Harto glitter, drama y voguing marcan la serie que celebra la diversidad sexual justo en el mes del orgullo. A veces todo simplemente calza.

Photo by Mark Von Holden

Los primeros 15 minutos de Pose me hicieron saltar al computador para escribir sobre una de las mejores series que Ryan Murphy ha entregado en el último tiempo. A principios de año, planteamos cómo el capitalismo y el sobreconsumo de una generación sedienta de contenidos estaba acabando con la creatividad de una de las pocas mentes brillantes que nos ha entregado la televisión -después de todo, Netflix se está quedando con el monopolio de la industria malacostumbrando a su público a devorar temporadas en un par de días acabando con el efecto sorpresa que provocaba la fórmula tradicional-.

Justo cuando Murphy estaba siendo víctima de su propia versatilidad aparece Pose como la mejor forma de reivindicación posible.

La serie con capítulos de una hora (que cae como anillo al dedo para el mes del orgullo LGTBIQ+) se centra en un Nueva York poco amigable con una imagen bastante alejada de lo que nos vendió Sex and the City y Friends. En esta oportunidad hablamos de un lugar sumido en la segregación racial donde los blancos heterosexuales que trabajan en la Trump Tower son los únicos candidatos posibles para tener un trozo de los resquicios que fue dejando el American Dream conforme avanzaba la guerra fría.

Sin embargo y bajo el más completo secretismo, es durante esta época es donde prolifera una escena drag que con el tiempo se convirtió en uno de los sellos característicos de la gran manzana, ahora considerada un enclave importantísimo para la cultura homosexual.

Murphy retrata la situación de la forma más real posible al incluir un cast compuesto por una mayoría de actrices transgénero afroamericanas, exponiendo el desarrollo de sus vidas bajo lo que en su tiempo significaba pertenecer al último escalafón social en un país donde se culpó durante décadas a la comunidad por la propagación del VIH.

Sin embargo, sus protagonistas tienen claro que no existen estas barreras cuando se reúnen en el submundo que adornaron con seda, joyas y muchísima música pop. Es acá cuando pueden explotar los límites de su propia creatividad expresándola a destajo con reglas ajenas al mundo que las rechaza.


Pero pese al aparente espacio seguro de liberación, el drama se hace presente porque en todo reinado existen jerarquías, y quienes ven su posición amenazada pueden rezagar incluso todavía más a quienes encontraron un refugio en posar.

La serie se estrenó a fines de mayo y recién lleva dos episodios al aire que puedes encontrar por todo internet para ponerte al día. La trama se desarrolla entre la rivalidad de dos casas “jerárquicas” que forman familias enfrentándose en competencias que Rupaul’s drag race envidiaría. Todo lo demás es spoiler, cada minuto de Pose es importante para el desarrollo de sus personajes en el mejor trabajo de Murphy desde hace años.

Pose es la demostración de que Murphy necesitaba buscar dentro de su propia identidad era la única manera de realizar un trabajo sincero que confluya conforme avanzan los episodios.

Abiertamente homosexual, Murphy siempre usó referencias culturales gays pero hasta ahora, nunca había lanzado una producción compuesta por un elenco de minoría heterosexual donde retratase el compañerismo y el valor de la familia en épocas de enjuiciamiento social de una forma entretenida y estéticamente increíble. Porque pese a las circunstancias, en Pose sus protagonistas son enfáticas: las reinas no lloran.