¿Por qué amamos odiar?

Creemos tener la capacidad intrínseca de perdonar y dar segundas oportunidades. Pero eso no se refleja en la personalidad que adoptamos cuando nos conectamos a internet donde pareciera que amamos odiar.Los errores cometidos por diferentes figuras -tanto celebridades como personas comunes y corrientes- son puestos bajo un escrutinio público mediático que no mide consecuencias a la hora de expresarse de forma hiriente y ofensiva.

 Internet ama odiar. Necesitamos en espacio donde descargarnos y validar nuestra opinión con personas que comparten nuestra furia. Los medios de comunicación lo saben, y comienzan a exponer aptitudes moralmente deplorables en orden de generar visitas (un ejemplo recurrente son los europeos que viajan para cazar animales en África).

“Los medios de comunicación han empleado la creación de villanos para establecer la cuota de entretenimiento que nuestra sociedad requiere como método de distención y a su vez generar recursos económicos”.

Y es que el periodismo es un mundo demasiado amplio como para responder a una ética que funcione de manera transversal: mientras algunos luchan por la libertad y se mueven bajo las estrictas normas que necesita el gremio para informar a su audiencia, otros emplean métodos inescrupulosos que incluyen la lapidación pública de figuras que no pueden defenderse ante la magnitud de los hechos.

Curiosamente la tendencia siempre ha sido extrema con las mujeres que destacan en diferentes áreas, aunque los hombres también han visto su profesión acabada por actitudes consideradas moralmente inaceptables en un mundo cínico que necesita del circo mediático a pesar de criticarlo de forma diaria y persistente.


Casos notables

Tonya Harding fue una deportista de elite que marcó récords en el patinaje artístico estadounidense, disciplina estéticamente funcional con la imagen pulcra que los medios intentan proyectar en sus deportistas femeninas. Todo cambió en 1994 cuando su principal contendora, Nancy Kerrigan, fue atacada por un hombre hiriéndola en su rodilla impidiéndole competir en el campeonato de ese año.

Los hechos posteriores develaron que el ataque fue orquestado por el marido de Tonya Harding, pero eso no impidió que los medios desviaran toda su atención a la deportista convirtiéndola en una de las mayores villanas de la historia del mundo deportivo. Calificada como violenta, ordinaria y envidiosa, Harding -quien nunca tuvo nada que ver con el ataque- tuvo que perseguir una carrera en el boxeo luego de abandonar el patinaje artístico por orden judicial. Sus peleas repletaban auditorios: el público amaba verla herida aceptando el castigo por todo lo que “hizo”.

25 años después Harding tuvo su reivindicación con la película autobiográfica: I, Tonya. Los periodistas también comenzaron a realizar un mea culpa luego de ser parte del espectáculo mostrándose varios arrepentidos por la actitud que tomaron con la deportista en ese entonces.

Fue una dura y extensa guerra entre mi deber como profesional y mi empatía como ser humano, que muchas veces no va de la mano con el ejercicio de esta profesión” señaló Susan Orlean, periodista de The New Yorker que rememoró los días en los que por primera vez el patinaje acaparó la atención del mundo por sobre otros deportes.

Otro caso de asesinato de imagen pública por parte de los medios de comunicación en el mundo deportivo recae en Lance Armstrong: ganador de siete triunfos consecutivos en el Tour de Francia, el atleta considerado una inspiración por superar el cáncer testicular fue linchado mundialmente por técnicamente toda la prensa luego de que reconociera usar esteroides durante su carrera.

La caída fue estrepitosa y rápida. Claramente sus premios y medallas fueron devueltas, pero nada bastó para que el público le diera otra oportunidad al deportista que realizó grandes contribuciones filantrópicas durante más de 20 años.

The Guardian recopiló los sucesos de forma cronológica en un artículo llamado Lance Armstrong: desde la deidad hasta la desgracia. Todos los medios hicieron lo mismo, con titulares que lo tildaban desde farsante hasta drogadicto.

Finalmente, y tras ser considerado uno de los deportistas más odiados de la historia por la revista Forbes, Armstrong se disculpó públicamente, pero ¿A quien le debe una disculpa? ¿qué se requiere para el que público sienta reparado el daño?

