Un análisis a la campaña de Perry Ellis por compensar a la trabajadora agredida por una cliente y de paso salir ganando.
por Juan Carlos Ramírez-Figueroa *
Lo sabemos: a falta de justicia “formal”, al menos nos queda el desahogo de las redes sociales. En este caso, la impresentable acción de una señora que insultó a una vendedora de Perry Ellis con argumentos propios del apartheid.
Un incidente donde el vozarrón de la vieja la deja como un síntoma de un país donde la conciencia hacendal termina infectando actos y discursos organizándose en:
- clase: “para eso estas, para atender”
- fentotipo: “eres lo peor, mírate la pinta”
- negación: “tú no eres igual a mí”
- autoritarismo : “aprende a callarte, ordinaria”
Cuatro ejes ideológicos que la poseen no sólo por medio del discurso, sino que lo refuerzan mediante el lenguaje no verbal.
¿Y no es precisamente ese truco el que las élites han sacado siempre que han querido salir del paso?
Nunca olvido cuando Patricia Verdugo contó que para poder pasar desapercibida en protestas e investigaciones durante la Dictadura, impostaba la voz para denotar el arraigo a la clase alta. Algo que haría inmediatamente a carabineros y militares “rasos” -de evidentes orígenes de clase baja- obedecerlas, como si estuvieran frente al Neuralyzer de “Men in Black”.
El patetismo del monólogo de la señora encarna, en el fondo, la exigencia de sumisión a través de un tono que durante siglos es inmediatamente reconocido y entendido por el resto de los chilenos.
Algo que sucede en los más diversos contextos como cuando vemos que alguien en un café, restaurant o servicio público al imponer cierto tono de voz es inmediatamente atendido por parte del asustado encargado.
Porque allí reside el reconocimiento de los deberes de clase, del lugar que uno ocupa, del miedo a que la otra persona te deje sin trabajo, porque -se asume- que toda la elite se conoce y maneja la división del trabajo.
Algo que, finalmente, revela de manera muy penosa el subdesarrollo de un país que a pesar de sus formas globalizadas y primermundistas, oculta una sociedad que nunca pudo resolver bien la reforma agraria, el trauma de la migración campo ciudad y la relación con el dinero.
Pero no es ahí donde quiero detenerme, sino en la decisión de Perry Ellis de compensar mediante abrazos a Katherine Antileo, que lleva 12 años trabajando en retail:
Desconociendo lo que pasó después (esperemos que haya un bono, aumento, acción concreta y no emocional, este gesto es claramente una acción paliativa que más que ayudarla sólo nos muestra el lado mutante de la economía en todo su esplendor: no vamos a debatir el tema de clase, no vamos a castigar socialmente a la vieja (un amigo propone prohibirle comprar ropa de por vida en la tienda, simple, práctico y capitalism-friendly), no vamos a establecer protocolos de apoyo a trabajadores en situaciones complejas futura. Ni siquiera un bono por haberse mantenido siempre profesional.
Al contrario.
Vamos a borrarle la cara a la victimaria, quedémonos en la denuncia, démosle abrazos que sólo fortalecen a la marca y dejémosla en esa zona borrosa de la funa justiciera.
Y en un contexto donde incluso pagamos la culpa de explotar a los que cultivan el café de Starbucks, medidas como esta sólo potencian el mercado a través de la imagen de marca y esa ética tan Teletón de que los chilenos debemos aspirar a la unidad de forma, siempre. Nunca de fondo.
*Juan Carlos Ramírez-Figueroa es periodista, autor del libro Crash! Boom! Bang! Un ensayo sobre la muerte del rock y creador del sitio Lucha Libro