¿Acoso laboral o está el Presidente de Chile enfermo? ¿Qué pasaría en cualquier trabajo si un jefe va y le corta un mechón de pelo a una trabajadora?
El pasado miércoles, el gobierno estaba inaugurando las nuevas oficinas de Extranjería y Migración, en la exfábrica de hilados Moletto, ubicada en la calle Matucana. En el momento del corte de cinta, el presidente Sebastián Piñera aprovechó que tenía su tijera y le cortó un mechón a la intendenta Karla Rubilar.
De nuevo. Piñera le sacó un mechón a Karla Rubilar. Sin permiso, sin preguntarle antes. Fue un impulso. Llegó y le sacó un trozo de pelo. Fue un impulso.
Más tarde ese mismo día, se desarrollaba una marcha por el aborto libre. Las mujeres reclamaban por sus derechos reproductivos. Las mujeres marchaban por el derecho a que se les permita ser soberanas de su cuerpo, algo que el Estado no les permite, forzándolas a proseguir embarazos luego de una concepción.
El mismo día que se pide autonomía por los cuerpos, Piñera se apropia con su grosería del cuerpo de una subalterna. En cualquier otro contexto, estaríamos hablando de acoso laboral, si es que no sexual (pongo la precisión en un sentido jurídico, no porque crea que se trata más de lo primero que de lo segundo).
Lástima por Karla Rubilar. Pareciera que en su entorno íntimo no tiene a nadie para decirle que el acto de Piñera no es una anécdota, sino una humillación. La primera autoridad de la República (en público, ante cámaras) se propasa con ella: le corta el pelo. Es decir, el Presidente desconoce los límites interpersonales que debe tener con sus funcionarios a cargo.
¿Acaso el presidente entiende lo que es la proxémica? ¿Acaso es normal que un presidente intervenga la zona íntima (es decir, la distancia más cercana) con una persona sin tener la confianza y ¡más encima, con una tijera!? ¿Qué más puede pasar? ¿Acaso el presidente también abofetea a sus ministros cuando está enojado?
Con el acto contra la intendenta de Santiago, queda claro que no hay suficiente control de daños para prevenir las actitudes del Presidente. No hay dique alguno para controlar los impulsos del ciudadano Piñera.
Aparentemente, el Presidente es incapaz de escuchar un reproche de sus asesores más próximos, quienes tienen la potestad y la obligación de decirle (cuanto más, cuanto menos coloquial) “no se le ocurra hacer algo desubicado contra una mujer, que hoy día hay marcha feminista”. Por último, que le hubieran empapelado el despacho presidencial con post-its, que se lo hubieran escrito con plumón de pizarra en los vidrios del automóvil oficial.
Se supone que los asesores asesoran. Pero no. No supieron contener al presidente para que evitara cometer una agresión: un acto de acoso laboral explícito (repito: en público, ante cámaras).
Las razones detrás de los impulsos del presidente deberían ser materia de interés público. Por ello, hay preguntas relevantes que deben quedar resueltas lo antes posible.
¿Por qué Piñera comete esos actos? ¿Cuál es su estado de salud física y mental? ¿Cuáles son los medicamentos de uso diario que está consumiendo? Tiene que haber algún diagnóstico para sus impulsos y sus tics. Después de todo, ¿cuál es el estado neuropsiquiátrico de quien nos está gobernando?
¿Por qué el Colegio Médico no ha hecho ningún pronunciamiento al respecto? ¿Dónde está la preocupación del Colegio de Psicólogos?
Hay dos problemas en estos momentos: el primero, una subalterna fue expuesta a un acoso laboral explícito; el segundo, el presidente de la República tiene impulsos incontrolables que derivan en estas reacciones escandalosas.
En lo inmediato, por dignidad y por solidaridad de género, Karla Rubilar debería renunciar a su cargo en la Intendencia y, con ello, interponer una denuncia por acoso ante su empleador. Liberemos a Karla de su propia humillación.