Dos semanas antes de que llegara la pandemia, Kenia, una perrita salchicha, llegó a la vida de la arquitecta chilena Scarlett Araya a cambiarle todo. En esos dos años que siguieron, de distancia social y encierro, ambas fortalecieron el vínculo de un hogar.
“Sólo me dejaban tener hamsters en mi casa porque no teníamos patio”, cuenta Scarlett Araya (34), arquitecta chilena, cuando recuerda su infancia en Ovalle. “Pero cuando nos cambiamos a una casa más grande y con jardín, comenzamos a tener perritos”.
Cuando llegó a vivir a Santiago, en medio de edificios, una ciudad ruidosa y contaminada, la en ese entonces estudiante universitaria, se despidió de su familia y la compañía de los animales. Y recién en 2017 Scarlett volvió a adoptar una perrita. Mientras el virus de covid19 se tomaba el mundo, la arquitecta le abría las puertas de su hogar y de su vida a una salchicha de 2 años.
El nombre que eligió para ella es singular: Kenia. País en el que vivió por cosas de trabajo: después de quedar cesante de un estudio de arquitectura, una amiga le propuso viajar a África y trabajar en ese país. Una oportunidad peculiar, pero que ella aceptó sin muchas expectativas. “Sentí que no tenía nada que perder, no tenía nada que me atara acá así que me aventuré”, cuenta.
A 11.000 kilómetros de su hogar, allí aprendió de una cultura totalmente distinta. Dice que en ese lugar le enseñaron a bailar y a que no le importara lo que el resto opinara de ella. “Allá cada uno se dedica a ‘disfrutar las cosas’, antes que preguntarse si está bien o mal, algo que no hacemos los chilenos”, recuerda. Para ella, esta experiencia la transformó de ser una persona tímida y reservada, a alguien más abierta y flexible.
Volvió a Chile en el 2017 y desde esa fecha ya pensaba en adoptar una mascota. Un fin de semana su hermano viajó desde Ovalle a la capital a visitarla y le comentó que adoptó a un perro salchicha para su sobrina y que sería una buena idea que ella adoptara a la hermana de la mascota.
Sin pensarlo mucho, y siguiendo su corazón, así como cuando tomó la decisión de dejarlo todo e irse a Kenia, aceptó convertirse en la tenedora de la salchicha. De hecho, el nombre de la animalita, es el mismo que el país africano. “En ese momento sentí que era el destino, Kenia es muy importante para mí y sentí que era una señal para nombrar así a mi compañera”.
“No quería dejarla sola ni un segundo así que antes de irme a la oficina le decía que iba a volver muy pronto y me escapaba todas las horas de almuerzo para venir a verla”. Scarlett mientras trabajaba solo pensaba en su compañera sola en casa en qué estaría haciendo o si se sentía muy sola sin ella. Luego de dos semanas en esta rutina llegó la primera cuarentena. “Estaba contenta porque ahora podía trabajar desde casa y estar siempre con la Kenia”. Ambas crearon una nueva rutina en donde Scarlett se levantaba a trabajar con la Kenia siempre sobre sus piernas, tomaban desayuno y luego jugaban en las noches antes de dormir.
Así vivieron estos dos años, donde pasaron cumpleaños, fiestas, penas y alegrías. “En los momentos difíciles del encierro lloraba y la Kenia siempre estaba ahí limpiándome las lagrimas, somos una familia y nos acompañamos mucho, me cuesta concebir un plan sin ella, me acostumbre a que fuera mi vida solo con ella”.
Hoy en día Kenia trata de acostumbrarse a las visitas, ver otros humanos es una nueva rutina que está aprendiendo, “siempre que llega alguien de visita lo mira con recelo y ladra preguntándose ‘¿Quién es esta persona?’. Trato de explicarle a las personas que la Kenia casi no ha tenido contacto con muchos humanos, sólo conmigo y que se pone muy territorial, pero de a poco lo vamos trabajando para que se acostumbre a la presencia de los demás.” cuenta Scarlett.
La nueva rutina de ambas no ha cambiado mucho desde que las cosas han vuelto a la nueva normalidad. Scarlett comenzó a trabajar de forma independiente y mientras dibuja paisajes, libros y revisa fotografías en su casa, Kenia, como desde el día uno, siempre está en el regazo de su dueña.