Por qué la rutina Pamela Leiva en la Teletón fue tan desconcertante

Entre Kramer y Avello, la rutina de humor pasó medio desapercibido que la rutina de la ex chica reality estuvo cargada a la gordofobia y poco tuvo que ver con el espíritu inclusivo de la jornada.

La noche de humor en la Teletón 2018 estuvo a cargo de Mauricio Flores, Gigi Martin (reviviendo a Melón y Melame) Bombo Fica, Felipe Avello, Stefan Kramer y Pamela Leiva.

Bombo Fica llegó en silla de ruedas luego de una rotura del tendón de Aquíles.

Felipe Avello hizo lo suyo.

Y Kramer puso el punto más ácido de la jornada, reventando a Piñera y entregando su apoyo al pueblo mapuche.

Pero quisiera detenerme en una rutina que pasó más o menos desapercibida, la de Pamela Leiva, una que comenzó con sus observaciones al cuerpo y sus apreciaciones a su ex cuerpo gordo y al actual.

Leiva explicó a la audiencia y a los televidentes que cuando la llamaron pensó que se trataba de una invitación para la vedetón. Luego explicó sus orígenes en el mundo del espectáculo y se llamó de la misma manera en la que los medios e incluso otros miembros del reality en el que participó (La Granja, 2005, C13), la llamaban: La gordita del reality.

Allí recibió diversos comentarios por su aspecto físico, por su cuerpo, por su manera de ser, por lo que significa ser gorda y habitar un cuerpo del fracaso o enfermo o que se enuncia desde el espacio de la discriminación que aún se acepta. Ella vivió todas las llagas que la televisión abierta puede crear y todo el dolor que una audiencia como la chilena puede infringir a los cuerpos que desobedecen las normas hegemónicas de belleza en un espacio dedicado al culto al cuerpo.

Al salir de La Granja, Leiva relata lo que ya era de conocimiento popular: el canje por una operación bariátrica en la que a cambio de exposición completa le regalaban el procedimiento quirúrgico con el que “logró” bajar 60 kilos de peso. Remató con un “Quedé más comestible”.

¿Más comestible? Seguir repitiendo estas lógicas, que además de aburridas juegan en contra en un espacio que se llena la boca hablando de valores, de acogidas a cuerpos diversos o de inclusión no tiene ningún sentido.

Luego habla sobre el estado en el que su cuerpo quedó tras la operación y la perdida de peso.

Los chistes que cuenta sobre su gordura o ex gordura son exactamente del mismo calibre que podríamos esperar de esos comediantes hombres y heterosexuales de los 90. Los típicos de los brazos como murciélagos o de lo que pasó con la piel que sobró y así.

Cero contingente. Perdida. No adecuada  las discusiones actuales, un humor básico, común, nada visionario, de risa fácil y recursos sobre-utilizados.

En el entramado del relato los procedimientos de belleza, las operaciones e intervenciones se apoderan de la primera mitad de su rutina que se resumen en el odio al cuerpo, en el no lograr aceptar el cuerpo que tiene, y esto no es de su exclusiva responsabilidad, ya sabemos y hemos sido testigos del trato que recibió por su tamaño.

Entonces se propone el re-hacerse, el volver a crearse a través de la medicina. Al amarse a si mismo pero después de cambiarse por completo. Pero no es más que un romanticismo de esquemas pre-fabricados.

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