La novena película de Quentin Tarantino es la mas mesurada de todo su universo. Y ese detalle es su mayor logro; no hay hiperventilaciones ni sobregiros argumentales.

Es limpia, inspirada, festiva, y sumamente idealista. Y si, también están los guiños y chistes proverbiales de su creador. La penúltima película del canon Tarantinesco, podría marcar el reinicio de una nueva vertiente en su historial.

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En las colinas de Cielo Drive vive Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), la estrella de un ingenuo western televisivo (De cuando la TV era lo que es hoy el streaming) Rick tiene un doble, no uno en plan psicoanalítico, sino literal. Un doble de acción con un aire a Robert Redford, con cicatrices talladas en el torso. El replicante es Cliff Booth (Brad Pitt), y al reverso del inseguro y emocional de Rick. Cliff es duro, imperturbable, y está al borde del mutismo selectivo. El especialista en escenas de riesgo -además de suplir a Dalton en la ficción-, también es su chofer y asistente personal.

Y a pesar de la leyenda negra sobre los hombros de Cliff- una que remite directamente al caso de Natalie Wood y Robert Wagner- este resulta ser su mejor y único amigo en el psicodélico Hollywood de 1969. Mientras tanto, en la casa de arriba del empinado cerro de Beverly Hills, vive una pareja esplendorosa; Roman Polanski (Rafal Zawierucha), y Sharon Tate (Margot Robbie). Unos vecinos exitosos, hedonistas y decididos a vivir en un verano extendido.

Rick observa al matrimonio con deseo. Quiere pertenecer a ese círculo, ser parte de esa escudería con patente de cine de autor y de vanguardia. Pero su intención solo es eso; un antojo insatisfecho y en stand by. Porque Marvin Schwarz (Al Pacino), tiene otros planes para él. Proyecciones que llevarán a Rick a filmar un puñado de spaghetti westerns en Italia. Un pasaporte sensato con tal de escapar de la menospreciada televisión americana de los sesentas.

Rick entra por la puerta de la cocina al cine europeo. Es un gringo cursando por un mercado -y un subgénero- degradado por buena parte de la crítica. La vuelta será larga pero fructífera. No hay nada que perder, las artes menores son lo suyo y pareciera comenzar a asimilarlo.

Al volver, con una discreta fortuna, una fama de culto y de la mano con Francesca Capucci (Lorenza Izzo), el eterno villano de los seriados en blanco y negro, pareciera estar en paz con su vida.

Cliff también lo cree, como de la misma forma, advierte que su vínculo con Rick, comienza a vivir sus horas finales. Pero su contacto con Pussycat (Margaret Qualley), una guapa y eléctrica integrante de la banda en ácido de Charles Manson (Damon Herriman), podría cambiarlo todo.

Dejando de lado la extensa, entusiasta y vibrante lista de citas. (A estas alturas una veta definida en la madera visual de QT). Había una vez en Hollywood expone a su director como un nostálgico de alto vuelo. Pero lo suyo está por sobre la memorabilia.

Es una melancolía en torno a las utopías de la amistad, de las imágenes y del arte en general. Es curioso, pero en esta pasada, su incorrección política pareciera estar domada. Dando pie a una estimulante anacronía, una donde el viejo Hollywood, permanecerá intacto hasta nuestros días.

En tiempos de apocalipsis social, el estallido de comediantes vía YouTube y Open mics no es azaroso. Tampoco lo es la revisitación insistente a las décadas de los 80s y 90s. Hay algo allá adentro que funciona como un síntoma de la crisis global.

Agarrar un pedazo de felicidad y alargarlo por horas es justo y necesario.

Escuchar en cadena un podcast de algún standapero también lo es.

Tarantino lo palpa, lo recoge y por eso lo suyo se aprecia con más madurez.

Menos cinismo y más vinculación pareciera ser la arenga del autor de Perros de la calle. Quererse hace bien. Perseguir un sueño vuelve todo mucho más cálido. Salvar la diligencia de las causas perdidas empapa a todo un valle fundado sobre la imaginación.

Ahí está el porqué de la visión con suavizante de ropa respecto a una era tosca y moralmente tóxica.

Por eso el escapismo de Marvel y Disney ahora más que nunca.

Soñar y reescribir todo. O al menos un capítulo. Como un acto de psicomagia para reconciliarse con las tragedias.

Todo el manifiesto gloriosamente filmado por QT, encaja perfecto con el gran sarcasmo final propulsado por los integrantes de la familia Manson. Es un lúcido crossover entre los críticos y los ejecutores de la pantalla chica. (Pantallas móviles, ajustado al presente), un encuentro donde los súbditos del líder, quedan dibujados como unos reaccionarios de la peor calaña.

Ser hippie, (O deambular por ahí), no te da licencia de santo.

Entonces, la Hollywood Babilonia narrada por Kenneth Anger borra su último gran hito de una curva sucia y corrupta para dar paso a una infinita fiesta. Una donde la alta y la baja cultura, se terminan por abrazar en una nueva alianza.

Compartiendo todos, rostros y dobles, en un parnaso regado de whisky, rock and roll, carcajadas y cine, mucho cine.

Esta vez es sin sangre. Ya ha corrido demasiada.