Apenas tenía 17 cuando un agente del Estado le disparó directo a la cara en 2019 y pasó a formar parte de los 1.314 niños, niñas y adolescentes vulnerados en sus Derechos Humanos durante el estallido social según cifras de la Defensoría de la Niñez. Además su nombre figura en la lista de los 34 chilenos que perdieron la visión parcial o completa. Y durante estos dos años, mientras padecía una enfermedad que casi le cobra el otro ojo, no ha recibido la asistencia de ninguna institución formal. Hoy sus palabras son duras sobre la Convención, los candidatos por La Moneda y dice que Chile está dormido, pero que todo valió la pena: “por un par de meses supimos lo que era la empatía”.
El 21 de diciembre Nahuel Herane estaba afuera de su casa en la Villa Portales participando de un cacerolazo junto a sus vecinos. Tenía 17 años. Minutos antes de devolverse a su vivienda, mientras se dispersaban las personas y se apagaba el fuego de las barricadas, llegó un carro lanza gases de Carabineros.
Del vehículo se bajaron dos uniformados y empezaron a disparar perdigones. De esos, dos le llegaron a la pierna, uno al brazo y otro directo al ojo izquierdo. Desde esa noche, Nahuel no volvió a ver. Y al menos, durante un par de semanas, apenas se levantaba de su cama para comer o ir al baño.
Él forma parte de los de los 1.314 niños, niñas y adolescentes vulnerados en sus Derechos Humanos y que hoy se dieron a conocer bajo el Informe Verdad, Justicia y Reparación: Estado de avance de las recomendaciones de la Defensoría de la Niñez a dos años del estallido social, el mismo documento que advierte la urgencia de crear una comisión de reparación para sus víctimas.
Hasta hoy, de su recuperación física y psicológica se han encargado sus papás, un taxista y una trabajadora social, porque ninguna institución formal se ha acercado a ellos.
Nahuel dice que la pandemia tuvo un impacto terrible en su salud mental: “Encerrarme fue dar mil pasos hacia atrás, porque me encerré en mis propios pensamientos: ´¿Por qué me pasó esta hueá a mí?`, ´¿Por qué siendo tan joven tengo que vivir esto?`, ´No quiero ver a mi familia pasándolo mal por esto`”, dice.
Meses después del disparo, el ojo derecho de Nahuel tuvo una oftalmía simpática, una condición donde el sistema inmune, según explica él, cuando ve que uno de los ojos no funciona, el otro empieza a enfermarse. “Me dio una uveitis, una inflamación, y con las gotas con las que la mantenía controlada, se me disparó la presión del ojo. Me echaba hasta 5 tipos de medicamentos al día. Y uno de los pronósticos era que iba a perder también la visión de ese ojo”, cuenta.
Después de un año y medio yendo a diferentes especialistas, finalmente le dieron de alta. “Sentía rabia, pena, enojo e impotencia: esto no era una enfermedad, ni un accidente, es culpa del Estado, de la acción de una persona que decidió dejarme con un ojo menos. En estos dos años nadie se ha acercado a mí. No hay reparación y todos los procesos médicos, dos operaciones entremedio, los ha costeado mi familia. Y ellos son los que siempre han estado conmigo, desde el minuto uno”
Ahora, justo cuando se cumplen dos años del estallido, y la Convención comienza a escribir el texto de una nueva Constitución, Nahuel -quien forma parte también de las 34 víctimas a nivel nacional con pérdida ocular- ya no es un menor de edad, participó del plebiscito y de las últimas elecciones y hoy le preguntamos si cree que todo valió la pena.
“Para mí siempre va a valer la pena. Todo valió la pena. Nunca me voy a arrepentir de lo que viví: estoy orgulloso de las evasiones, de lo que vino tras el 18 de octubre, soy más feliz que la chucha cuando recuerdo lo que vivimos esos días, de que el pueblo tomó la decisión de salir a pelear contra el sistema, contra lo que estaba establecido y que nos tenía enfermos. Pero desgraciadamente, ese Chile que despertó volvió a quedarse dormido”, dice.
“Yo tengo la fe puesta en que algún día el pueblo va a salir a la calle otra vez, porque esa es la única solución que hay. El poder sólo responde cuando exigimos lo que queremos y si se me tiene que ir la vida luchando, lo voy a hacer. Porque sólo cuando nos vieron con rabia, afuera, tuvieron miedo y por fin hicieron las cosas un poco diferente”, opina.
¿Cómo ves el panorama político hoy?
“Muy desalentador. Porque al gobierno lo salvó el Frente Amplio, Boric y la izquierda, quienes se dieron la mano con la derecha para salvar a personas que cometieron crímenes de Derechos Humanos, y a este sistema que estaba acabado y que sólo beneficia a unos pocos. Y particularmente, esos pocos son ellos. El proceso constituyente, para mí, es una farsa. Son los mismos de siempre, que buscarán los beneficios propios. Y si no salimos a exigir lo que queremos en esta nueva Constitución, ellos estarán haciendo lo que les dé la gana. Porque así es la clase política en este país: hacen lo que quieren hasta que nos ven afuera. Ante los escándalos que envuelven a la Convención a mi me da risa, porque no me sorprende. Cuando se dio a conocer el Acuerdo Por la Paz, uno intuía que sería un pacto que beneficiaría a unos pocos. Por eso, mis votos han sido nulos porque no creo en esto.
¿Cuándo se acaba tu lucha entonces?
“Parece que no muere. Yo voy a seguir ahí hasta que vea que terminará este sistema de desigualdad y eso no se hará en la urna. Eso no lo hará la Convención. Al parecer lo haremos nosotros mismos, pidiendo las consignas, las mismas que pedíamos cuando salimos en octubre. El presidente tiene que salir, está siendo investigado por colusiones, y tiene que ser juzgado por las violaciones de los DDHH, y con él, todos los que resulten responsables por lo que vivió el pueblo. El nuevo Chile tiene que vivir con justicia y con verdad. Y faltan muchos años. A veces creo que es sólo una fantasía mía y que viviremos con esa duda para siempre: ¿Quién me quitó el ojo?”
¿Entonces qué fue lo que valió la pena?
“Que aunque hayan sido un par de meses, la gente fue consciente de las injusticias y de que el sistema en el que vivimos está mal. Que genera más desigualdad y que nuestros vecinos, quienes están al lado nuestro, son personas iguales que uno, que pasan por lo mismo. Por un par de meses supimos lo que era la empatía y eso hace que uno vuelva a creer en los demás”.