Digámoslo: este es el peor remake del año y una traición absoluta a la versión original
Es confuso ver una adaptación gringa de un animé o un manga tan exitoso como Death Note. Una sensación similar, pero quizá no tan extrema, ocurrió este año con el lanzamiento de Ghost In The Shell, protagonizada por Scarlett Johansson, que tuvo a Hollywood debatiendo el “blanqueamiento” (whitewashing) de su rol principal, en un país donde el 5,6% de la población se identifica como asiática americana, según el Censo de 2010, y que perfectamente puedo haber elegido un actor de dicha etnia.
Más allá de la problemática sociocultural que atraen los remakes de culturas ajenas a la estadounidense, el recién estrenado film que recrea la historia original, lanzada como manga, serializado entre 2003 y 2006, y como un animé de 37 capítulos, de Light Yagami, un estudiante de media que encuentra un cuaderno con el poder de matar a cualquier persona cuyo nombre se escriba en él, es simplemente una pérdida de tiempo.
A menos que las imágenes gore que te muestran sean lo tuyo, ahórrate la hora y 40 minutos que dura.
De Light Yagami pasamos a Light Turner (Nat Wolff), un cabro bueno para las matemáticas que le vende las respuestas de las tareas a sus compañeros y que, además, le hacen bullying por nerd. A eso hay que sumarle que su mamá murió asesinada, entonces, cuando la Death Note cae en sus manos, su motivación principal es la venganza. Atrás quedó el Light japonés con delirios de grandeza que exterminaba asesinos, violadores y dictadores solo para ser Dios y nos lo cambiaron por una versión opuesta.
Porque lo que hizo Adam Wingard, director del remake y que se hizo un nombre en el cine de horror con películas como Pop Skull y You’re The Next, es una adaptación cien por ciento americanizada, aunque a él poco le importa lo que opines de su film. “La idea de los espíritus viviendo en el mundo es un concepto japonés muy viejo. De cierta manera, esta es una historia muy japonesa”, dijo Shusuke Kaneko, director de las primeras dos adaptaciones en live action que tampoco son de lo mejor pero que captaron el mensaje de la original. Aunque puede que eso sea lo bueno, que Wingard fue capaz de de retratar de la mejor manera a una nación de gente desilusionada y abatida por el sistema, que encuentra en la venganza su arma de defensa.
Quizá la mejor parte de los 160 minutos de película es la decisión de utilizar la voz de Willem Dafoe como el shinigami Ryuk, una especie de dios de la muerte y dueño de la Death Note. La película no pierde ningún segundo en mostrarte el mundo de Death Note, partiendo porque el cuaderno aparece en los primeros minutos y todo desde ahí es un caos en que nada tiene sentido, ni siquiera las acciones de Ryuk. En el manga simplemente era un espíritu aburrido que comía manzanas, que encuentra fascinación en la actitud meseánica del Light original, y aunque Dafoe y el diseño del shinigami son fieles al Ryuk japonés, su personaje es muy diferente esta vez solo toma el papel de malo.
En hacer de su protagonista un niño asustado con un sentido de la moral marcada, la versión 2017 de Death Note perdió su mayor cualidad: la de una historia de un joven que pretende hacer el bien exterminando lo peor de lo sociedad, incluso si eso lo convierte en un asesino en serie que jamás se ensucia las manos.