“Placer sin culpa” es una de las columnas publicadas por el poeta e investigador académico Felipe Cussen para el Festival de Viña 2014, y que forma parte de su nuevo libro La cultura entretenida (Autoedición, 2019) junto a otros ensayos, entrevistas, columnas, crónicas y textos breves escritos en los últimos 8 años.

Está disponible para descarga gratuita en formato PDF desde aquí.

La cultura entretenida será lanzado este jueves 16 de mayo, a las 20:00 hrs. en Colmado Coffee & Bar (Merced 346, Barrio Lastarria).

Los presentadores serán Macarena García G., Christian Anwandter y Paloma Salas.

Placer sin culpa

En algunas ocasiones he escuchado decir que el Festival de Viña es kitsch.

Resbalosa como pocas, esta categoría estética es de muy difícil traducción. En el Diccionario de términos intraducibles que acaba de publicar la Universidad de Princeton, se vincula este concepto de origen alemán a otros como “art de pacotille” (arte de pacotilla) o “art tape-à-l’oeil” (arte aparatoso, ostentoso).

Franz Wedekind lo consideraba una versión contemporánea de estilos como el gótico y el rococó. Hermann Broch, sin embargo, lo aborrecía porque estimaba que la esencia de este tipo de arte “es la confusión de la categoría ética con la estética”, y reprochaba la utilización de armas efectistas para provocar placer. Es en este punto donde quisiera detenerme, pues una frase que he oído con aún mayor frecuencia es que el Festival de Viña es un “placer culpable”.

Uno de los más nefastos aportes de Alberto Fuguet a la cultura nacional es haber acuñado la expresión “placer culpable”. He conseguido rastrear el surgimiento de esta mala práctica en su primera novela, Mala onda, cuando el protagonista escucha la canción “I love the nightlife” de Alicia Bridges: “Me conquista. Me la sé de memoria. En realidad me apesta, como toda la onda disco. Pero esa canción en particular es como un placer culpable”.

Me cuesta imaginar que exista una persona en el mundo que necesite dar justificaciones para deleitarse con esa melodía de tan sutil belleza. Pero lo que más detesto es ese halo condescendiente, paternalista, y, en definitiva, moralista que rodea esta postura. Ya lo decía Susan Sontag en sus “Notas sobre lo ‘camp’” (una corriente hermanada con el kitsch): mientras la sensibilidad de la alta cultura es “básicamente moralista”, la sensibilidad camp es “enteramente estética”.

En una reciente entrevista Gepe afirmaba respecto a este Festival: “Para muchos es como si fuera un placer culpable, y yo creo que en ningún caso lo es”. Luego añadía que ha disfrutado de lo lindo su labor como jurado: “Nos han tratado increíble: almuerzos, carretes, está súper entrete”. Celebro con entusiasmo su aplomo y clarividencia. Y observo con esperanza el surgimiento de una nueva generación capaz de asumir con naturalidad una diversidad de gustos tan amplia como la variopinta parrilla de artistas que durante estos días se cobijarán bajo la resucitada concha acústica.

No creo en los placeres culpables. Fui educado bajo los estrictos preceptos del catolicismo, a punta de latigazos de culpa. Si siento culpa, no puedo sentir placer. Sólo conozco el placer a secas. Ése es el placer que me produce el Festival.