No todos los días se está bajo una lluvia torrencial usando mesas como paraguas, tragando litros de cerveza y nadando entre un mar de alemanes vestidos de tiroleses vomitando y peleando mientras intentas desesperadamente encontrar un baño.
Es la fiesta más famosa de Alemania y desde hace ya varios años que no solo se celebra en Munich, sino que en todo el mundo. Incluso en Chile, en donde se acostumbra hacer durante el mes de noviembre. Sin ánimos de comparar, son experiencias completamente distintas.
Llegar a Munich durante los días en que se hace la Oktoberfest es algo que se puede notar a los pocos minutos de haber llegado a la ciudad: las personas usan sus trajes típicos y lo puedes apreciar en el transporte público. Si bien existe un canon que se repite, lo cierto es que hay distintos tipos y estilos de dicho traje y muy lejos de creer que ellos se sienten ridículos usándolo, se puede percibir que lo llevan con total normalidad. De hecho lo extraño es no ver a alguien con su traje puesto, evidentemente la mayoría de aquellos somos nosotros, los turistas.
Llegué a las siete y media de la tarde en un vagón de metro lleno de gente vestida para la ocasión. Dicho metro lleno de personas sería solo un pequeño vaticinio de lo que vería ya dentro de Theresienwiese (o Prado de Teresa). El lugar donde se realiza la Oktoberfest.
Decenas, cientos, miles, cientos de miles de personas por todas partes. Todos, o por lo menos la gran mayoría, con su cerveza en mano o por lo menos ya bajo los efectos de haber tomado varias. Lo único que podrás encontrar acá para emborracharte son distintos tipos de cerveza que te la venden en grandes cantidades y que su grado alcohólico es de 6º aproximadamente.
¿Querías tomar solo un poquito de cerveza? Te has equivocado de fiesta.
Tomé mi primer litro en una de las mesas ubicadas afuera de las casonas (o carpas como llaman algunos). Me hice unos amigos, dos norteamericanos. Un hombre y una mujer bien simpáticos (muy norteamericanos) que estaban en las mismas que yo.
– ¿En serio eres de Chile? –me preguntó Channel– yo trabajé ahí hace un tiempo como CEO de una empresa.
Simpática, alegre y con un gran sentido del humor, Channel comenzó a contarme un par de cosas que, digamos, le molestaron un poco de Chile. “Como soy negra, cada vez que compraba un mueble en Falabella o París, me preguntaban si el despacho tenían que hacerlo a Quilicura”, recuerda.
– Ouch, sorry– respondí.
– No te preocupes– respondió riendo– estamos en Oktoberfest.
Y así pasamos al otro litro de cerveza, pero esta vez dentro de una de las casas. Había comenzado a llover torrencialmente y los paraguas no eran suficientes. Unos alemanes muy ingeniosos, muy alemanes podrán decir algunos, se las arreglaron para seguir tomando cerveza afuera sin importarles el diluvio que se estaba produciendo. Solución efectiva: utilizar todas las mesas que la gente abandonó como techo.
En fin, ellos se quedaron ahí bajo la lluvia. Nosotros entramos a la casona… todo un mundo ahí adentro, creo que nunca había visto tanta gente ebria dentro de un espacio cerrado.
No entendía nada, entre la borrachera y el alemán solo debía dejarme llevar por la buena vibra que ahí se sentía. Habían alemanes que tal vez me contaron su vida entera y jamás me enteré. Ellos jamás entendieron que yo les decía (en inglés) que no hablaba alemán.
Ah, sí… un alemán por ahí, después de cachar que era chileno, me gritó: ¡¡Arturo Vidal!!
Próximo litro de cerveza. No recuerdo cual era ni tampoco si la terminé. Daba lo mismo, ya figuraba arriba de las sillas chocando los shops con cualquiera que se me cruzara.
La euforia y alcohol ya lograban que me diera lo mismo ciertos aromas humanos tipo sauna que se sentían de vez en cuando.
Recuerdo una pelea, una mocha. En realidad se sacaron la mierda. Combos aquí, combos por allá. Un nudo de gente, algo así como vortex de patadas y puños que en un segundo acabó con la llegada de los guardias que le sacaron la mierda a los que iniciaron la pelea. Filo, se los llevaron y nadie alegó el trato un poquito, tal vez, violento de los guardias.
Y eso que, en serio, les sacaron la remierda.
“Cresta, estoy ebrio”, pensé. “Mierda, tengo que ir al baño”, sentí.
Di mediavuelta, miré el mar de gente, miré el estado de ese mar de gente. Debía ir al baño sí o sí, si no mi única opción ahí mismo sería usar la jarra desocupada de un tipo que llevaba inconsciente 20 minutos al lado mío.
Aperré no más. Crucé el mar de gente, falto poco para cruzarlo haciendo crol. Al llegar al otro lado recordé que no sabía dónde estaba el baño, entonces, muy inteligentemente le pregunté a una alemana usando mi perfecto español chileno ebrio. Obvio que no entendió nada.
No sé cómo, pero de alguna forma salí del lugar. Llovía de tal forma y con tal fuerza que en un momento llegué a creer que la Madre Naturaleza quería verme haciéndome pipí frente a todos.
Encontré los baños, eran muchos así que ni uno estaba lo suficientemente lleno como para tener que esperar más de dos minutos.
Quiero un baño así en todas las discos y bares de Chile. No sé como lo harán, pero estaban excesivamente limpios. Tal vez se limpiaban solos, no lo sé. Habían hasta dos tipos de jabones. Demasiado OCDE. La limpieza del baño contrastaba perfecto con la orquesta de vómitos que se oía afuera.
Una mezcla de vómito, barro y cerveza se podía ver detrás de los baños. Alemanes ebrios vomitaban con ayuda de amigos que, por el asco, terminaban vomitando también. Ah, obvio. Todos con su trajes típicos impecables.
Era hora de irme a dormir. Estaba comenzando a sufrir resaca adelantada. El metro estaba colapsado así que tuve que caminar unas cuadras junto a mi tía, quien me acompañó en esta aventura, hasta un paradero de bus.
Paraderos de buses que como buenos alemanes, si dice en la pantalla que el bus llega a las 23:12 minutos, llega a las 23:12 minutos.
Sí, esa era la hora. Juraba que era más tarde. Ya cerca de las doce de la noche me encontraba en mi cama con un dolor de cabeza naciente pero con una sonrisa que de sumaría a las tantas que he tenido comenzado a coleccionar en este eurotrip.
Ah, no acostumbraba a tomar cerveza.