladados al penal Santiago I mientras la investigación continúa. En el lugar, la visualidad del teléfono celular como arma presentó imágenes en la que les veíamos con cabezas rapadas mientras eran electrocutados por otros reos.

Nuevamente un shock social. Esta vez, con opiniones dividas. Por alguna razón parecía que este otro tipo de “justicia” levantaba una calma para quienes entre lágrimas veían por televisión en vivo a estos hombres golpeando hasta matar a una mujer. Durante la jornada de este jueves, el arquero de la selección chilena, Claudio Bravo se mostró a favor de la tortura a los presos.

Otro ídolo de masculinidad que promueve la violencia como medio para combatir más violencia. De todas las posibilidades que existen para establecer diálogos sobre los interiores de las cárceles, parece que lo más fácil, suelto y que no requiere un mayor análisis, pensamiento, cuestionamiento o crítica a la estructura de la violencia es pretender que emulando la Ley del Talión se podrá resolver la rabia o el rencor con el que, estoy seguro, muchos quedamos después de encontrarnos frente a frente con la realidad de las mujeres en este tipo de escenarios.

Carles Rabada

Antes de que la tortura vuelva a la opinión pública como una solución y opinión que se defiende por ídolos -de hombres- como Claudio Bravo, es necesario encontrar parámetros para enfrentarnos a la violencia que defienden estos sujetos ya descritos.

Hombres sospechosos son esos como Claudio Bravo. Esos que aparecen de vez en cuando a pedir que no se victimice a los delincuentes. Lo principal es entender que se ha escogido la cárcel como el castigo, como el centro de lo más profundo del rechazo social, que más bajo de eso se puede llegar o comparar con un psiquiátrico o un centro del Servicio Nacional de Menores, con el estado de calle. A esas personas también se les rechaza con un ojo diferente, pero el punto en el mapa del prejuicio bordea los mismos cánones.

Ahora parece una sorpresa la violencia en las cárceles, las amenazas de muerte, los golpes, las torturas entre los reos, entre los presos, todos en el mismo espacio luchando entre ellos por algo de comodidad. El espanto constante no nos ubica más que en la hipocresía.

Las cárceles en este momento no son una respuesta a nada, son un paradero fugaz para que quienes viven en el continuo loop de lo cotidiano se sientan tranquilas, vengadas. ¿Qué espacio debería ser la cárcel?, ¿Bajo qué directrices deberíamos agrupar este lugar de sanción?, ¿Cómo se debería entender la tortura a quienes están dentro? ¿Van a alabar la tortura nuevamente?