Por más que el protagonista se la pase toda la película queriendo conectar con alguien, su mente y la tecnología le juegan en contra para hacerlo.

En la gran tradición de las películas románticas adolescentes, nuestro protagonista se siente invisible ante sus pares y/o guarda un secreto que no le permite conectar del todo con otros. Son jóvenes cerebrales, que lo piensan todo mil veces, y por lo general, llegan a conclusiones que terminan entorpeciendo su camino más que aclararlo; chic@s con profundas desconexiones emocionales que no les permiten hacer el gran trabajo de conocerse a sí mismos. Todos hemos pasado por la adolescencia y sabemos que rara vez se logra ser ese humano completo, así que mucho de lo que ellos viven en la pantalla nos ha pasado en la vida. Menos la parte de ser muy atractivo, tener una familia sacada de Pinterest, que tus amigos sean Instagram ready o que tus prospectos amorosos sean hermosos físicamente.

Esta es la vida de Simon Spier (Nick Robinson), un chico en su último año del colegio, cuyo “secreto” es ser gay. Nadie lo sabe, ni sus amigos ni familia, y eso lo atormenta, porque le parece absolutamente injusto e innecesario (true) que por ser homosexual tenga que dar una serie de declaraciones a sus cercanos. Ir en contra de esta norma es lo más “revolucionario” que tiene Simon, que entre otras cosas, es un adolescente promedio con gustos muy refinados como los vinilos, tiene su propio auto, no pasa ningún mal rato económico. Su particularidad es ser gay en un pueblo del este de Estados Unidos donde parece que sigue siendo una anomalía serlo.

La verdad es que mucha de la paranoia de Simon está en su cabeza y es parte de lo que ha experimentado toda su vida en torno al deber ser, el miedo que siente al ver como el único homosexual de la escuela es molestado diariamente, pero que él los aleja con una lengua filosa que los deja en su lugar. La posibilidad de estar en sus zapatos le aterra e intenta mantener su actitud de chico relajado.

Su vida cambia cuando en la página de confesiones anónimas de su escuela, aparece un mensaje de un chico gay que tiene medio de declararse ante sus amigos y sus padres, y pregunta que quien quiera hablarle lo haga. Simon ve en esta oportunidad una forma de expresar por lo que está pasando y así ambos chicos, uno llamado Blue y Simon con el seudónimo de Jacques, comienzan a hablar constantemente por mail. La conexión es clara y eso hace que Simon fantasee con quien es su hombre misterioso, intentando reconocer en las caras de los chicos que conoce el dueño de su corazón. Todo se va al carajo cuando un compañero, Martin (Logan Miller) ve la sesión de Simon logueada en un computador de la escuela, lee sus correos y lo comienza a chantajear para que lo ayude a conquistar a su amiga Abby (Alexandra Shipp), amenazándolo con mostrar su correspondencia a todo el mundo.

Que alguien tenga el control sobre tu experiencia y tu vida es algo frustrante, porque nadie tiene derecho a contar tu historia por ti, y es fácil identificarnos con Simon por lo mismo. Pero también es imposible verle todo lo bueno cuando hace colapsar sus amistades en el momento en que más las necesita, y poner a su familia entre la espada y la pare por no saber controlar sus emociones. Si hay algo que te rompe el corazón en este film es como aquellos que pasan por un momento mental y emocional hunden sus redes de apoyo porque no son capaces de ver más allá; de ver que sucede cuando te quedas absolutamente solo por el mal obrar.

Debido a todo esto, toda la parte del romanticismo y el poder hacer realidad tu historia de amor queda en segundo plano. Por más que toda la película se la pase escribiéndole al misterioso Blue, en las palabras que salen de sus dedos al teclado Simon más que encontrar al otro se ve a sí mismo a través del reflejo de sus aparatos electrónicos, que le dan la valentía para mostrarle al mundo quien realmente es. Así, la película se configura como un ente casto, que deja en las sombras las urgencias del cuerpo y las ganas de conectar con otro ser en los espacios de la realidad.

Quizá no será Pretty in Pink ni Sixteen Candles, menos The Breakfast Club, todas del maestro del romance adolescente John Hughes, con adolescentes que más quieren sentir y conectar que estar metidos en su cabeza, y se parezca más a la comedia Easy A, pero es un triunfo para el cine LGBTIQ+. Es la primera historia de un chico gay que se cuela en el cine mainstream y está producida por un gigante de la industria como lo es 20th Century Fox que logró triplicar el presupuesto con el que se hizo la película en ventas de tickets, pero tiene mucho que aprender del film brasileño Hoje Eu Quero Voltar Sozinho, la holandesa North Sea Texas o la neerlandesa Jongens.

Love, Simon estará disponible en cines chilenos desde el 3 de mayo.