Y te podrás imaginar lo que eso significa un 11 de septiembre.

Soy hija de militar, mi papá era militar y crecí, en plena transición a la democracia, en una villa de blocks militares, así que gran parte de mis amigos también eran hijos de milico.

Me acuerdo de haber sido muy chica y que en la villa había un soldado (eran hartos, pero tenían turno) que se paseaba con un arma todo el día y toda la noche vigilando los blocks. De hecho, los soldados tenían una cabaña donde dormían y mi mamá no me dejaba acercarme ahí. Una vez en esa cabaña, un soldado le disparó a otro sin querer, yo no lo vi pero sí supe la historia. Creo que después de eso nunca más hubo soldados, o no sé en qué momento fue que los sacaron, pero esa casa se transformó en una bodega para los señores que hacían el aseo.

A pesar de crecer en un ambiente militar, no podría decir que tuve una mala infancia, para mí era muy normal ver fotos de Pinochet en el living de alguna amiga, veía a sus papás o mamás con sus uniformes y todos tenían el mismo look: los milicos con bigote, peinados con languetazo para el lado  y todas mis amigas tenían la misma mamá estereotipo de esposa de milico: señoras más o menos flacas, teñidas como medias rubio-ceniza, con olor a cigarro, chasquilla ochentera y bien pesadas (típica vieja facha mal educada). Mi mamá como era extranjera, no era así, la encontraba más bacán y me generaba curiosidad por qué mi mamá era tan distinta, encontraba que las mamás que hablaban español eran más pesadas y gritonas, todo lo contrario a la mía.

La “familia militar” siempre estuvo muy presente en mi vida: me entretenía siguiendo las líneas de colores del piso del Hospital Militar de Holanda con Providencia, en los veranos iba a la piscina del regimiento de mi papá, así que jugaba con, ¡sorpresa!, más hijos de milicos. Una vez acompañé a mi papá a una ceremonia o algo que no sé qué era, en la Escuela Militar, y me acuerdo que apareció Lucía Hiriart y todos se pararon a aplaudir y yo sólo pensaba en “oh, la señora de la tele”. En 1999, cuando Lavín era candidato a presidente, me acuerdo de haber ido a saludarlo porque obvio, tenía que ser el Presidente de Chile.

Lo que me salvó de no seguir siendo parte de este círculo, es que mi mamá nunca fue fan de esa especie de secta que tienen los militares y me metió a un colegio donde lo que menos había era hijos de milicos, de hecho, era mucho más de izquierda.

Estando en el colegio me di cuenta que existían los bandos, o eras de izquierda o de derecha. Yo me definía de derecha (qué vergüenza), porque obvio, mi familia claramente lo era. En mi curso éramos como cuatro de derecha no más, el resto eran todos de izquierda, tenía compañeros hijos de exiliados, habían apoderados que militaban en el Partido Comunista (de hecho ahora de adulta me enteré que la mamá de una compañera no le gustaba que se juntara conmigo por ser hija de milico) y la mamá de otra compañera era la encargada del proceso de reconocimiento de restos de Detenidos Desaparecidos en el Servicio Médico Legal.

A mis papás nunca les molestó que tuviera compañeros tan distintos y nunca me hablaron mal de ellos tampoco, nunca pensaron en cambiarme a esos colegios de puros hijos de milicos, que son un infierno lleno de clasismo y estupidez humana, que peleaban por los grados de sus papás y discriminaban según en qué villa militar vivías.

Siendo del bando facho de mi curso, como con 10 años, obvio que encontraba que Pinochet había salvado al país (?), me cargaba Gladys Marín y era de esas pendejas culiás que decían “Ahh claro Gladys Marín habla tanto del pueblo e igual va a Cuba y a otros países cuando se enferma” (básicamente yo era como un bot de Twitter, pero con 10 años. Tal vez todos los bots de Twitter son niños de 10 años escribiendo).

Al final, repetía lo mismo que me decía mi papá y le encontraba toda la razón, pero en el fondo de mi corazón, algo me causaba ruido… siempre que veía debates en la tele, encontraba que la gente de izquierda era más inteligente. Para mí, ser de derecha o de izquierda era como ser de un equipo de fútbol, nacías en un bando y a mí me había tocado nacer de ese lado, aunque más de una vez me preguntaba ¿Qué se sentirá ser de izquierda?

Muchas cosas me generaban ruido pero nunca les tomaba el peso, como cuando iba al regimiento donde trabajaba mi papá y habían unas cabañas. Me acuerdo que le pregunté por qué estaban ahí y me contestó “porque ahí viven los militares que están presos”. Yo no le contesté nada, pero sí me acuerdo que pensaba algo como “¿Y por qué están en cabañas tan bacanes y no como los otros presos que están en la cárcel?”. Años más tarde, viendo tele y reconociendo el lugar, caché que esas cabañas eran del Penal Cordillera y me dio una angustia horrible, me sentí rara, sucia y me puse a llorar, porque para peor: era el mismo lugar físico donde estaba la piscina donde yo iba todos los veranos.

Como a los 14 empecé a cuestionar la dictadura, el 2004 empezaron a aparecer más investigaciones sobre el Informe Valech y empecé a entender el significado real de lo que era ser un detenido desaparecido, el significado real de lo que eran las torturas, de la represión, de las violaciones a los derechos humanos por parte del estado. Ser de derecha no era algo bueno como yo creía, ser de derecha era vergonzoso y me di cuenta que a pesar de nacer en estos bandos, parece que sí se podía cambiar de opinión.

“Es que tú repites lo que dicen tus amigos”, “Te están lavando el cerebro”, “Es que tú no viviste en esa época” eran las frases que más me decían y que a veces me dicen hasta hoy. Transformarme en una persona “de izquierda” era básicamente ser tonta e influenciable.

Hoy, a pesar de amar mucho a mi familia y agradecerles siempre todo lo que me han dado, somos de pensamientos muy distintos, peleamos los fines de semana en los almuerzos y mi papá una vez me dijo que le daba pena haber criado a una hija para que terminara botando su voto a la basura (porque no voté ni por Kast o Piñera).

Conocer gente fuera de ese ambiente fue lo mejor que me pudo haber pasado, a veces pienso que tal vez si me hubiesen metido a un colegio de milicos ahora sería otra persona, tal vez este texto sería una oda al 11 de septiembre. Pero lo que sí puedo asegurar, es que unx sí puede cambiar de opinión, hay que pensar, estudiar, reflexionar y siempre, siempre, cuestionarse y entender lo que piensan nuestros papás para no repetir un discurso que realmente no compartimos. Al final, ser de derecha o izquierda no es ser de un equipo de fútbol como pensaba hace 20 años atrás.