Durante los primeros días de marzo se concretará la última arista que falta para que la Ley Dominga funcione en su totalidad: un protocolo de manejo clínico para el personal de salud, que se suma al aumento de tres a siete los días de permiso garantizado por el Estado para madres y padres que han sufrido la pérdida de un embarazo o un recién nacido, pero ¿es suficiente? Hablamos con un grupo de mujeres sobre el dolor de irreparable de una partida temprana.

“En diciembre siempre estoy triste. Tenía una amiga con la que teníamos el mismo tiempo de gestación, entonces ellos ahora tienen su guagüita y yo no tengo nada (…) Me quedé sin nada, sin recuerdos, sin nada donde poder llorar. Y eso duele. Me aferro a los recuerdos y a una ecografía. Y pese a que tengo dos hijos a mi lado, siempre me va a faltar uno”. 

Constanza Aguilera (31) pensó que estaba atravesando un desajuste hormonal. Pero un periodo irregular la movió a comprar un test de embarazo los primeros días de diciembre de 2017. El resultado positivo y lo que vino después, fueron semanas de tragedia. 

Frente a un sangrado inusual, decidió ir a un centro de salud privado donde el médico le dijo que su bebé no tenía latidos, algo que calificó como normal, pero entregándole un certificado que dictaba un diagnóstico completamente diferente: posible aborto.

Pero las cosas no se quedaron así. Junto a su pareja, Constanza acudió al Hospital Barros Luco, donde encontraron respuestas más claras, y además de confirmar el embarazo de cuatro meses, también confirmaron que -según el especialista- ella tenía un aborto retenido. Su bebé llevaba cerca de tres semanas muerto al interior de su vientre.  Conmocionada ante la noticia, Constanza no tuvo mucho tiempo para procesarlo y el doctor le dio dos opciones. O inducir un aborto con misoprostol o esperar a que el cuerpo lo expulsara. Eligieron la segunda. 

Sin embargo, tuvo que volver de urgencia al día siguiente por una hemorragia que no podían detener. El legrado o raspaje, era la solución según los especialistas. “Sentía como una batidora que me sacaba todo de adentro, pensé que me iba a morir”, cuenta.  Al otro día, sin su hijo y con el alta médica, los consejos al terminar este doloroso proceso fueron fríos: ‘vuélvalo a intentar en seis meses y si se siente muy mal vaya al psicólogo’.

La Ley 21.371, conocida como Ley Dominga, fue promulgada el 21 de septiembre de 2021, y gracias a ella, se establece un estándar especial en relación con el manejo clínico y acompañamiento a madres y padres que hayan sufrido una muerte gestacional o perinatal de un hijo o hija. Esto lo hicieron a través de modificaciones en las normativas que rigen al personal de salud, como también cambios en el Código del Trabajo.

La mayoría de las mujeres en la familia de Constanza (31) habían sufrido pérdidas y ella recién se enteró cuando pasó por la misma situación.

Para Constanza lo peor vino después. Al salir del hospital siguió haciendo su vida normal, llevando a su hijo mayor al colegio, que en ese entonces tenía siete años, y se hacía cargo de otro pequeño de casi dos. Pero su estabilidad no tardó en desmoronarse. Tras un mes de la muerte de su hijo comenzaron las crisis de pánico. No podía salir a la calle, ni siquiera a comprar el pan, por lo que tiempo después decidió buscar ayuda profesional. “La terapia me ayudó bastante a cerrar el proceso, porque antes no podía siquiera hablar del tema, solo lloraba”, cuenta.

Para ese entonces Constanza había renunciado a su trabajo para entrar a estudiar contabilidad. “Si hubiese estado trabajando, habría tenido que renunciar o tirar licencia una tras otra, porque yo no estaba física ni mentalmente preparada para entrar a trabajar. Las secuela más grave que tuve posterior a mi aborto fue una anemia severa, que incluso con dos transfusiones de sangre y suplemento de hierro continúa hasta el día de hoy”, declara. 

Justamente esta es una de las aristas que aborda la Ley Dominga, donde se modifica un artículo del Código de Trabajo aumentando de tres a siete días el permiso de duelo garantizado por el Estado en el caso de muerte de un hijo en período de gestación. Pero, ¿es suficiente?

“Piensa que tu útero queda destrozado y es imposbile que alguien se sienta bien en una semana, solo en los casos de abortos espontáneos la mujer queda sangrando por cerca de un mes, sumado a los dolores en el cuerpo y en tu corazón. Nadie puede”, dice Constanza. 

De acuerdo a cifras de la Asociación del Aborto Espontáneo de Reino Unido, en la actualidad, una de cada cuatro mujeres embarazadas vive la pérdida de su bebé en gestación y otro porcentaje pasa por la muerte de este durante el parto o en los primeros días de haber nacido. Y de eso puede dar fe la joven, quién alega que existe un secretismo con el que se trata el tema “Yo no sabía que en mi familia, todas las mujeres habían tenido pérdidas hasta que yo la tuve. Es un tema que no se habla”.

