Es sábado por la tarde y estoy bajo sábanas en el computador con isat de fondo, cuatro cojines bajo mi cabeza para lograr el ángulo perfecto en el que las muñecas queden apoyadas en el borde y sólo tenga que mover los dedos para teclear, estoy sin pantalones y sin sostenes pero me siento estilosa con una polera XL de batman que le pedí a mi mamá que me comprara en el Lider. Parece una escena indigna y decadente, pero acabo de pasar la mañana teniendo orgasmos metida en la tina y me estoy comiendo la manzana fuji más dulce que he probado. Si el fin del mundo fuera ahora, de seguro me iría contenta y finalmente de eso se trata todo, no?

Life

Anoche se casó la sexta de mis nueve amigas del colegio y luego de recibir una negativa al invitar al chiquillo que más me gusta de los que frecuento y sentir el mayor alivio que he sentido en mucho tiempo, descubrí que por fin había ganado la guerra a mi colegio católico y su castración creativa para la felicidad.

No me gusta eso de la pareja.

Soy, como diría Ozzy o Daniel Johnston, una loner. Una solitary man como diría Johnny Cash, un Lobo Estepario como diría Hermann Hesse. Y podría seguir nombrando referentes para no sentir que mi especie es una rareza que merece ser tratada pero amo tanto mi condición de solitaria que hasta ahí dejaré los ejemplos para los que aún no se atreven a salir del closet.

Claro que decretar mi esteparismo con tal certeza tuvo un camino largo y rocoso, demoré más de quince años en busca de mi identidad. Luego de huir confundida e inconsciente entre mucho llanto y error moral de una relación que podía llamarse normal – porque almorzaba los domingos con mis suegros– cuando el asunto se puso serio nivel altar, tuve una con un cuarentón miserable, luego con un colegial al que defloré y después con una mujer (sin contar el laaaaaaargo período en el que fui absolutamente devota a mi ducha teléfono). Cuando reparé en que mi compañero de tiempo tenía setenta y tres y mi lascivia había llegado a un silencio preocupante decidí detenerme a hacer el análisis, a abrazar la idea de que “tener veintiséis años y no saber aún si mi norte es formar una familia” en realidad no tenía absolutamente nada de malo.

Entonces llegué a lo que me atrevo a considerar un estado zen. La libertad absoluta que me otorga este entrenamiento ninja de trabajar lo que el moderno coaching considera la relación conmigo misma.

Y así, abrirle las piernas a mis hormonas me condujo a la tranquilidad de saberme enamorada todos los días e ir variando el nombre de mi enamorado. Desde Rocinante hasta Pelayo

Claro que eso implica cuidar mi cuerpo como un templo sagrado al que no puede entrar cualquiera porque ya entendí que hay gente que deja sucio y el tiempo la va poniendo a una cada vez más mañosa, así que llegar a la serena libertad abarcó también un largo período de sequía en el que buscar al amor de mi vida para mí se traducía en pedirle a gritos al universo una pareja sexual estable. Y así, abrirle las piernas a mis hormonas me condujo a la tranquilidad de saberme enamorada todos los días e ir variando el nombre de mi enamorado. Desde Rocinante hasta Pelayo.

Existe tantos y tan buenos ejercicios de soledad como puede ser leer, andar en bici, escribir, sacar fotos que a veces algunos que pueden ser compartidos (como escuchar música, ir al cine, bailar o caminar) se van haciendo cada vez mejores en singular.

Creo que el mundo sería un mejor lugar si dejaran de tomarse decisiones pensando en que lo están haciendo por “el otro”. No es necesario leer a Couve para saber que llegamos y nos vamos solos. No es necesario saber que los telescopios están hechos de espejos para entender que sólo se refleja bien siendo transparente. No es necesario observar a mi mamá viuda hace 11 años para entender que autosuficiencia no es sinónimo de hermitañismo. Siempre hay alguien con quien compartir.

Y claro también que existe gente que nació para compartirse. Mi hermana por ejemplo, es REALMENTE feliz con su matrimonio exclusivo con el único pololo que tuvo en toda su vida y sus tres hijos con los que comparte todo su tiempo. Y lo es, lo digo con certeza y sin asomo de duda alguna. El matrimonio es en ella LA FELICIDAD. Cuando éramos chicas y nos preguntaban qué queríamos ser cuando grandes; su primera respuesta fue “mamá” y la mía “monja” (obviemos el contexto y tomemos por monja el concepto espiritualidad) y ambas estaban bien. Somos no más dos variaciones de la especie.

No hay vacío que llenar, queridos. ¡A abraz/sar la libertad!