No es la primera vez que un medicamento se convierte en objeto de deseo fuera del contexto médico. Ya lo vimos con los ansiolíticos, con los esteroides y hasta con pastillas para dormir. Pero esta vez, el fenómeno viene con jeringa incluida y una promesa demasiado tentadora: bajar de peso, rápido, sin esfuerzo, y con el aval (aparente) de celebridades, influencers y hasta doctores de TikTok.

El nombre del fármaco es ozempic, y aunque fue desarrollado originalmente para tratar la diabetes tipo 2, hoy se está usando —y abusando— en contextos que nada tienen que ver con lo clínico. Incluso la versión ozempic 2 mg, pensada para casos más avanzados, ha comenzado a circular en mercados paralelos y grupos de reventa como el nuevo santo grial de la delgadez exprés. ¿El problema? El cuerpo humano no es una tendencia, y jugar con su química nunca ha sido tan fácil… ni tan peligroso.

Un cuerpo normado es un cuerpo validado

En redes sociales, los cuerpos cambian con las temporadas. Una cintura más marcada, menos brazos, más clavícula, menos cadera, más mandíbula. La estética se ha vuelto líquida y extrema, y quienes no pueden seguir el ritmo terminan buscando soluciones rápidas. En ese contexto, medicamentos como el Ozempic se transforman en atajos hacia una promesa de validación que parece estar siempre a un filtro de distancia.

Pero detrás de las transformaciones físicas hay efectos secundarios que rara vez se muestran en stories: náuseas crónicas, fatiga, pérdida de masa muscular, problemas gastrointestinales severos e incluso trastornos alimentarios que se gatillan o agravan por el uso no controlado del medicamento. Y eso sin contar con lo ético: cada dosis comprada sin receta es una dosis menos para alguien que realmente lo necesita.

¿La salud como colateral?

Que la delgadez extrema vuelva a estar de moda (hola otra vez, aesthetic 2000s) no es solo culpa de las apps ni de las Kardashian. Es el reflejo de un sistema que sigue premiando un tipo de cuerpo por sobre todos los demás. Y donde hay presión estética, siempre habrá una industria dispuesta a monetizarla.

Usar Ozempic sin prescripción no es un acto rebelde ni una estrategia de autocuidado: es una consecuencia. De la gordofobia, de la ansiedad digital, del miedo a no pertenecer. Y sí, también es un espejo incómodo que nos muestra hasta dónde estamos dispuestxs a llegar por caber en un molde que cambia cada año.

La conversación que sí necesitamos

Hablar de Ozempic no debería ser solo un tema médico ni un escándalo de farándula. Debería ser una puerta para abrir conversaciones sobre salud mental, cultura de la imagen, alimentación y autoestima. Porque más allá de los likes, los reels o la “transformación del mes”, hay una pregunta que sigue siendo urgente: ¿cuánto vale realmente un cuerpo delgado?