Una gata a todo terreno. Tras adoptarla con apenas dos meses y sin mucha preparación, Valentina Ilabaca partió desde Puerto Montt a recorrer la Carretera Austral por 25 días, en bicicleta. Un viaje que fortaleció su relación y les generó un vínculo muy especial. “Es heavy cuando tu mascota ya no es sólo tu mascota”, reflexiona la psicóloga. 

“Ahora es como mi compañera de vida”. 

Valentina Ilabaca (26) vive en Puerto Montt. Es psicóloga comunitaria en un centro de tratamientos de adicciones para mujeres hace casi dos años. En enero, una de las pacientes que asiste al recinto, dijo en una conversación de pasillo que su gata había tenido gatitos, y ella no dudó, porque hace rato que quería tener una gatita. Y justo quedaba una hembra, pero no se comprometió del todo. 

Días después llegó la paciente con la pequeña felina, que no superaba los dos meses. Valentina aún no compraba ni correa, ni una mochila, entonces se la puso en sus hombros, mismo lugar donde Luna Lihuén escucha como su humana da esta entrevista. 

Le puso “Luna” por su “vinculación con los ciclos del mundo femenino” con el que ha trabajado últimamente. Y Lihuen, porque significa “luz” en mapudungún y quedaba como una buena combinación de nombres. 

Le sacó las garrapatas y la instaló en su hogar, para empezar su vida juntas, sin embargo, la compañera con la que vivía Valentina no se la hizo fácil. “Tuve  un drama, porque ella no le dijo a su pareja -que era alérgico a los gatos-, entonces me llevaba a Luna conmigo a la pega, pero cuando volvía nos encerrábamos”. 

Aunque esa no fue la mayor complicación. Desde septiembre del año pasado, Valentina tenía planeado irse en febrero a recorrer parte de la Carretera Austral en un viaje de 25 días en bicicleta. Pero con una gata, cambiaron todos los planes. “Dudé si me iba o no, porque no tenía con quién dejarla. Mis amigas de acá tienen perros o trabajan, e igual era tan chica, que era mucha responsabilidad para alguien. Pero ese primer mes juntas fue tan apegada, que no la podía dejar sola”. 

Finalmente, se decidió por llevarla y a las compras del viaje se agregaron una mochila de mica con hoyitos (especial para gatos), y una parrilla que puso sobre la rueda delantera de su bicicleta, donde podría llevar a Luna para poder mirarla mientras pedaleaba. Y partieron. 

Los primeros desafíos fueron en el bus desde Puerto Montt a Quellón y en la barcaza que tomó desde ese pueblo hasta Puerto Chacabuco. Normalmente, en estos transportes está prohibido acarrear animales o hay que llevarlos sedados, por lo que Valentina tuvo que esconderla varias veces. “Pero ella igual cachaba. Yo la escondía, y se aguachaba no más”, recuerda. 

Si bien en Puerto Montt la llevaba todos los días en bicicleta por 40 minutos hasta su trabajo, esto era distinto. Valentina en su recorrido pedaleaba entre 30 y 40 kilómetros por día, entonces ambas pasaban horas arriba de la bici. Y al principio le costó mucho, recuerda la humana.

En el camino la clave fue la paciencia y poco a poco fue entendiendo que le acomodaba más a Luna: ponerla en la parrilla delantera solo para los caminos de asfalto, darle comida temprano y dejarla que hiciera sus necesidades mientras preparaba las cosas, entender los diferentes llantos para saber a qué se refería, entre otras cosas. “Fue un aprendizaje constante todo el rato”. 

El viaje juntas creó un vínculo muy especial. 

Me sentí muy como el punto de orientación de la Luna. La relación se hizo mucho más profunda e intensa, ya que nos buscábamos mutuamente. Siempre la llamo con sonidos característicos y su nombre, y en el viaje la dejaba libre cuando no había gente alrededor. Entonces si se alejaba mucho o se oscurecía, yo ponía una voz más de urgida, y ella aparecía al toque. O cuando ella no me veía, me lloraba. O en la misma carpa, como jugábamos adentro -sobretodo si llovía afuera o ya era de noche-, ella dormía en el saco conmigo. Y así se van armando códigos, creo yo, empezó ahí a despertarme con besitos en la cara, y es algo que ahora sigue haciendo”. 

Fama felina

Ver a una mujer andar en bicicleta con una gata no es algo convencional, por lo que en la Patagonia se empezó a correr la voz. 

Cuando comenzó a dar la vuelta al Lago General Carrera -y se unió al viaje Nicolás, su pareja actual- un perro los siguió corriendo al lado de sus bicicletas. “Si parábamos, él nos esperaba, y respetaba mucho a la Luna, solo la quiso oler”, recuerda. Recorrieron kilómetros y finalmente parecían una familia que viajaba con sus mascotas: compraron comida para el perro y siguieron algunos días con él, porque nadie lo reclamó y estaba solo. 

Sin embargo, una señora de Cerro Castillo que había conocido en el viaje, la llamó preguntando por el perro. “Me contactó cuando yo estaba en Chile Chico. Y me dice ‘oye, es que nos llegó un mensaje a un grupo de aquí de la zona’ y me reenvió el mensaje. Decía algo como ‘se perdió mi perro. Se fue al lado de dos ciclistas y una de ellas llevaba una gata en la espalda, en una mochila’. O sea, ¡más fichada no podía estar!”, cuenta riéndose Valentina. Por supuesto, devolvieron el perro a sus dueños sano y salvo. 

También la reconocían otros ciclistas que se encontraban en la ruta, e incluso le pedían fotos por lo curioso de la historia. 

Mientras Valentina cuenta todo esto, Luna sigue instalada -ahora durmiendo- en sus hombros con la cola colgando. 

“Le transmití que encima mío era como su lugar de protección, o encima de la bici. Es muy chistoso, pero tengo videos donde por ejemplo estoy cocinando y ella llega y me escala. Lo fue aprendiendo en el viaje también. Yo le enseñe que ese es su lugar seguro, porque igual aparecían perros u otros gatos, entonces le transmití que cada vez que ella se enfrentaba a una situación así, me la ponía acá o le facilitaba para que me subiera”. 

¿Volverías a viajar con ella?

“Sí, todo el rato. Me pasa que, sobre todo después del viaje, ya superé esas barreras, a menos que me las pongan otros, como de que no me dejen llevarla. Es mi compañera y lo somos mutuamente, entonces no me siento cómoda dejándola. Y siento que parte de mis preocupaciones al partir era de no hacerla sufrir: pensaba que igual estaba sometiéndola a un ritmo mío, a algo que yo quiero hacer y yo no sé si si ella lo recibiría bien, le gustaría o no, lo pasaría mal… Por eso trataba de darle los mejores momentos pausando, no haciendo el viaje tan alocada. Pero igual me di cuenta que se puede. Después cuando fue tomando el ritmo se notaba que ya aprovechaba la mochila para dormir, e incluso para limpiarse. 

Y también pasando esta prueba del viaje, en nuestra casa ella ya sabe que tiene un espacio, que está en su su casa y que la pieza en nuestra pieza y que ella tiene su camita ahí. Habría que ver cómo hacerlo (su mochila de viaje pronto le quedará chica), pero yo en verdad andaría para todos lados con ella. Es heavy cuando tu mascota ya no es sólo tu mascota. Cómo que ya es parte de mí”.