A dos semanas ya de las fiestas de fin de año, las celebraciones en familia, besos y abrazos de Año Nuevo, volvemos a nuestras rutinas y muchos comienzan a sentirse dejados de lado o aislados. Para algunas personas se trata de una melancolía pasajera, pero para otros resulta algo más serio.

De vez en cuando, todos experimentamos soledad, pero la mayoría no sabe que puede desencadenar patrones de respuesta evolutivamente determinados que socavan nuestra habilidad a conectarnos con otros y se crea un círculo vicioso de dolor y aislamiento. Hace poco te contábamos acerca del estrés, como una reacción natural de defensa, pero me parece heavy cómo herramientas naturales, a veces, se terminan volviendo en nuestra contra. Claro, el tiempo en el que vivimos influye harto.

Los animales (desde los peces a los humanos) que se encuentran en la periferia de los grupos sociales son más propensos a los depredadores. Estar en este tipo de peligro genera que el animal entre en un modo de pensar llamado de hipervigilancia, lo que le alerta de posibles amenazas. Estas pueden ser de carácter social, lo que vuelve al sujeto más irritable de lo normal.

Una vez en estado de hipervigilancia, experimentamos rechazo a cualquier compromiso con cualquier persona. Cualquier signo de falta de interés sale a relucir, por ejemplo que no nos contesten una llamada o un mensaje, se vuelve una señal de que no importamos a la otra persona. Una mala cita parece significar que estaremos solos por el resto de nuestras vidas. Terminamos por descartar cualquier evidencia o argumento que nos permita abrir los ojos ante nuestros miedos.

Aunque estos patrones de respuestas distorsionadas aumentan el dolor de la soledad, también tienen un propósito. Como profesor de la Universidad de Chicago, John Cacioppo da cuenta de la evolución positiva de este sufrimiento que nos incita a tomar acciones para reparar las relaciones intimas, ya que sin ellas nuestro dormir, salud y longevidad (sin mencionar nuestra felicidad) se verían devastadas. Sin el dolor de la soledad, tal vez nos olvidaríamos de aquellas conexiones sociales que son fundamentales para nuestro bienestar. Pero tal como la aspirina sana en pequeñas dosis y es nociva en grandes cantidades, demasiado aislamiento puede tener consecuencias mentales y físicas serias que elevan los riesgos de traumas sociales al punto que alguien podría hacerse más aversivo y casi imposible de sobrellevar.

La hipervigilancia nos hace sentir que los aspectos negativos de las interacciones sociales superan a los aspectos positivos, por lo que el comentario mala onda de un amigo es más importante que las dos horas de tiempo ameno que pasamos con él. Bajo esas circunstancias, parece imposible que alguien valga la pena –incluso aunque tengamos los deseos de llevar una buena relación. Así de mal, cuando nos sentimos solos y consecuentemente bajo amenaza, estamos a la defensiva, desconectándonos de la empatía que nos permite comenzar una relación positiva con otras personas y nos privamos de nuestras habilidades sociales cuando más las necesitamos. Tristemente, estas respuestas pueden estar gatilladas incluso por aquellas personas que amamos, cuando nos sentimos rechazados.

No se trata de la cantidad de conexiones sociales lo que determina la soledad, sino que la calidad de ellas –incluso un amigo cercano podría ser suficiente para nuestra vida social, mientras que cientos de otras relaciones superficiales o incompatibles podría exacerbar el aislamiento. La cúspide de las relaciones solitarias está en un relacionamiento con una persona con la que no nos sentimos genuinamente conectados.

La soledad puede superarse con ayuda externa, pero se parte con no volvernos vulnerable a otras personas. Desafortunadamente, una vez que se cae en las redes de la hipervigilancia, cada intento por iniciar una conexión social puede verse saboteada por nuestra sensibilidad al rechazo. Debemos aprender a ser conscientes de este proceso y no dejar que nos controle.

Para lograrlo, necesitamos tener muy en cuenta que el sentimiento de soledad nos hace ver las cosas con un lente diferente y filtra lo que experimentamos e interpretamos como interacciones sociales por lo que debemos aprender a reflexionarlo. No se trata de que vivamos la vida con una ignorancia optimista, desconociendo los peligros, sino que escudriñar nuestros miedos y presunciones. ¿Acercarse a un grupo de extraños en una fiesta parece como adentrarse en un ritual de torturas? Siendo honestos, ¿qué es lo peor que podría pasar? ¿Hacerse de un amigo no vale la pena unos minutos de incomodidad?

A diferencia de los peces que mencionaba al inicio del artículo, nosotros tenemos el enorme poder de manejar nuestras experiencias y decidir como las enfrentamos. Cuando la hipervigilancia las define, vemos rechazo y ataques en cualquier parte, con las respectivas ganas de volver a nuestra cama y quedarnos encerrados. Sin embargo, si logramos dejar esta forma de ver las cosas, nuestras habilidades y la empatía nos permitirán ver que es posible que una de las personas de ese grupo en la fiesta, también es solitaria y que necesita un poco de nuestra amabilidad. Cambiar el foco de nuestros miedos y sentimientos de dolor hacia la amabilidad y receptividad puede ser el primer paso para dejar atrás el aislamiento y encontrar la comodidad y alegría que todos buscamos.


 

Este artículo apareció antes en Science del Huffington Post.