Junto a esto, Constanza hace hincapié en la falta de protocolo en los recintos de salud frente a estos casos, refiriéndose específicamente al primer médico que la atendió, “Yo creo que en esas condiciones que fui deberían haberme dado la miso (misoprostol), no mandarme para la casa y el tipo no quiso hacerse cargo simplemente”. 

Su caso y experiencia recalca lo precario y machista del sistema de salud, ya que a sus 19 años, tras tener a su primer hijo, había pedido ligar sus trompas de falopio para evitar así futuros embarazos, pero se le negó. Misma historia con su segundo embarazo. “Si me hubiesen operado no habría tenido que pasar por eso”.

Al preguntarle a Constanza cómo vive su luto a tres años de la muerte de su hijo, su voz se torna temblorosa y no puede continuar, se toma un minuto para respirar y las lágrimas comienzan a caer por su rostro.

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Antes del cambio de mando, que se llevará a cabo el próximo 11 de marzo, debería estar listo el protocolo que, gracias a la promulgación de la Ley, está desarrollando el Ministerio de Salud y que deberá implementarse en todos los centros de salud del país, ya sean públicos o privados

Este tiene como fin establecer un estándar especial del manejo clínico y acompañamiento a madres y padres que pasan por este proceso: La entrega asertiva de la información hacia los padres por parte de los profesionales de la salud, asistencia inmediata y seguimiento multidisciplinario con matrona, psicólogo y psiquiatra, identificación del nonato o neonato con nombre, peso, estatura, sexo y hora de nacimiento. Además de separar a pacientes que viven este proceso de las áreas de maternidad, la autorización de al menos un acompañante durante los procedimientos o solo el hecho de permitir mirar, acunar o tomar registros de foto o video del bebé. 

Para Ghyslaine Palma (27) la creación de este protocolo es de suma importancia, y así evitar que otras mamás tengan que pasar por lo mismo que vivió ella al perder a su hijo Agustín en octubre del 2020.

Ghyslaine (27) fue parte del grupo de mujeres que luchó por sacar adelante el proyecto Ley Dominga. Hoy la proclamación de esta Ley la siente como una victoria de ella y su difunto hijo Agustín.

El embarazo de Ghyslaine se comenzó a considerar de riesgo a partir de la semana número 13, debido a un par de factores como la resistencia a la insulina y el síndrome de ovarios poliquísticos que presentaba ella. Por eso el cuidado fue extremo desde que supo que estaba embarazada.

El trato que recibía al presentarse en las consultas en el Hospital San Juan de Dios durante su embarazo nunca fue el adecuado. “Por cada problema o duda, la única respuesta que me daba la matrona era ‘Anda a urgencias’ y al ir a urgencias me abrían la puerta y me recibían con un ‘¿De nuevo tú aquí?’”, cuenta.

Con casi 24 semanas de gestación y tras un par de episodios de infección urinaria, Ghyslaine asegura que en una toma de exámenes del mismo hospital se contagió con una bacteria que ocasionó el parto prematuro de su hijo, debido a la infección de su placenta que afectó directamente a Agustín. Ahí comenzó la pesadilla.

Llegó el momento de la inducción del parto y Ghyslaine, con los latidos del corazón de su hijo de fondo, estaba sola junto al personal médico, exigiendo que el padre de Agustín pudiera acompañarla, “Yo pedía a gritos que entrara mi pareja, les decía a los médicos ‘no voy a parir sin él’”, recuerda.

Según los profesionales el niño nació muerto y se horrorizaron cuando la joven accedió a tenerlo en sus brazos durante sus últimos minutos. “Yo creo que estaba agonizando y murió en mi pecho, ellos decían que eran espasmos, pero él movía su boca, sus manitos”, cuenta con un tono de voz muy dulce, mientras describe lo que sintió en esos momentos: “Tenía mucha pena porque sabía que era la primera y última vez que lo iba a ver y lo iba a tener ahí conmigo. No quería que terminara nunca ese momento. Pero igual fui feliz porque, aunque sea un rato, estuvimos los tres como familia”.

El procedimiento del legrado fue muy doloroso y la epidural la dejó sin sensibilidad en las piernas. “La pasé mal, porque aparte del dolor de saber que mi hijo no iba a estar conmigo y el malestar físico que sentía en ese momento, me dejaron en una sala donde veía a otras mamás con sus bebés recién nacidos paseándose o niños llorando y yo sin mi hijo” comenta.

“Luego llega una enfermera o matrona y me dice: ‘Si tú de aquí a 24 horas no retiras a tu hijo en una carroza, no lo vas a poder sacar y se va a ir a desechos biológicos’. Y yo tenía que estar dos días más hospitalizada, ¿cómo lo iba a hacer? Así que tuve que fingir que estaba bien y mentir, no me quedó otra opción para que me dieran el alta. Mis piernas no las sentía ni por si acaso y estuve así por cinco meses, pero en ese momento el resto del dolor pasó a segundo plano”, relata Ghyslaine.

