¿Qué es esto? ¿Un original o una copia? Preguntas fundamentales de un libro que transita por abstracciones filosóficas, problemas científicos e incluso cuestiones de geopolítica.
Copia o muerte plantea debates cruciales sobre acceso, censura, vigilancia, patentes, crisis climática y postcapitalismo. La voluntad por abordar estas materias está motivada por presentar al lector un texto que lo ayude a situarse en la llamada “sociedad de conocimiento” y tomar posición frente a la actual urgencia climática.
No son muchas las publicaciones que pretenden incidir en la realidad- en las vidas concretas de sus lectores- sin recurir a decálogos autoritarios ni a recetarios burdos, y tampoco es frecuente que un ensayo político- porque este libro es sobre todo un ensayo político – acepte toda clase de preguntas, en especial las que provienen de la ciencia, de la filosofía y de la literatura.
El libro “Copia o muerte” está firmado por Paula Espinoza el Giorgio Jackson. El prólogo estuvo a cargo de Alejandro Zambra y te lo presentamos en exclusiva.
Al final del texto de Zambra viene una invitación al conversatorio “Y nosotras, cuando?” donde van a estar Paula Espinoza y Constanza Michelson. Es este sábado y está toda la info en el flyer.
“Que Dios nos guarde como PDF”.
Robin Myers
Por Alejandro Zambra
Este libro no elude las contradicciones, por el contrario: las busca, las colecciona, las pone en escena, y si bien no renuncia al deseo de explicarlas, lo que los autores de Copia o muerte verdaderamente intentan es convencernos de jugar el juego, y de jugarlo en equipo, en plural. Porque no se trata solamente de salvar el propio pellejo, de legitimarse, de encontrar una coartada que nos asegure unas decenas de likes o un más o menos tranquilizador depósito a fin de mes.
Me parece importante destacar el sentido colectivo de este libro, su espíritu polémico y reflexivo, porque es inhabitual. No son muchas las publicaciones que pretenden incidir en la realidad —en las vidas concretas de sus lectores— sin recurrir a decálogos autoritarios o recetarios burdos, y tampoco es frecuente que un ensayo político —porque este libro es un ensayo político— acepte toda clase de preguntas, en especial las que provienen de la ciencia y del arte, sobre todo de la literatura.
Los autores de este libro consiguen capturar la imparable ambigüedad del presente. La sensación de que nos pasamos la vida tomando decisiones con nuestros teléfonos, lidia con la evidencia de un periodismo a decir lo menos pauperizado, que en nuestro país sobrevive a duras penas gracias a unas excepciones contadas con los dedos de una mano (y tal vez sobran un par de dedos).
Los medios tradicionales desaparecen, quedan dos diarios o dos diarios y medio, y unos cuantos reporteros que de vez en cuando consiguen pasar sus goles, y otros tantos columnistas de verdadero talento que consiguieron hacerse un espacio y que enfrentan con valentía sus propias contradicciones.
Porque están ahí para construir la ilusión de pluralismo, de objetividad: les pagan por rebeldes, como cantaba Jorge González, y ellos lo saben y sin embargo se las ingenian y persisten. No es fácil informarse, para nada, para nadie. A quienes vivimos fuera, por ejemplo, la falta de empanadas nos expone al riesgo de idealizar Chile y construir un país a nuestro antojo, a la medida de nuestro timeline.
En la disyuntiva entre membresías y muros de pago, los medios chilenos han preferido la segunda opción, así que hay que pagarles o bien transformarnos en expertos del F5 y los pantallazos, como si fuera un delito querer leer la revista Sábado o enterarnos qué tan mercurial amaneció el resto de El Mercurio (o cuántas páginas le quedan al pobre Artes y Letras).
Hay buenas noticias, en todo caso, como la aparición de este libro y de otros libros y las hordas de periodistas y escritores que sueñan parecido, aunque no siempre se juntan y hasta a veces se agarran por tonteras. La tentación de convertirse en chinchineros es alta.
Hay no sé cuántos medios unipersonales levantados por sacrificados héroes del multitasking. Los autores de este libro celebran y promueven esa voluntad de autonomía a la vez que sospechan razonablemente de los “intermediarios”.
¿Pero quiénes son esos intermediarios? ¿Los editores? ¿Los jefes de los editores? ¿Los jefes de los jefes de los editores? ¿Cuánta gente sabe en Chile en qué consiste el trabajo de un editor? ¿El editor es como un gendarme o como un oficial de aduana o, por el contrario, como uno de esos amigos paleteados que leen tu poema veinte veces y encima están dispuesto a quedarse en la penumbra, a no figurar ni en los créditos?
El negocio de la música se fue a las pailas hace años y los grupos de rock tuvieron que multiplicar las tocatas, recorrer el mundo, dar conciertos hasta en lugares exóticos, como Chile, o sea que el público ganó, es casi un final enteramente feliz. Pero los escritores no damos conciertos o no cobramos entradas a los conciertos, a los que por lo demás no va casi nadie.
Nuestro trabajo es menos solitario de lo que parece, pero igual es solitario. Hay unos pocos colegas vargaslloseando en los diarios o baraditeando en la tele pero el resto es casi pura precariedad. ¿Entonces la solución es avisparse y darle rienda suelta al autobombo? ¿Retuitearlo todo, darle las gracias a los auspiciadores, obedecer a los coolhunters, pasarse horas en Goodreads para por fin escribir lo que supuestamente la gente quiere leer?
Un joven escritor gringo aspira a ver sus cuentos publicados en las numerosas revistas literarias estadounidenses y es una meta vinculada al prestigio, pero también al dinero, porque han aprendido que escribir es un trabajo y que los trabajos se pagan. El joven escritor chileno, en cambio, vive en un país donde la única revista literaria es la que acaba de armar con un amigo que se consiguió una impresora láser, así que escribe sus cuentos por pura terquedad y pasión: escribe porque no puede evitarlo, porque algo busca a través de la escritura, algo que ni siquiera sabe bien qué es (solo puede saberlo escribiendo).
Y sin embargo no creo que la literatura estadounidense actual sea mejor que la literatura chilena. Los escritores chilenos trabajan todos los días, pero a partir de las once de la noche, después del trabajo “verdadero”. Y claro, los domingos. Chile es país de escritores de domingo y hay belleza en esa precariedad, pero también frustración, descontento, tristeza. No estoy seguro de que la exhibición inmediata, pública, generalmente autoafirmativa de las redes sociales pueda competirle a la honestidad de un poema garabateado a las dos de la mañana o a la queja deliciosamente terapéutica y arbitraria de un diario de vida.
Son palabras manoseadas, yo lo sé: honestidad, compromiso, trabajo, poesía, comunidad. Pero sólo redefiniendo estas palabras, discutiéndolas de nuevo, recuperando aliento, la lucidez y el humor comenzará a ser posible rearticularlo todo. Hacia allá se encamina este libro.