Por Vadim Vidal, periodista.

Ok, nadie se muere por falta de cultura. Si domésticamente hay que recortar gastos, una entrada menos al teatro o al cine pueden ayudar en la economía de la casa y nadie va a juzgarte.

Salvo que seas el Estado, porque si eres el Estado, ahorrar cortando cultura es vil.

Pura y simple ideología. 

El gobierno de Piñera anunció que para Teatro a Mil, Balmaceda Arte Joven, Museo Precolombino, Teatro Regional del Bío Bío y Matucana 100 habrá un recorte de un 20% en sus aportes. Es el día de la marmota, ya que el año pasado por estas mismas fechas les anunciaron un recorte del 30%, luego se desdijeron, y en sucesivas reuniones de los directores de estas instituciones con la ministra Consuelo Valdés Chadwick prometieron mantener las glosas para 2020 y regularizarlas de ahí en adelante.

¿Y qué con eso? Son solo 600 millones entre las cinco instituciones. Cuando se da este tipo de discusiones, siempre aparece el columnista o tuitero experto inundado en neoliberalismo diciendo que hay que saber “gestionar”, que estos vagos que viven del Estado deben aprender a crear “industrias culturales”. El mismo discurso del gobierno.

Pues bien, solo un ejemplo: el gobierno, que está compuesto por empresarios y gerentes de empresas, se propuso ser sede del COP25, el encuentro más importante sobre medioambiente. Para financiarlo le pidió a sus amigos gerentes -a los mismos que les prometió una reforma tributaria que les libera 800 millones de dólares anuales- que apoyaran en su financiamiento. Gestión pura, cosas que se amarran en el almuerzo del domingo. Pues bien, no aportaron ni siquiera la mitad del total.

O sea, el gobierno de los empresarios no logra que los empresarios inviertan, pero las instituciones culturales deben hacerlo. 

Cualquiera que haya trabajado en cultura sabe que sin apoyo estatal no se puede. Si cuesta un mundo que los privados inviertan en cualquier ámbito, en cultura es casi una quimera. 

El gobierno dice, como siempre, que si bien le recorta a estas instituciones culturales, el presupuesto global aumenta en un 2%. Ocurre que dicho el aumento tiene nombre y apellido: el Museo de la Democracia, la “joyita” con la que Piñera quiere pasar a la posteridad.

Ese museo costará $2.800 millones del erario fiscal. Más de 4 veces el recorte que se le hace a esas instituciones.

Ayuda memoria: el Museo de la Democracia fue anunciado por Piñera inmediatamente después del paso fugaz de Mauricio Rojas como ministro de Cultura. El ministro imaginario, cuyo único mérito en materia cultural fue escribir un panegírico en favor de Piñera llamado La historia se escribe hacia adelante.

¿Por qué duró ridículas 90 horas en el cargo? Por decir que el Museo de la Memoria poseía un montaje que manipulaba a sus visitantes. O sea, que los “hacía creer” que las torturas, asesinatos y apremios que vivieron decenas de miles de opositores a Pinochet habían sido terribles. Aparte esgrimía el argumento predilecto de los fascistas: que no se hacía cargo del “contexto” que explicaría por qué los militares se vieron “forzados a detener opositores, torturarlos, asesinarlos, enterrarlos sin avisar a sus familiares, desenterrarlos con maquinaria pesada, atarlos a rieles y tirarlos al mar”.

Porque, obviamente, hay un contexto para explicar todo eso.

Pues bien, como el Museo de la Memoria nos divide, el Estado debe desembolsar $2.800 millones de pesos al año para levantar y mantener otro museo que nos une. Uno que demuestra que para vencer a una dictadura basta con ir a votar y que los gobiernos posteriores lo hicieron muy bien manteniendo un modelo que beneficia justamente a quienes ayudaron y celebraron (y celebran) a Contreras, Krassnoff y los suyos. 

Un museo diseñado, entre otros, por la historiadora Lucía Santa Cruz, miembro del directorio de Libertad y Desarrollo (ligado a la UDI) y quien dijo alguna vez que Pinochet fue “un dictador que cometió muchos errores, pero no me parece que haya sido un tirano”.

Hay una constante en la derecha cuando gobierna. Piñera 1 tuvo como fetiche de su gestión en cultura la conservación patrimonial (patriMomio, le decían los suspicaces). Ahora prefiere invertir en un museo que cuente su visión de las cosas más que en instituciones como Teatro a Mil o Matucana 100 que fomentan manifestaciones culturales que cuestionan el estado de las cosas. En ambos casos es lo mismo: preservar y no cuestionar. 

El gobierno de Piñera tomó hace rato una decisión ideológica en esta materia: menos cultura y más negacionismo.

*Foto portada: Francisco Flores Seguel / Agencia UNO