Una reflexión necesaria para no repetir ciertos cánones completamente evitables durante este verano.
Pichilemu permaneció bajo la sombra de playas como Maitencillo, Zapallar y Reñaca desde que el boom económico de los 90 permitió a los chilenos veranear de forma recurrente. Su arena negra y dura, su agua fría y viento tempestuoso, su falta de infraestructura turística y panoramas recreacionales, mantuvo al margen del anonimato durante años al balneario estrella de la zona central de Chile antes de convertirse en un lugar de moda gracias al surf.
Limitándose a recibir veraneantes de ciudades como Rancagua, Curicó y San Fernando la playa siempre estuvo marcada por un ambiente tranquilo donde lo práctico y económico sobrepasaba lo tendencioso.
La carne de cangrejo vendida por kilos a metros de la Avenida Ross Edwards se transformaba en la mejor opción que tenían las familias para comer algo diferente y a precios módicos; el transporte -carros tirados por caballos que andaban lento por los caminos de tierra del sector La Puntilla- exponía el paisaje marino y rocoso junto a los cerros recubiertos de pinos, eucaliptos, palmeras y otros árboles autoctonos de la zona.
Pichilemu se traducía en una especie de lujo asequible para la clase media de provincia que se asentaba en carpas o cabañas de madera alejadas del snobismo de lugares repletos de gente bronceada, música fuerte y platos de comida carísimos gracias a la especulación que provoca el precio de los mariscos desde diciembre a marzo.
Pero la situación cambió hace mucho tiempo.
Actualmente, Pichilemu es un reconocido mundialmente spot del surf y por ende un enclave turístico que intenta por todos los medios ser un wanna be de Hawái o Ciudad del Cabo denostando su verdadera identidad.
Durante todo el año llegan extranjeros a Pichilemu buscando un escape del capitalismo para hacer surf y fumar marihuana. Si hasta Eddie Vedder paseó por sus playas antes de presentar un concierto en el Estadio Nacional en noviembre del 2015; ni hablar de Jack Johnson, que es un visitante recurrente.
Los zorrones también descubrieron que Pichilemu era un lugar perfecto para celebrar fiestas patrias luego de devorar Algarrobo y Maitencillo, haciendo que los precios de las cabañas en el sector subiesen de forma exorbitante (una cabaña para tres personas puede llegar a costar 200 mil pesos los tres días de celebración)
Adiós entonces a los platos típicos de precios rebajados y bienvenidos sean los waffles con crema y café que sirven camino a Punta de Lobos.
Pero la situación ha traído beneficios: su Municipalidad invirtió en infraestructura remodelando el Palacio Ross, mejorando la estructura vial de la zona y entregando empleo a los pequeños y medianos empresarios que debieron partir de cero al verse afectados de forma directa por el terremoto y tsunami del año 2010.
La directriz real del problema no son los grupos que vacacionan en el lugar, es la estela que dejan a su paso: la basura y falta de cultura de aquellos que repletan las playas pichileminas durante todas las noches de verano se ha convertido en un problema que se repite año tras año.
Surfeando en mugre
Ramón Navarro, deportista ilustre y máximo exponente del surf nacional, comenzó su carrera de forma autodidacta cuando Pichilemu era un enclave desconocido para esta disciplina. Luego de adquirir la notoriedad mundial necesaria que se requiere para ser escuchado, el deportista ha repetido hasta el cansancio la importancia de cuidar el entorno que lo vio crecer y el mes pasado incluso logró recolectar más de 300 kilos de basura con ayuda de voluntarios para concientizar sobre el problema.
Desde la Municipalidad, Macarena Cornejo comenta cómo los esfuerzos de la institución son insuficientes ante la falta de cultura de los visitantes.
El turista que nos visita ve un container lleno y sigue botando la basura en el lugar hasta rebalsarlo. Por la mañana se pueden ver colillas de cigarro, botellas y hasta pañales usados.
“El turista que nos visita ve un container lleno y sigue botando la basura en el lugar hasta rebalsarlo. Por la mañana se pueden ver colillas de cigarro, botellas y hasta pañales usados”, asegura.
Pichilemu tiene una población de 16 mil habitantes, pero en estos meses la cifra supera las 100 mil personas y los servicios básicos se ven colapsados. En verano se extraen de las playas 5 mil metros cúbicos de basura cada mes y un camión tan solo puede trasladar 19 m3 para ejemplificar de alguna manera la seriedad del asunto.
La ordenanza para limitar las bolsas plásticas partió de forma voluntaria el año 2016, años antes de que el Senado aprobase la limitación de este tipo de empaque en ciudades costeras el pasado 4 de enero. Pero los resultados han sido difusos.
“La política de las bolsas plásticas se planteó como algo voluntario para cada comerciante. Más del 90% de los involucrados se sumó a la iniciativa siendo pioneros los dueños de locales emblemáticos”, afirma Cornejo.
Sin embargo, son los mismos turistas quienes se muestran descontentos con la política. Una mujer de Santiago incluso realizó una denuncia al Sernac cuando no se le entregó una bolsa. Lo anterior responde a un tema de cultura medioambiental, que en Chile es escaso o simplemente no existe.
“La gente espera que existan más voluntarios limpiando las playas, las calles y la Costanera, pero lo lógico sería que la gente simplemente no ensucie”.
La gente de Pichilemu -quienes residen todo el año ahí- ya tienen suficiente con el esfuerzo que ponen a diario para poder subsistir de los recursos marítimos y turísticos de la zona.
Las soluciones posibles para tener un trato más amigable con el sector son variadas y fáciles de aplicar: no almuerces en la playa, las cáscaras de huevo cocido y el plástico no se limpian solos. Además, no vale la pena porque probablemente acabes masticando arena por mucho que intentes evitarlo.
Tampoco compres productos que estén limitados como machas y otros moluscos sobrexplotados; las artesanías fabricadas con especies marinas pueden parecer pintorescas, pero en algunas oportunidades su fabricación responde al mismo patrón de animales en peligro de extinción.
Que tu fiesta sea en la cabaña, o por lo menos la previa. Las colillas de cigarro permanecen para siempre en la arena y no es difícil toparse con ellas con solo escarbar un poco en la playa. Prescinde del plástico, separa tu basura y ten sentido común al momento de visitar la zona. Puede que el rincón más recóndito para practicar surf en el mundo vea sus olas acompañadas de vasos plásticos, bolsas y preservativos usados en un futuro cercano si la cultura medioambiental no cambia.