A los testimonios en contra del productor de las películas de Tarantino por casos de acoso sexual se sumaron Angelina Jolie y Gwyneth Paltrow. Sin embargo a sus colaboradores no se les ha escuchado ni leído palabra. Lena Dunham decidió sacarlos a la pizarra.
Llegué a Hollywood a los 23. Había hecho una película de bajo presupuesto, ganado un premio en un prestigioso festival, conseguido un agente y un contrato con una cadena de TV, todo en un período de seis meses. Fue un cuento de hadas que muy poca gente llega a experimentar, y yo sabía, hasta el punto que una persona de 23 años puede saber algo, que me estaba convirtiendo en algo grande. Iba de reunión en reunión con la alegría de Cenicienta en su baile.
Estas reuniones, casi siempre con hombres, estuvieron cargadas con actos de sexismo diario: asumían que yo quería hacer películas pequeñas y íntimas, ideas como que escribiera comedias enfocadas en “mujeres que tienen la regla al mismo tiempo y pierden la cabeza”, o que yo “sería realmente chistosa al lado de una mujer atractiva”. Hubo cenas que se hicieron demasiado largas, almuerzos que se alargaban al punto de tener que escuchar a ejecutivos hablando de sus problemas maritales y la constante insistencia de que yo debería, tal como sugiere mi trabajo, estár “dispuesta a todo” en la cama.
Donde me descargaba de todo esto era en el sillón de mi amiga y ahora compañera de trabajo Jenni Konner. Ella me contó historias igual de desconcertantes sobre su ascenso en la industria y planeamos un nuevo mundo para nosotras. Imaginamos sets comandados por mujeres, hombres que no estuviesen constantemente pensando en pasar por encima o pagando menos, una empresa donde las mujeres pudiesen crecer hasta donde les plazca, y por supuesto escribir guiones que cambiaran la forma en que era percibida la identidad femenina.
Le diriamos a cualquier hombre que pensara que eso era una invitación a tener sexo que fuera a comerse un zapato. Los hombres, como los que hemos trabajado, como Judd Apatow, el tipo menos sórdido de Hollwood, siempre nos trató con mucho respeto. La única experiencia aterradora que tuve con un productor fue con un hombre gay que trató de quitarme una cartera que me había comprado. Pero en general logramos hacer todo lo que soñamos e incluso más.
La semana pasada, salieron reportes de que Harvey Weinstein había acosado a mujeres durante casi 30 años, dejando más claro que el agua que no todas las mujeres en Hollywood han podido tener la suerte que tuvimos nosotras. El abuso, las amenazas y la represión han sido la norma para muchas mujeres tratando de hacer negocios o arte. Weinstein puede ser el hombre más poderoso de Hollywood que ha sido desenmascarado como un depredador, pero ciertamente no es el único. Su comportamiento, silenciado por décadas por colaboradores y empleados, es un microcosmos de lo que ha sucedido desde siempre en Hollywood y de lo que el acoso laboral es para las mujeres en todas partes.
Esto no es nada nuevo. Está Woody Allen, cuya hija lo acusó de haberla abusado de niña, todavía consigue que las actrices más jóvenes y atractivas trabajen con el.
Roman Polanski, cuyas víctimas siguen apareciendo, es considerado un visionario al que hay que defender. Hace poco un colega me comentaba que trabajar con él debe ser lo máximo. Y de hecho, el señor Weinstein promovió una carta en la que pedía que se retiraran los cargos en su contra para que pudiese volver a Estados Unidos.
Más allá de esos casos con nombre y apellido, ignorar el mal comportamiento es la norma entre los hombres en Hollywood. El año pasado fui acosada sexualmente por el director de un programa, no el mío, y no en un set, y la respuesta del medio fue defenderlo, cuestionar mi testimonio, y demorarse siglos antes de despedirlo del canal. Fue una estrategia basada más en una especie de lealtad ancestral y no por sus capacidades. Son esa clase de comportamiento los que que normalizan esos abusos de poder.
Las acusaciones contra el señor Weinstein, tan detalladas y completamente escalofriantes, parecen imposibles de discutir o ignorar. Inocentemente esperé que la resistencia de los hombres poderosos de Hollywood a rechazar estos comportamientos se iba a acabar con la salida a la luz de este secreto a voces.
Pero bueno, seguimos acá esperando que sus más influyentes colaboradores digan algo. Cualquier cosa. No sería solamente un gesto hacia las víctimas, sino también a todas las mujeres del mundo que están actualmente mirando de cerca a la industria. Ellas necesitan una señal de que no está permitido ese tipo de abuso de poder.
El otoño del 2016 actué en un show a beneficio de Hillary Clinton, organizado por la compañía de Weinstein. Había escuchado los rumores. Sentí que subir al escenario era una traición a mis valores. Pero quería tan desesperadamente que ganara mi candidata que lo hice. Ahora puedo decir que lo siento y eso no es un acto de cobardía. Es un cambio esencial de posición que podría cambiar también la forma en que hacemos negocios y la forma en que resguardamos a las mujeres en sus espacios de trabajo. Lo siento si estreché la mano de alguien que sabía no era un amigo de las mujeres en la industria.
Hombres de Hollywood, ¿Qué cosas sienten ustedes? ¿Qué cosas ya no aceptarán más? ¿Qué dirán para llenar el vacío y cambiar la norma? Están asustados porque escucharon los susurros pero aceptaron un papel o una posición o una copa de champaña o una palmada en la espalda? ¿Les da verguenza salir en una foto con él sonriendo ampliamente o haber recibido dinero de su parte para su organización, o te presentó a tu actual novia, o haber ganado una nominación al Oscar? ¿Creen acaso que esto es algo muy triste pero no es su problema?
Desafortunadamente, si son sus problemas. Es el problema de agentes que mandan a sus clientes a reuniones con un hombre que sabían que era un depredador. Es el problema de los productores que hicieron vista gorda. Es el problema de los actores que escuchaban los rumores pero que se quedaban en su trailers jugando videojuegos. es el problema de una industria que nunca dijó nada porque temía perder los beneficios de ser “amigo” de Weinstein. No es, como algunos han intentado argumentar, un problema de las mujeres que no se atrevieron a denunciar o quienes llegaron a acuerdos económicos con Weinstein.
El silencio de Hollywood, particularmente de los hombres que han trabajado cercanamente a Weinstein, solo refuerza la cultura que fuerza a las mujeres a callar. Cuando callamos, ahogamos a las víctimas. Cuando nos callamos, avalamos un comportamiento que ninguno de nosotros podría creer que está bien (a menos que crear que está bien). Cuando nos callamos, seguimos en el mismo camino que nos trajo hasta acá. Meter ruido es hacer cambios. Para hacer cambios es el por qué contamos historias. Y no queremos tener que contar historias como esta una y otra vez.
Hablemos más fuerte.
*Esta columna fue publicada originalmente en el NY Times