Una vez realizado el funeral, las crisis de pánico fueron una constante en las noches y poco a poco fueron desapareciendo. Hasta que un nuevo episodio llegó a reabrir la herida. Al mes después del parto, una hemorragia llevó de urgencias a la joven al Centro de Salud Familiar de su comuna, donde volvió a ver su útero, pero esta vez vacío. “Imagínate lo que fue para mí que me hicieran revivir una ecografía después de la pérdida y que no esté mi hijo, fue lo más terrible”, confiesa.

Si bien el proceso del duelo cada madre lo vive de manera diferente, existen mujeres que se dedican a acompañar a aquellas que atraviesan por estos procesos. La Red de Doulas del Aborto está compuesta por varias mujeres que a través de la comprensión, el respeto y el amor, preparan y contienen a quienes las necesitan.

Francisca Godoy es una terapeuta ocupacional. Forma parte de la red hace más de dos años y cree que uno de los principales problemas actuales es la precarización del sistema y la falta de empatía con las familias y mujeres que enfrentan una pérdida o aborto. “Estamos inmerosos en una cultura machista y patriarcal, donde los duelos son invisibilizados, y los abortos, queridos o no, son callados y las mujeres tenemos que lidiar con lo oculto”, dice la doula.

En esta misma línea, Francisca cree que, si bien el problema radica en la falta de politicas publicas que vayan en pro de los derechos de las mujeres, como la educacion con enfoque de género o una salud digna, el esconder y no hablar de estos temas tampoco ayuda, “nos falta harta humanidad, empatizar, hablar de temas que han sido tabú, liberar a las mujeres de sus abortos, empezar a conversarlo, que se hable de la muerte gestacional, de los bebés que se han perdido y de los abortos, acompañar a las mujeres en esta experiencia” declara.

Quienes acuden a la red solicitando compañía, en su mayoría llegan por embarazos no deseados. pero existen casos de aborto retenido, abortos empontáneos y abortos por tres causales, sin embargo, todos significan una experiencia dolorosa y fuerte para quien la vive, dice Francisca, quien además agrega que dentro de las principales consecuencias de enfrentar un aborto sin apoyo y contención, las más importantes son las secuelas emocionales y espirituales. “Trae heridas que muchas mujeres cargan, por no poder hablarlo o no haberlo integrado. Son dolores y silencios muy grandes que pueden desencadenar en diagnósticos importantes de salud mental”, sentencia.

Francisca admite que, para ella, no existe un tiempo de recuperación y que ese concepto lo reemplazaría por el de ‘integrar’. “Hay que integrar un aborto o una pérdida en tu vida, con menos dolor y más amor”, y es justamente en este ámbito en donde ella como doula entra al juego y cumple su rol acompañando a decenas de mujeres que han necesitado su apoyo. 

“Es un regalo poder acompañarlas, como mujer lo agradezco, porque siento que es una misión de vida que tomo con mucho respeto y dentro de lo doloroso que puede llegar a ser lo veo con harta dicha. Siento que somos luces en la oscuridad y en la soledad de estos procesos”, dice con un tono esperanzador en su voz.

El aniversario de Agustín fue el hito de cierre de un proceso para Ghyslaine. Hoy, junto al altar con las cenizas de su difunto hijo, dice que logró entender la muerte de mejor manera.

Ghyslaine confiesa que nunca se le ofreció ayuda psicológica desde el hospital y ella tampoco la buscó, por un tema económico y porque sentía que era una lucha muy propia de ella, “de primera me hice la fuerte porque no quería medicamentos que aplazaran el dolor y con ello el cierre de este proceso”.

Tres meses después del fallecimiento de su hijo conoció la comunidad de Ley Dominga, un grupo de, en ese entonces, cerca de 70 mujeres que exigían una ley las ayudara a sobrellevar de mejor manera este dolor. “Pude conocer a muchas mamás y apoyarnos juntas. Había días en que no me daba para levantarme o bañarme y ahí estaba el grupo, pidiendo fotos para apoyar la causa o viajando al congreso para manifestarnos por la ley y había que levantarse, mandar la foto, viajar a Valparaíso. Esta fue mi ayuda, mi propia terapia, pude despejar mi mente y a hacer algo por mi hijo. Transformé el dolor en amor y aprendí a vivir con él”.

El aniversario de Agustín fue el hito de cierre para Ghyslaine, donde asegura que “pude entender la muerte de mi hijo de otra manera, no como un castigo como yo lo estaba sintiendo. Y literal al otro día sentí que lo solté, lo dejé descansar, está tranquilo”.

“Me da miedo volver a pensar en un embarazo, pero tengo muchas ganas, espero que sea más temprano que tarde. Pero hoy ya tengo claro que mi hijo venía con una misión, de luchar por esta ley y visibilizar esta problemática. Y ahora que ya está promulgada, ver que todo valió la pena, me llena el corazón”.