Yoga, flores de bach, conversar con los amigxs, fumar marihuana, ver series chistosas, hacer deporte. El estigma contra las pastillas antidepresivas y ansiolíticos ha promovido soluciones populares pero inadecuadas para personas que en realidad necesitan un tratamiento profesional.

Porque la salud mental debe tratarse igual que cualquier enfermedad crónica, que cualquier enfermedad terminal, que cualquier cáncer. La depresión también mata. Y en Chile, específicamente, mata a cinco personas al día.

Y porque es muy fácil criticar y ser un antipsiquiátrico cuando no tienes ganas de morir ni te dan crisis de ansiedad todos los días. Visibilicemos.

Esto no es un asunto tumblr. Tener depresión no es un momento poético de nuestras vidas; no es necesariamente tener pena. Tener depresión es luchar cada día para levantarte de la cama, no querer estar despiertx -pero tampoco dormir, por los sueños-, es no tener objetivos ni emociones, es vivir, por así decirlo, con tu alma media muerta.

Según un estudio de la OMS en 2017, 844 mil personas en Chile padecen depresión, y más de un millón tiene ansiedad. La Encuesta Nacional de Salud Mental más reciente reveló que en el país un 15.8 % de la población sospecha tener síntomas depresivos, y un 6,2 % está diagnosticada. Según expertxs, somos una de las generaciones más trastornadas y deprimidas de la historia.

Volviendo al título de este post, mi punto no es que por tener un trastorno psicológico o problemas para dormir debas tomar pastillas sí o sí. Hay otras formas de producir esos neurotransmisores que te hacen falta, incluso haciendo algunas de las cosas que mencioné al principio.

Hacer deporte es una de las mejores soluciones. Las terapias no medicinales poseen el objetivo de generar los efectos químicos que a nuestro cerebro le hacen falta: neurotransmisores que brindan bienestar.

En pocas palabras, un neurotransmisor es la molécula encargada de transmitir una señal sináptica entre dos neuronas. Existen muchos tipos. Las pastillas antidepresivas actúan sobre la recaptación de los tres principales neurotransmisores que intervienen en la depresión, es decir, la serotonina, la noradrenalina (norepinefrina) y la dopamina.

Con ayuda psicológica y una buena terapia día a día, se puede tratar la depresión -y otros trastornos psicológicos- sin ninguna receta médica. El problema es cuando simplemente, por un asunto químico que va más allá de tu voluntad, nada de eso da resultado. Y es en ese momento cuando sabes que necesitas pastillas.

Porque si no puedes producir tus propios neurotransmisores, comprarlos está bien.

El problema más de fondo es que en Chile comprarlos es caro; es que las farmacéuticas tienen un imperio lucrativo con las pastillas, es que no sabemos cuándo confiar en un psiquiatra. La salud mental en el país con más altos índices de enfermedades mentales de la región, es también de las más caras en el mundo. Causa y efecto en loop.

Entonces, el estigma de buscar soluciones alternativas para muchxs no es una opción “más hippie” o menos nociva, sino más bien una necesidad. Según el psiquiatra Alberto Larraín, director ejecutivo de Fundación ProCultura, la salud mental cuesta por lo bajo 300 mil pesos al mes.

Y en eso radica también gran parte del consumo irresponsable: “En los sectores populares el abuso de las benzodiacepinas está vinculado a las ferias libres –donde se venden y compran junto a frutas y verduras- a vista y paciencia de las autoridades”, señala el psiquiatra Rodrigo Paz.

Pero la reflexión de este texto está dirigida a otras personas.

Va hacia quienes sí pueden tener un tratamiento psiquiátrico, a quienes consumen pastillas con vergüenza y culpa. También a aquellxs que no lo hacen por el prejuicio que existe en contra de ellas y se encuentran estancadxs en sus patologías, sorteando tratamientos que no son suficiente.

También a quienes se automedican, a quienes no poseen un consumo responsable pese a tener los medios; a todxs aquellxs que han contribuido a la estigmatización de los medicamentos psicotrópicos. Y por supuesto a los psiquiatras que recetan sin necesidad, sin contemplar otras alternativas. Las pastillas son el último recurso.

Y ningún último recurso debe romantizarse.

Porque existe gente que las necesita de verdad. Negarlo es estar a la altura de un antivacuna.

Y oye. Ojalá algún día dejen de necesitarlas (y también ojalá algún día no haya más antivacunas).