“Cuánta gente que está en la casa se pregunta qué puedo hacer. Es solo ponerse a pensar y buscar la mejor respuesta al mejor problema“ con estas palabras, Matías Leiva recorría los matinales de Chile hace poco tras contar su historia, calificada como el mejor ejemplo de superación y meritocracia.
Con una inversión inicial de 6 mil pesos, Matías vendió su primer par de sándwiches en el centro de Santiago. Con el tiempo su marca se transformó en un negocio millonario que entregó empleo a una decena de personas y alimentó de forma saludable a miles de personas a la semana.
El emprendedor que creó “La Insolencia” llegó a facturar más de 2 millones de pesos diarios, lo suficente como para expandir su negocio y hacer que se madre jubilase luego de trabajar toda la vida como asesora del hogar.
Los medios -tanto nacionales como internacionales- celebraron la proeza de película lograda por un joven que resuelto a conseguir sus sueños, lo había conseguido a punta de esfuerzo y optimismo.
Pero la burocracia chilena lo destruyó, reflejándonos que incluso si trabajas de forma honrada y con tu propio ingenio, el sistema de nuestro país simlemente no te deja surgir.
La Insolencia fue cerrada en agosto del año pasado, y hasta esa fecha sumaron más de $100 millones en partes pese a que Leiva y su equipo intentaron durante mucho tiempo “legalizar” su espacio de trabajo.
“El municipio estaba implementando el plan de Comercio Justo. Postulamos a permisos para poder trabajar, pero los partes comenzaron a llegar. Perdíamos los canastos con los panes, pero nos volvíamos a levantar, y nos volvían a multar y a quitar todo. No podíamos entrar al centro de Santiago. Yo no culpo a los inspectores, ya que es su pega, pero vi cómo mi sueño empezó a desaparecer” señaló Matías para La Cuarta.
Varios de mis ‘insolentes’ (como les llamaba a sus trabajadores) llegaron de otros países, otros eran estudiantes y sacaron sus carreras. Les hice contrato y éramos una familia, pero todo eso quedó atrás”, agregó.
Pese a perderlo todo y ver cómo los inspectores se llevaban sus canastos con sándwiches que fabricaba con sus propias manos, Matías no pierde las esperanzas y ganas de volver a emprender y seguir intentando.
” Que alguien me apoye con un localcito para poder vender mis productos, o un carro con permiso. Las ganas siguen, igual que desde el día 1” concluyó.