Ha sido un día triste para todo el país.
Lluvioso y triste porque independiente de los resquicios o flexibilidades, o incluso que cambien de un día para otro los protocolos para los funerales en Chile durante la pandemia, independiente que salgan a inmolarse subsecretarios o diputados como Shalper salgan a decir salvajadas en televisión para desviar la atención, lo cierto es que el Presidente Piñera le acaba de asestar un profundo golpe al espíritu de este país.
Y no es la primera vez.
Si para el día que comenzó el estallido social fue visto comiendo pizza, si hace algunas semanas se fotografió en la Plaza Dignidad, ahora tomó la decisión consciente o inconsciente de golpear el rostro de miles de familias que no han podido despedirse de sus familiares por los estrictos protocolos de seguridad que implica estar viviendo en una pandemia en apariencia incontrolable para la actual administración.
Acá había cerca de 31 personas, incluyendo músicos, tres sacerdotes y fo-to-gra-fos. Hubo tiempo de misa, rezos, cantos, etc.
Aparte de todo eso el presidente Piñera coronó esa indesmentible falta de tino al exigir que se abra el féretro de Bernardino Piñera, su tío ex arzobispo que a los 104 años murió por neumonía vinculada al covid-19 siendo investigado por presuntos abusos sexuales.
Y la sensación de hoy es la de tristeza profunda y desolación por la evidencia irrefutable de que al Presidente sencillamente no le importa nadie más que él mismo.
Ni siquiera sus familiares, que tampoco pudieron evitar que dejara plasmada una nueva imagen de arrogancia y de incapacidad de sentir empatía no solo por el pueblo de Chile sino ni siquiera por su propio gobierno a quien metió entero en un problema totalmente evitable.
¿Quién sabe además cuántas vidas está costando el hecho de que esté buena parte del gobierno trabajando desde ayer en limpiar el desastre comunicacional, político e incluso emocional que su arrebato provocó?
Porque era lógico lo que esa imagen iba a desencadenar la escalofriante sensación de que el Presidente de Chile le faltó gravemente el respeto a las personas que han sufrido la muerte de un ser querido durante la pandemia.
Los relatos de personas que cuentan cómo no pudieron siquiera tener un funeral son miles y son todos desagarradores.
Por suerte alguien tuvo el tino de poner ese punto sobre la i en esta pasada en medios masivos y fue Julio César Rodriguez quien se encargó de encarar al intendente Felipe Guevara, que en esta pasada solo fue uno más de los que tuvo que salir a poner la cara y repetir como loro que “los protocolos se cumplieron” en un insulto a toda la inteligencia y emoción del país.
La guinda de la torta fue que cuando el país todavía no salía del estupor de su nuevo arrebato megalómano salió a hacer un atolondrado punto de prensa donde algún par de incautos creyó que ofrecería disculpas al país, pero no.
Salió a amenazar que estaba trabajando en ponerle trabas al Congreso para que pararan de intentar pasar proyectos “anticonstitucionales” (lo que en la mayoría de los casos para el sentido común son leyes “justas” o “reivindicatorias” o si lo quieres, en este momento de “suma urgencia para salvar la vida de personas”).
Es un lunes frío y triste para las y los habitantes de un país que tuvo que vivir como su presidente le volvía a asestar un golpe fuertísimo al espíritu.
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