La mestiza ha acompañado a Dora en muchas oportunidades. En espacios de soledad, cuando encontró a su actual pareja, cuando no pudo maternar e incluso cuando el matrimonio se contagió con covid. Hoy ambos dicen que ser sus padres es lo mejor de sus vidas. Esta es la historia de cómo dos personas y una perra formaron una nueva familia. 

Fotos por Camila Castillo Ibarra.

Queda poco menos de un mes para que Luzita cumpla 9 años, justo la noche de Navidad. Usando un vestido rosado espera a que su tenedora, Dora Espergel (45, La Florida), le traiga las zanahorias que suele comer picadas a las 19. Una vez que termina de comer ambas suben a la habitación de la dueña del hogar y se acuestan, cada una en su respectiva cama. La de Luzita es una réplica casi exacta del colchón de la humana, y tiene los mismos peluches e incluso la piecera (versión miniatura). “No es solo una perrita, sino que se convirtió en una hija para mí”, explica.

Cuando llegó a la casa era una perrita de color café claro y muy pequeña, no pesaba ni 3 kilos. Apenas la vio supo cómo la llamaría: Luzita, con ceta. “No quería ponerle nombre de perro porque era una pequeña humana y le puse mi segundo nombre (Luz) para que nadie se enojara por usar el suyo para un perrito”, cuenta entre risas.

Incluso, la propia Luzita, ayudó a su mamá a conseguir pareja (y ella un papá): cuando tenía cinco años, la secretaria sacaba a la perra a hacer pipí y, a un par de cuadras, Luzita iba al baño en la esquina, justo donde vivía Daniel Ulloa (42), actual esposo de Dora. 

“Es que la Luzita me dijo: ¿Sabís qué? La has cagado tanto que déjame elegirte algo ahora”, comenta Dora, “Lo eligió y dijo: ´Mira, sería buen papá´”.. Para el matrimonio es complejo hablar sobre parentalidad. “Quedé embarazada y no fue viable. Pero nos quedamos con ella”, cuenta antes de tomar a Luzita en brazos para darle un beso.  

La rutina de Luzita no es como la de cualquier perra. Daniel la desglosa así: “despierta, se estira haciendo yoga, le lavamos la cara y espera en su almohada a que yo le traiga el desayuno mientras le doy un poco del mío”. Ella no come hasta que hasta que ambos están haciéndolo, cada uno en su respectiva mesa porque sí, Luzita tiene una réplica de una mesa en miniatura donde ponen su plato. Y también, cuando van a comer los tres, la sientan en una silla especial para que puedan estar juntos en el mismo tablón. 

Precisamente la comida es un gran tema en la familia. Cuando Luzita tenía cinco meses empezó a vomitar el alimento que le daban. “Después de tanto exámenes que le hicimos probamos con distintos tipos de carne, le sacamos el arroz y lo sustituimos por verduras, pero ni siquiera podía comer la comida envasada en tarros”, explica la tenedora, “Pero así descubrimos que tiene gastroenteritis crónica”. 

Debido a su alergia alimentaria Luzita tiene una dieta específica: come carne de equino (por su bajo porcentaje graso), con zapallo italiano, acelga y zanahoria cocida. “Una carbonada”, dice Dora mientras muestra el suculento platillo. Todas las semanas cocina y deja congeladas las porciones para los siete días. La perrita come tres veces al día, siendo su último bocado a las 19.30 máximo, cuando todos toman once en casa. 

Luzita no puede subir al segundo piso sin ayuda, por lo que cuando quiere ir a dormir a su cama rasguña el tubo de metal hasta que alguien la auxilia. Lo mismo pasa cuando tiene que ir al baño: ella sabe que hay que salir al patio y que tiene dos oportunidades durante la noche para despertar a sus ‘papás’ y pedirles que la lleven. 

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Y eso no es lo más regalón que hace. La mascota de ambos acumula tres bolsas llenas de ropa, que incluyen vestidos para distintas ocasiones, cientos de pinches y accesorios, como lentes y gorro para cuando salen a pasear en bici; una de sus actividades favoritas junto a la ida a la feria para ladrarle a los perros que triplican su tamaño desde la comodidad del carrito de sus dueños. “Ahora vamos a tener que regalar un poco de ropa a otros perritos porque ya es mucho”, dice Dora riéndose mientras le pone los lentes a Luzita. 

Mientras Dora y Daniel nos muestran el patio, Luzita nos mira desde la puerta de salida, como si estuviera analizando qué hace un extraño en su baño. “Ella es muy territorial”, explica Daniel. Sobre todo cuando se trata de él. Dora cuenta que siempre intenta estar con su “papá” y que lo cuidó mucho cuando le dio coronavirus en abril del 2020. 

Cuando me dijeron que di positivo me dio pena porque en ese entonces era prácticamente una sentencia de muerte”, dice Daniel antes de quedarse en silencio y que Luzita le lama la cara para sacarle una sonrisa. Durante las semanas en que tuvo que aislarse en una pieza de la casa la perrita lo seguía, lo acompañaba a dormir y no se despegaba de él. Lo mismo pasó cuando Dora recibió su examen, también positivo. 

Pese al mal rato que vivieron, los dos están sanos hoy y felices de que Luzita los acompañó. Ambos se miran y asienten cuando dicen que el único miedo que se parece al que sintieron esa temporada fue cuando la pequeña comió un pedazo de empanada de pino por accidente y casi murió. “Fue la primera vez que vi a Dora reaccionar así: la pescó y partimos al veterinario con la Luzita colgando lánguida”, cuenta el esposo, “pero cuando se le pasó, volvió a ser la misma chiquitita de siempre: con la talla a flor de hocico”.