La gatita sobrevivió a la calle, al ataque de un perro y a diagnósticos de salud negativos, pero la familia que ha construido junto a la ilustradora y tatuadora Claudia Alarcón es el lugar donde ambas se sienten seguras. Hoy también, como una familia alternativa a la establecida, celebran el amor que se entregan desde hace ya cuatro años.

Fotos por Camila Castillo Ibarra (@camilaconleche en IG)

“¿Qué te pasa Bob? ¿Por qué maúllas tan fuerte?”, le preguntó Claudia a su gato cuando apareció sobresaltado y apuntando en dirección al patio. Se asomó por la ventana del segundo piso y entendió que tenía que correr.

Apenas llegó al primer piso abrió la puerta y salió al patio. Lo primero que vio fue a su gatita Rayi, quien había caído desde la ventana por accidente. Estaba erizada e intentando escapar de los perros que habitaban el patio de al lado. “Luchaba por su vida y cuando corrí a tomarla, ambas teníamos el corazón acelerado”, recuerda la ilustradora y tatuadora Claudia Alarcón (35) cuando habla del accidente que considera, “uno de los momentos donde he tenido más miedo”.

Rayi, bautizada por la hermana de la ilustradora, llegó a su vida dos meses antes de aquel episodio, que no afectó su salud y que solo dejó como secuelas un colmillo que se asoma por su boca y una torcedura en la mandíbula. Sin embargo, Rayi ya tenía una pequeña malformación en su cara tras dos abscesos producto de rasguños de otros gatos. “Se le inflamó la cara como si tuviese paperas, pero la drenaron y quedó bien”, cuenta Claudia. 

Y la gatita no llegó sola: la primera en aparecer en el patio de la casa en la que vivía con su mamá en San Bernardo, fue Clementina, preñada de la pequeña Rayi y otros gatitos. 

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Todos fueron regalados, menos Clementina y Rayi. En casa de Claudia ya tenían algunos perros y ella temía que pudieran hacerle algo a la recién nacida, sobre todo después del accidente. Es por ello que su gata se acostumbró a vivir dentro de la casa. Además, la diagnosticaron con el Síndrome del Gatito, por lo que será pequeña eternamente. “No sé si habrá sido cierto, pero eso nos dijo el veterinario”, cuenta Clau mientras la mece entre sus brazos y la besa.

Desde esos días han pasado cuatro años y dos de ellos fueron en pandemia. Claudia aprovechó la fugaz disminución de precios en los arriendos para irse con una amiga a vivir en Providencia, para así estar más cerca de su trabajo en aquel entonces. Pero al poco tiempo su roomie se fue y se quedó con Rayi. Agradece la compañía de su mascota porque ya sabía cómo era vivir sola. “Lo hice hace muchos años y estuve muy mal”, recuerda, “Hasta que traje a mis gatas y me sentí en un hogar”. 

Hoy viven también con Clementina, quien al momento de la entrevista no estaba, “porque es nocturna”. Durante el día juega con su hija, come y se esconde si hay personas externas. Pero en la noche sale y el departamento es suyo para explorar y besar las manos de Clau hasta dormirse entre ellas. En cambio Rayi es más regalona: se acuesta de espaldas para que acaricien su panza apenas ve una mano acercándose. 

A Rayi le gusta dormir en el escritorio donde Claudia ilustra, sobre todo encima del teclado. Cada mañana la también tatuadora tiene que limpiar los pelos y las marcas de patitas. Claudia lo hace feliz porque sabe que es su compañía fiel. Y bien lo demostró los dos 14 de febrero pasados, cuando pasó las semanas previas ilustrando encargos de parejas para el San Valentín. De alguna manera ambas fueron su Valentín. 

Este año también lo pasarán juntas, pero además tendrán dos invitados estelares: su pololo y Limona, la gata de un ex jefe que Claudia suele cuidar durante el verano. Rayi actúa celosa cerca de otras hembras, pero con Limona es distinto, “porque al día ya recuerdan que son amigas”. La gatita adora a los machos de su especie y de la humana. Incluso Claudia cuenta que le gusta estar con ella y su pareja cuando están en el departamento, “pero sin ser tóxica”, dice riendo.  

Y para esta fecha Claudia no tiene que preocuparse de los regalos para Rayi; ella se conforma con poco. “Sus juguetes favoritos son las boletas”, dice antes de arrugar una en su mano y arrojarla, “Pero es tramposa porque corre antes de que la lance”. La gata ya había llegado al otro extremo del departamento antes de terminar esa oración. Y pese a que no tiene gustos caros a la hora de comer ni de jugar, “le compraré algo rico en San Valentín para celebrar”.