Los medios crean personajes, ídolos que destruyen para satisfacer el morbo generalizado que se manifiesta en todas las sociedades alrededor del mundo. Tan solo hace falta un desliz para que cambiemos nuestra actitud frente a personas que calificábamos como intachables. Britney Spears, Tiger Woods, Whitney Houston, Camila Parker Bowles y muchos personajes más han sido víctimas del escrutinio público que solo se ha agravado con la masificación de las redes sociales.

Taylor Swift – amamos odiar

(Fotografía de Oxygen.com)

El público culpa a los periodistas y los periodistas culpan al público por deglutir tragedias incansablemente. Es una encrucijada que lleva siglos, pero que se ha ido acentuando por diversos factores que nos trasladan a la siguiente pregunta.


¿Por qué nos gusta ver caer a la gente?

Lo hemos visto en películas cuando en la edad media se ponía en plazas públicas a personas para ser juzgadas por adúlteras o algún crimen que iba en contra de los cánones establecidos moralmente. Nuestra cultura no ha evolucionado bastante de eso y con la llegada de las redes sociales esas plazas se han transformado en audiencias amplificadas.

Es un ejemplo repetidísimo, pero es imposible no sacarlo a relucir porque es real. Quienes hemos visto Black Mirror concordamos con que la serie es una aproximación fatalista de nuestro comportamiento en redes sociales y sin embargo seguimos haciendo lo mismo.

“Nosedive” -capítulo donde la protagonista se vuelve loca después de vivir en una sociedad falsa que evalúa a su sociedad mediante estrellas- es un ejemplo preciso y conciso de cómo juzgamos intentando mantener las apariencias. Spoiler: todo termina mal con un mensaje que recita fuerte y claro que el único método de salvataje es mandar todo a la mierda Incluyendo la imagen que intentamos proyectar de nosotros mismos.

Amamos odiar – Netflix
Nosedive – Black Mirror – Netflix

Un caso mucho más extremo es el capítulo “Hated in the Nation” donde nuestra forma de comportarnos en internet se manifiesta literalmente gracias al actuar de uno de los mayores genocidas que ha conocido la ficción ¿Qué pasaría si desear la muerte a una persona en internet se volviese realidad? ¿Cuántos de nosotros podemos decir que nunca hemos actuado de forma agresiva en internet sin medir las consecuencias de nuestras palabras?

Pese a las advertencias y el mea culpa que genera la reflexión del efecto Black Mirror, seguimos haciendo lo mismo.

Jorge Sánchez de Nordenflycht, sociólogo y periodista, confirma la teoría de que ser troll responde a una relación de amor y odio donde tanto periodistas y audiencias se necesitan.

“No es algo que hayan instalado los mass media, sino las prácticas sociales. Efectivamente vivimos en una cultura de odio y los medios son una caja de resonancia” afirma.

 “Esa cultura de “odio” e individualismo es promovida por el modelo de desarrollo neoliberal de las últimas tres décadas, el morbo se relaciona con el acto de mirar y opinar sobre la vida privada del vecino. Los personajes públicos están expuestos a eso. Los medios saben que la demanda de morbo de parte del público es importante, y construyen contenidos para satisfacerla”.

La naturaleza humana desea de manera natural tener poder sobre otros, y si esos individuos son personalidades puestas en un pedestal por nosotros mismos, lo lógico es que nos creamos con el derecho de bajarlos de forma inmediata de su posición de privilegio ante cualquier desliz.

Pero las actitudes que tomamos frente a personajes por no actuar acorde creemos “correcto” finalmente tiene consecuencias negativas para nosotros mismos.

“El que los medios cubran o ventilen la vida privada de los personajes que se vuelven públicos no hace más que promover esa cultura que yo he llamado del sálvese quien pueda. Ciertamente es una cultura donde predominan el ego y la competencia”

Si lo anterior es cierto y tomando en cuenta la era donde vivimos, podemos vaticinar un panorama de inducción donde no sabemos hasta donde puede llegar el gusto por ver como caen quienes fueron nuestros ídolos. Lamentablemente la situación tiene para rato.

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